viernes, 19 de marzo de 2021

Sturm und Drang y romanticismo.

 

                                                  Sturm und Drang y romanticismo

 

 

            En toda Europa, Alemania es la primera nación que logra imponer un maduro y fecundo romanticismo frente al neoclasicismo.  La inicial manifestación del romanticismo alemán como corriente filosófico-literaria se ubica entre los años 1798 y 1803.[28]  Las circunstancias que motivaron esta relativamente acelerada transición entre una y otra corrientes se concentran, aunque no de forma exclusiva, en el grupo de Weimar.  Este grupo, encabezado, pese a su juventud, por Goethe, es la fuente del Sturm und Drang, movimiento cuyas actitudes explosivas buscan el equilibrio que permita la fructífera unión entre la razón y el impulso.  Desde 1777 Herder, Goethe, Schiller, Wieland y Lessing, entre otros, comenzaron a manifestar mediante escritos filosóficos, científicos, críticos y literarios su concepción del pensamiento como una actividad libre y espontánea, nutrida por las legendarias fuentes de la autóctona tradición germana, regida en todo momento por la disciplina de la crítica no dogmática.

            La influencia del Sturm und Drang en el romanticismo ha sido tradicionalmente concretada en la concepción de la poesía, el culto a la Naturaleza y el uso de fuentes populares y nacionales.  Tan somera descripción, a pesar de ser fundamentalmente cierta, precisa ser completada; para efectos de esta exposición nos limitaremos a los aspectos que involucren al autor de Fausto.

             Herder, pilar teórico del Sturm und Drang, se entregó al estudio de la Biblia y Homero, así como de sagas, poemas escandinavos, antiguos cantos populares y Shakespeare, lecturas en las que encontraba la espontánea y natural manifestación poética por excelencia.  Esta actitud librepensadora es una de las bases prerrománticas de mayor influencia en las producciones intelectuales contemporáneas y posteriores.

            Goethe simpatizó con las ideas de Herder en tal medida que durante 1770 y 1771 lo frecuentó para discutirlas.[29]  Posteriormente constituyen, junto con otros intelectuales, el citado grupo que adoptó el nombre de un drama de Maximilian Klinger.  Sobre el criterio estético de los Stürmer, consecuencia directa de los postulados filosóficos asumidos, van Tieghem comenta:

 

                                               Toda poesía, toda literatura debe brotar directamente del genio del autor, libre de tradiciones, de reglas, de sujeciones o imposiciones morales o sociales [...] el autor debía, según ellos, mantenerse original, en vez de imitar; seguir a la Naturaleza en sus ingenuidades o en sus rudezas, sin cuidarse de estilizarla por medio del arte.  Genio, originalidad y Naturaleza eran el santo y seña de aquella escuela.[30]

            En consecuencia, puede observarse que exigían de la poesía sinceridad y ruptura con los convencionalismos y una expresión directa de lo subjetivo, del alma del autor; de aquí que se auto designaran "genios originales".

            Como anteriormente señalamos, Goethe fue el líder del Sturm und Drang, destacado por su carácter rigurosamente disciplinado y su genialidad.  Él como nadie encarna el prerromanticismo bajo sus dos aspectos principales: el osado impulso que derriba lindes mojoneros y la ensoñación melancólica que sigue a la depresión.[31]

            Sus impulsos creadores se manifiestan en actitudes tales como la de iniciar y abandonar escritos de la magnitud de Fausto; afortunadamente concluido, a instancias de sus amigos, poco antes de la muerte del autor.  Indudablemente se propuso y logró subordinar el enérgico torrente de su carácter al genio racionalmente organizado, tal como lo escribió en Wilhelm Meister: "una fuerza en nosotros es capaz de suscitar lo que debe ser".[32]  En esto consistió su sabiduría equilibrada, principal diferencia entre su personalidad y las del resto del grupo.

            En el marco conceptual de los Stürmer la Naturaleza se considera energía regente del universo moral tanto como del material.  Esta idea les lleva a manifestarse a partir del libre impulso, de la exteriorización de los aspectos internos y eternos del hombre original tales como sus pasiones y deseos, su carácter y todo aquello que permanece después de excluir los vanos ornamentos de la etiqueta, las normas y la civilización, cuyas exigencias se inclinan por fundir al individuo en la masa colectiva anónima.

 

 

            En la filosofía de Goethe "el inconsciente es la raíz del ser humano, su punto de inserción en el vasto proceso de la Naturaleza",[33] es lugar desde el cual surge el ímpetu, el impulso creador que distingue al individuo a la par que lo eleva cual copartícipe de la Naturaleza, universo en el que todo confluye armoniosamente.

            El auténtico genio creador es tempestuoso, hombre de carácter forjado.  Así lo prueba la siguiente afirmación crítica de Goethe frente a la personalidad del príncipe Hamlet:

Una naturaleza hermosa, pura, noble, altamente moral, sin la fuerza vital que hace al héroe, sucumbe bajo un peso que no puede ni llevar ni arrojar.[34]

            En la Alemania de los Stürmer, sólo un espíritu templado podía ser capaz de conjuntar exitosamente los contrastantes extremos que éstos exigían.  Como muestra de esta actitud en la literatura, véase la siguiente afirmación de Goethe:

En los griegos y en algunos romanos encontramos una separación y una depuración de los diferentes géneros poéticos, pero a nosotros los nórdicos no se nos pueden proponer exclusivamente aquellos modelos.  Disponemos de otros antepasados de quienes gloriarnos, y tenemos varios modelos a la vista.  Si no hubiera sido por el sesgo romántico de los siglos bárbaros, lo monstruoso y lo trivial  no hubiera [sic] entrado en contacto y no tendríamos un Hamlet, un Lear, una Devoción de la cruz, un Príncipe constante.  Y mantenernos animosamente en la cumbre de estas ventajas bárbaras, puesto que nunca estaremos en las condiciones de los antiguos, es nuestra obligación.[35]

            En la producción intelectual, Goethe vuelca su concepción de la Naturaleza como unidad vivida en lo individual, cosmos experimentado simbólicamente en las particulares manifestaciones dinámicas, equilibrio entre el todo y sus partes.  Como bien señala Béguin, para los Stürmer:

 

 

 

                                                           La obra de arte es un objeto, y, como tal, algo finito; indudablemente, este objeto y su forma son portadores del infinito, pero no podemos percibirlo, sino amando el objeto tal como es, en su medida.  Sucede lo que con el instante, en el cual se concentra la eternidad, pero que para nosotros sigue siendo el instante.[36]           

            Estamos aquí frente al panteísmo goetheano, herencia del spinozismo, como ya se verá más adelante, que en el marco del romanticismo y sus antecedentes postula la divinidad per se del universo cuya inmanente ley rige igualmente al hombre:

Así como cada instante se basta y se justifica por sí solo, así también cada ser, cada hombre, forma un todo que tiene sus límites y la obligación de su propia perfección.[37]

            Éste fue el punto de partida del joven Goethe, la búsqueda de un equilibrio en el que confluyeran armoniosamente tanto sus tensiones interiores como las contradicciones de la época, equilibrio que mantendría su ser inserto en el flujo de la vida cósmica.



    [28] Cfr. Paul van Tieghem, El romanticismo en la literatura europea, Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, México, 1958, p. 96.

    [29] Cfr. Ibidem, p. 24.

    [30] Idem.

    [31] Ibid, p. 25.

    [32] Citado por Albert Béguin, Creación y destino. I. Ensayos de crítica literaria. F.C.E., México, 1986, p. 33.

    [33]  Albert Béguin, op. cit., p. 65.

    [34] Citado por Erich Auerbach, Mimesis; la representación de la realidad en la literatura occidental, F.C.E., México, 1982, p. 310.

    [35] Citado por Erich Auerbach, op. cit., p. 311.

    [36] Albert Béguin, El alma romántica y el sueño. Ensayo sobre el romanticismo alemán y la poesía francesa, F.C.E., México, 1981, p. 86.

    [37] Ibidem, p.89.

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