Segundo encuentro en el jardín de Marta.
Planteamiento
del problema religioso.
Introducción
Como antecedente para
el análisis de este segundo encuentro, debemos tener en cuenta un breve
monólogo de Margarita en su habitación, en donde ella plantea lo que siente al
estar enamorada de Fausto.
Todo ha cambiado en su
vida. Piensa que ha perdido la paz de
otros tiempos. Sostiene la teoría de que
amar implica desestabilizarse y, con este mismo amor, deviene el problema de la
dependencia en relación con el ser que amamos.
Los términos empleados
por la joven están llenos de pasión.
Pero, al mismo tiempo, su alma enamorada está asediada por funestos
presagios.
Dice Margarita:
Doquiera que
no esté él, hay mi sepulcro; sólo donde él asoma reina la vida.
Tengo la cabeza trastornada y el
corazón desgarrado; cada vez me siento más desfallecida. (p. 88)
La relación amorosa se
explica mejor desde la perspectiva del contraste. Presencia y ausencia del ser amado determinan
las condiciones de existencia. Si él no
está (ausencia), impera la muerte; si él aparece (presencia), renace la
vida. La voluntad de quien ama se anula,
para permitir el predominio de la voluntad de aquél que es amado.
Contradictoriamente con
todo lo expresado, Margarita no está feliz.
El signo de la inquietud la mortifica.
Se impone la comparación de la paz anterior con este momento lleno de
presentimientos.
Para amar se requiere
madurez y confianza en nosotros mismos.
No se trata de que Margarita no la posea, sino que hay algo que no se
adecua a la situación vivida: es el presagio del que hablábamos; es el saberse,
con ese conocimiento que sólo el corazón anuncia, víctima propiciatoria que se
ofrece a cambio de la salvación del hombre.
Sobre Margarita pesa la enorme responsabilidad y nada podrá hacer ya
para evadirla.
Análisis
del segundo encuentro
Por todo lo dicho
anteriormente, y en el contexto del presagio anunciado, ubicamos la segunda
escena en el jardín de Marta, en donde el tema propuesto por Margarita será de carácter
religioso-teológico.
La relación entre los
enamorados es ahora mucho más libre; sobre todo Margarita siente mayor
confianza y aborda directamente el tema que desea tratar.
Margarita -
Prométeme, Enrique...
Fausto - Todo cuanto puedo.
Margarita
- Dime, pues, ¿cuál es tu religión? Eres
muy bueno, estás dotado de un corazón excelente; pero me parece que no eres muy
devoto. (p. 89)
Desea saber cuál es la
religión de Fausto. Le preocupa el
problema en el entorno de una conceptualización dogmática. Subraya ciertos aspectos que ella ha
observado en el ser que ama, como son la bondad y el corazón excelente. Pero la formación religiosa de la joven le
impide creer que con eso sea suficiente.
Le han enseñado que no alcanza con ser bueno, sino que también debe
practicarse la religión.
Precisamente, sólo
mediante esta práctica el hombre perfecciona su bondad natural; de otra forma
corre el riesgo de perder la riqueza moral que posea.
El discurso de
Margarita se ubica en el terreno dogmático-religioso. Así la han educado y no cabe la posibilidad
de verla libre de las mencionadas trabas.
Fausto intenta eludir
el tema propuesto:
Dejemos
eso, hija mía; bien sabes que te amo y que daría por ti mi sangre y mi vida;
pero no quiero turbar a nadie ni en sus sentimientos ni en su fe. (p. 89)
La religión fáustica,
de tipo panteísta, no está de acuerdo con los esquemas cerrados manejados por
Margarita. Por eso no quiere
discutir. Le habla del amor que siente
por ella: daría hasta la vida si fuera necesario.
Al mismo tiempo, no
desea guiarla hacia ninguna forma de discurso en donde se involucre el problema
de la fe, ni tampoco quiere que a él se le obligue a pensar de determinada
manera.
Margarita insiste y en
el contexto de su discurso descubrimos el apego a viejos esquemas y el carácter
inflexible de sus planteamientos; ella le dice: "Eso no es bastante, sino
que es preciso creer en Dios y en su Iglesia". (p. 89)
Consideremos que Fausto
no le ha dicho que no cree, sino que no desea hablar del tema. La joven intuye el descreimiento de su amado
en materia de religión, y por eso insiste.
Ahora bien, al joven
doctor le han golpeado duramente esas palabras de su amada y las repite:
"¿Es preciso?"
Resulta ridículo —debe
pensar Fausto— que en materia de fe y de religión se establezca una
obligatoriedad sin argumentación convincente.
Además la fe es algo que el hombre posee, no es posible adquirirla por
la vía del razonamiento; no es real que se le obligue a creer. Lo que no emane de un íntimo convencimiento
sólo generará recelos y hará del hombre un esclavo, en lugar del ser libre,
creado por Dios para vivir en alegre contacto con la naturaleza.
Margarita al intervenir
por tercera vez, ahonda en su argumentación religiosa. El tema ahora son los sacramentos:
"Tampoco me parece que respetes mucho los santos sacramentos". (p.
89) Poco a poco, mientras las preguntas
de la joven evolucionan del orden religioso al teológico, las respuestas de
Fausto incursionan primero en el orden filosófico, para llegar al metafísico
después.
El joven científico
afirma que él respeta los sacramentos: quien ha llegado a las profundidades del
saber como Fausto no puede menos que sentir profunda consideración hacia
aquellas manifestaciones que involucren cualquier forma de conocimiento, y más
aún en el orden del conocimiento teológico.
Si Fausto, en el primer monólogo, estaba decepcionado de la teología era
porque esta disciplina lo había dejado a mitad de camino, le había impedido el
acceso a la esencia del problema.
Pero Margarita se
muestra implacable y en su discurso inmediato, le exige fervor: "Pero sin
fervor. Hace ya mucho tiempo que no has
ido a misa, a confesar". (p. 89)
Estamos nuevamente
enfrentados al problema de la vacuidad de la palabra. Hemos observado cómo evoluciona el
planteamiento de la joven. Los términos
referenciales han sido, en orden de aparición, los siguientes: a. religión; b.
devoción; c. creencia; d. respeto; e. fervor.
Y llegamos así al punto
culminante: "¿Crees en Dios?", pregunta Margarita. Es lo más difícil de contestar. Ahora sí Fausto se ve obligado a involucrarse
en el terreno de lo metafísico; en el discurso que sigue, define su pensamiento
panteísta:
No
interpretes mal mis palabras, ángel mío.
¿Quién se atrevería a nombrarlo, y a hacer este acto de fe: "Creo
en Él"? El que todo lo posee, el
que todo lo contiene, ¿no te sostiene a ti y a mí y a Él mismo? ¿No ves redondearse allá arriba la bóveda del
firmamento, extenderse aquí abajo la tierra y elevarse los astros eternos,
contemplándolos con amor? ¿Acaso mis
ojos no ven los tuyos, y no afluye todo a tu cerebro y a tu corazón, y no obra
invisible, visiblemente, en derredor de ti, en un eterno misterio? Llena tu alma de él por profunda que sea; y
cuando, saturada de ese sentimiento, te sientas feliz, dale entonces el nombre
que quieras; llámale dicha, corazón, amor, Dios. Lo que es yo, no sé cómo debe
llamársele. El sentimiento lo es todo,
el nombre es sólo humo que nos vela la celeste llama. (pp. 89-90)
La conceptualización de
Dios implica no un esfuerzo racional, sino un acercamiento intuitivo que tiene
mucho que ver con la fe. Margarita se
maneja en el terreno de la fe, pero está dando excesiva importancia a la razón
y es esto, precisamente, lo que Fausto quiere que ella entienda. Por eso le dice: "No interpretes mal mis
palabras". El problema de Dios no
se resuelve en el orden semántico; si queremos denominarlo de alguna manera
podemos hacerlo, pero no habremos logrado nada más que encontrarnos en el
comienzo de esta problemática.
¿Cómo afirmar:
"Creo en Él", si la condición divina es infinita y la perspectiva del hombre arranca de postulados
finitos y él mismo constituye una forma
de limitación bien marcada? Al hombre,
ser temporal, le agrada hablar de lo
eterno, pero sus manejos conceptuales resultan tan inapropiados que no
alcanza a comprender la magnitud de este enfoque.
La caracterización de
Dios desde un punto de vista panteísta, está dada por el autor a través de las
palabras de Fausto y los conceptos que involucran este planteamiento, los
presentamos de la siguiente forma:
a. "El que todo lo
posee, que todo lo contiene".
Todo está en Dios, y al
mismo tiempo, Dios es ese mismo universo; se integra a él y el universo está en
Él. Es la inmanencia divina, Dios forma
parte de la creación, no es trascendente a ella.
b. La divinidad
sostiene al hombre; lo ha creado y se preocupa por él. Pero al mismo tiempo, se sostiene a sí misma.
Por eso Fausto le pregunta a Margarita: "¿No te sostiene a ti y a mí y a
Él mismo?" Dios es la causa de su propia existencia y simultáneamente es
la causa que explica al hombre.
c. También la potencia
divina se proyecta hacia el macrocosmos; en ese orden universal impera la
acción de Dios y el eterno misterio seguirá estando presente en el orgulloso
microcosmos; éste continuará su lucha por explicar a Dios sin llegar a
comprender que primero debe explicarse a sí mismo, para poder luego intentar
una aproximación a la Naturaleza, en donde el Dios inmanente comenzará a tener
un sentido.
d. Fausto sostiene así
la existencia de Dios. Es algo
inconmensurable, perfecto, capaz de llenar al hombre en todas sus
aspiraciones. Sólo basta con sentirlo,
no es necesario racionalizarlo. Y cuando
hayamos llegado a esta captación sensible, debemos llenar nuestra alma de
Él. Habremos alcanzado la felicidad y
sólo restará darle un nombre.
Estamos de nuevo frente
al problema de la palabra, ya planteado en el capítulo primero de este
libro. La denominación de Dios es
secundaria; cada hombre le llamará como quiera.
Y agrega el personaje: "Yo no sé cómo debe llamársele".
Margarita ha escuchado
atentamente a Fausto, pero interpreta en forma equivocada sus palabras:
"Casi lo mismo dice el sacerdote, pero en otros términos". Es a la inversa, el sacerdote dice todo lo
contrario que Fausto, pero con la misma terminología. La conceptualización dogmática católica no
puede estar de acuerdo con este enfoque panteísta de Dios. Decir "Dios está en todas partes",
no es igual que afirmar: "Todo es Dios".
Lo cierto es que a
Fausto no le inquieta la puntualización dogmática, como le preocupa a
Margarita, y, eventualmente, al sacerdote mencionado por ella. Lo único que le importa es reconocer a ese
Dios supremo y elevarle un cántico de alabanza en la terminología que sea. Todos los hombres tienen derecho a acceder a
la divinidad y llenarse de ella. El
problema consiste en la intransigencia ante la opinión de los demás. El hombre debe actuar como un ser libre y al
mismo tiempo, dejar en libertad de acción a los otros.
El planteamiento del
problema religioso continúa con una afirmación mucho más específica por parte
de la joven:
Por más que parezca razonable todo
cuanto dices, veo en ti algo obscuro, que me atormenta mucho, pues veo que no
eres cristiano. (p. 90)
Margarita ha seguido
muy de cerca los razonamientos de Fausto, tratando de identificar signos que le
indiquen el carácter religioso o no de los mismos. El sentido libre de las afirmaciones
fáusticas, la conduce a sostener: "No eres cristiano".
De nuevo el enfoque dogmático,
la necesidad de medir las opiniones con un término que encierre la forma de
pensamiento.
El
presagio funesto que anida en el corazón de la joven, reaparece ahora y tiene
como elemento de referencia a Mefistófeles.
Intuye algo y por eso la justificación de sus discursos cuando alude al
acompañante de su amado:
Margarita - No
puedes figurarte el horror que me causa verte en compañía...
Fausto - ¿Cómo?
Margarita - De ese hombre que
está siempre contigo. Le odio con toda mi alma.
Nada en mi vida ha herido tan profundamente mi corazón como la vista de
su odioso rostro.
Fausto - Nada temas, hija mía.
Margarita - Su presencia me
altera la sangre. No quiero mal a nadie
en el mundo; pero, así como a ti deseo verte a todas horas y gozo con tu vista,
ante la vista de ese hombre siento que se apodera de mí un secreto horror. A causa de esto, le creo un malvado;
perdóneme Dios si le injurio.
Fausto - Es preciso que haya
también en el mundo pájaros como ése.
Margarita - Imposible me sería
vivir con un ser semejante. Siempre le
he visto del mismo modo; no conoce más que dos sentimientos: la burla y la
cólera; todo lo demás le es indiferente; lleva escrito en su rostro que no
puede amar. En tus brazos me siento
feliz, libre, plenamente tuya, y, sin embargo, en presencia de él siento que se
me oprime el corazón.
Fausto - ¡Presentimientos de
ángel! (p. 90)
Goethe ha querido que
la figura de Mefistófeles aparezca subrayada aún más, mediante la aportación de
Margarita. Ella intuye algo que su
razonamiento apenas explica. La domina
el horror cuando ve a Fausto con él.
Establece una comparación basada en el contraste: junto a Fausto es
feliz, pero la sola presencia de su amigo basta para provocar su desdicha.
Cuando dice que la
burla y la cólera son los dos únicos sentimientos que anidan en Mefistófeles,
está en lo cierto. El espíritu nihilista
del demonio goetheano queda definido así desde una perspectiva distinta.
Además, continúa
Margarita, "Lleva escrito en su rostro que no puede amar".
Fausto sabe que es
cierto todo lo dicho por su amada; no puede darle la razón directamente y por
eso sus palabras: "¡Presentimientos de ángel!"
El diálogo entre los
enamorados está a punto de concluir. El
alma inferior reaparece en Fausto; su búsqueda es ahora de carácter sexual:
volvemos a los aportes conceptuales de la escena de una Calle; el tiempo ha
transcurrido raudamente, porque la vida se consume a sí misma con idéntica
premura.
Fausto afirma:
¡Ah! ¡Que nunca pueda pasar tranquilamente una
hora reposando en tu seno, estrechar mi corazón contra el tuyo y confundir mi
alma con tu alma! (p. 91)
Disfraza sus palabras
con alusiones aparentemente espirituales que encierran la intención carnal
mencionada. Margarita ha entendido el
verdadero alcance y no lo rechaza; todo lo contrario: desearía vivir sola para
recibir a Fausto en su recámara, pero la presencia de la madre lo impide:
¡Si al
menos durmiese sola! Dejaría esta noche
descorridos los cerrojos; pero mi madre apenas duerme, y si llegase a
sorprendernos me caería muerta en el acto. (p. 91)
Es importante subrayar
el grado de entrega de Margarita. Desde
el momento que lo ha resuelto, los impedimentos son de carácter
secundario. El propio Fausto da la
solución que conlleva en sí misma la tragedia: un medicamento hará que la madre
duerma y ellos podrán disfrutar del amor.
Posteriormente, al suministrárselo sin el cuidado necesario, la
matará. Desde ese instante la tragedia se
enseñorea de la existencia de la muchacha y Fausto tendrá mucha responsabilidad,
por no decir que la tiene toda.
Los momentos de
vivencia del amor ya están pasando, ya están transcurriendo en este mismo
instante. Y el minuto fugaz no llegará
nunca a ser eterno como lo había pedido el protagonista.
Posteriormente
Mefistófeles se encargará de distraer la atención del doctor mientras las
desdichas son cada vez mayores en la vida de Margarita.
En el devenir de los
hechos y con ayuda del diablo, Fausto llega a matar en duelo singular a
Valentín, hermano de Margarita. Ésta,
embarazada por Fausto y abandonada después, no puede tolerar su condición de
madre soltera. Apremiada por la cruel
sociedad, mata a su hijo. Es arrestada,
sometida a juicio y condenada a morir en el cadalso.
Enterado Fausto de lo sucedido,
obliga a Mefistófeles a regresar con él para salvar a la joven. Las motivaciones del personaje tienen mucho que ver con un intenso complejo
de culpa; este sentido de la culpa forma parte del sufrimiento fáustico.
En la escena de la
cárcel, que analizaremos a continuación, observaremos la desesperación de
Fausto al reencontrarse con la mujer que amara.
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