El dogmatismo de Wagner.
Su discípulo, Wagner, habiendo acumulado una
serie de datos cree que ya es sabio. Es el producto arcaico de una ciencia
pedante.
Cuando Wagner ingresa
al gabinete de estudio, parte de supuestos establecidos por él mismo, razón por
la que sus discursos constituyen una modalidad sorda de expresión: pregunta y
se responde solo.
Le interesa el arte de
la declamación y nadie mejor que Fausto para transmitírselo. Sin embargo, la condición arrogante de Wagner
se expresa con toda su fuerza; se cree dueño del conocimiento, no quiere caer
en ninguna forma de subestimación y quizás por esto mismo habla constantemente
y parece no otorgar mucho valor a la réplica del anciano doctor.
Esta falta de
comunicación se debe a la miopía intelectual de Wagner, quien no puede ubicarse
en el nivel discursivo de su maestro, su limitada competencia le impide incluso
captar el sentido mordazmente irónico de las palabras del científico.
Obsérvese que el
aprendiz habla de los mismos temas que su maestro, pero les da una solución y
un enfoque naturalmente diferentes. Como
ejemplo presentamos su segunda intervención, en la cual alude a la soledad del
genio y a la incomprensión de la masa.
¡Ah! Cuando uno está siempre retirado en su
gabinete, sin ver a la gente más que en los días festivos, y de lejos, y a
través de un cristal, ¿cómo podrá nunca arrastrarla por medio de la persuasión?
(p. 19)
Aunque su comentario
expresa añoranza del mundo, está lejos de sentir la pena que embarga a Fausto
cuando éste se entrega a la racional observación de los demás hombres.
Fausto hace referencia
al tema de la vocación para el desempeño de cualquier actividad humana; destaca
con ello la importancia del entusiasmo con el que debemos volcarnos a nuestras
actividades, porque gracias a ese mismo interés lograremos atraer más
personas. Si partimos de un cierto
determinismo de las situaciones, es posible sostener que el hombre ha nacido
básicamente para trabajar y estudiar.
Pero de acuerdo con los postulados de la corriente romántica, nada hay
más hermoso que entregarse con amor a lo que hacemos. El doctor es un hombre de acción y se subleva
ante el quietismo de Wagner.
Si profundizamos en las
reflexiones del criado, comprobamos que sus ideas carecen de claridad, razón
por la que su maestro considera necesario exhortarle a no olvidar que es muy
fácil actuar para beneplácito de la multitud —ténganse presentes los conceptos
expresados por el Poeta en el "Prólogo en el teatro"— pero lo
más difícil consiste en llevar la admiración a una minoría de hombres realmente
sedientos; esto último no se conseguirá si el ejercicio de la oratoria no brota
del fondo del corazón.
Wagner no ha escuchado
esta arenga. Lo notamos en su respuesta:
Con
todo, es innegable que el desembarazo da gran importancia al orador; y estoy
muy lejos de tener semejante cualidad. (p. 19)
Continúa en un
egocentrismo total. Se aferra a la idea
original que lo llevó hasta la habitación de su maestro: conocer y dominar el
arte de la declamación. Por esa entrega
sin condiciones al conocimiento positivo, el criado ha olvidado la totalidad
del problema y no sabe diferenciar lo fundamental de lo accesorio. Es la antítesis del actual Fausto, de éste
que conocemos desde el comienzo de la tragedia y como elemento antitético
podemos imaginarnos la repulsión que provoca en el anciano doctor.
Pero el protagonista no
expresa su desilusión, sino que intenta una causa imposible: convencerlo del
error en que se encuentra. Los discursos
grandilocuentes quedan para los tontos, para los que requieren del tráfico de
palabras a los efectos de crear un ambiente ornamental que sustituya a las
ruinas de nuestro propio saber.
La posición
abiertamente dogmática del fámulo, increíblemente optimista ante el problema
del conocimiento, parece tener ciertas vacilaciones como las que manifiesta en
el siguiente discurso:
¡Ay,
Dios mío! El arte es largo y nuestra
vida corta. De mí sé decir que, en medio
de mis lucubraciones críticas, siento a menudo turbárseme la cabeza y el
corazón. ¡Qué de dificultades para
alcanzar los medios que han de conducirnos al conocimiento de las causas! [...]
(pp. 19-20)
Está plenamente seguro
de lograr el fin; si no lo consigue como hombre individual, lo logrará a través
de la historia del hombre; sus continuadores arribarán a los seguros puertos
del conocimiento, si es que él no tiene tiempo de obtenerlo. ¡Vana presunción es ésta! Mucho más vana si la consideramos a la luz de
los planteamientos fáusticos.
El discurso con el que
Wagner cierra su primera intervención manifiesta su pena por tener que retirarse
del cuarto de estudio de su preceptor y no poder continuar hablando de los
insulsos temas propios de su interés.
Las palabras finales
mueven a risa y al mismo tiempo provocan una desesperación sin límite, porque
provienen de una mente enferma, obnubilada, equivocada... pero jactanciosa de
su propia ignorancia. Goethe se ha
encargado de señalar que la Alemania de su siglo estaba llena de ellos;
nosotros, hombres del siglo XX, podemos verlo a cada momento y por eso, quizás,
no nos conmueva tanto. Es un mal del
hombre desde que éste alcanzó su condición de tal.
Presentamos a
continuación la despedida de Wagner:
Me he
entregado con ardor al estudio; y si bien es verdad que ya sé mucho, deseo, sin
embargo, llegar a saberlo todo. (p. 20)
Lo único positivo,
rescatable de estas palabras, es el optimismo que conllevan en su formulación;
así también pensó Fausto en su juventud.
Pero, lo más doloroso, es la certeza con que se pronuncian y el mal que
pueden causar en otros hombres.
El criado está convencido
de su verdad y, conociendo su condición personal, quizás nunca llegue a los
términos fáusticos de la decepción y la amargura.
La presencia de Wagner
sirvió, dramáticamente, para permitir un descanso al espectador, un alivio de
la tensión creada durante el desarrollo de la escena del Espíritu de la Tierra.
Fausto vuelve a caer en
el pesimismo e inicia su segundo monólogo.
Segundo
monólogo de Fausto
La primera parte de
este segundo monólogo viene a justificar el porqué Fausto no reaccionó
violentamente ante Wagner, al mismo tiempo que manifiesta cierta conmiseración
muy explicable hacia su criado. El
hombre, según el personaje, es el ser más increíble; la esperanza lo acompaña
constantemente y no lo abandona ni siquiera en los momentos de mayor evidencia. Pero esta misma esperanza actúa cegándolo, no
le permite ver la realidad. El ser
humano está caracterizado por una continua búsqueda que no llega a dar frutos
apetecibles nunca, la reacción común del mediocre es la satisfacción de
encontrar un gusano.
Fausto repudia a Wagner
en este monólogo, al igual que en el primero había rechazado a todos los que se
titulaban maestros y doctores. Se
formula una pregunta que siente como innecesaria en el mismo momento de planteársela:
¿Cómo
es posible que la voz de este hombre haya resonado en este sitio donde me ha
rodeado una legión de espíritus? Pero no
importa; te lo agradezco por esta vez, aunque seas el más miserable de los
hijos de la tierra, ya que me has librado de la desesperación que empezaba a
trastornar mis sentidos. (p. 21)
Wagner fue el pretexto
mediante el cual Fausto pudo librarse de aquella fuerza tan hermosa, pero tan
atemorizante a la vez. Llama la atención
la claridad de pensamiento que se mantiene en el anciano científico a pesar de
las innumerables experiencias vividas en apenas unos minutos. No pierde la noción de lo que sucede; todos
sus sentidos están atentos, porque su espíritu sabe que está enfrentando un
momento sublime.
Olvidando a su criado,
recrea lo sucedido con el Espíritu de la Tierra y siente vergüenza ante su
presuntuoso orgullo que lo llevara a considerarse la imagen de un Dios. Ciertamente, la visión directa de las fuerzas
activas, motivó y acicateó al anciano doctor.
Lo hicieron sentirse joven otra vez y lo elevaron por encima de los
demás hombres. Pero todo esto, ¿para
qué?, para dejarlo caer, de pronto, en el abismo más hondo de desesperación y
miseria.
Deplora lo sucedido en
angustioso lamento:
Imposible
me será igualarme a ti; si he tenido fuerza para atraerte, en cambio me ha
faltado la de poder conservarte. ¡En
aquel dichoso instante me sentía tan pequeño y tan grande a la vez...! ¿Por qué con tanta violencia me hundiste de
nuevo en la incertidumbre de la humanidad?
¿Quién podrá instruirme ahora?
¿Cómo saber lo que debo evitar?
¿Debo ceder al impulso que me agita?
¡Ay! Nuestros actos, como
nuestros sentimientos, no detienen el curso de nuestra vida. (p. 21)
Fausto se manifiesta,
así como un espíritu dual. Sus
oscilaciones van desde la esfera del "superhombre" hasta descender a
la categoría de vil mortal. Ha estado en
contacto directo con la realidad afiebrada del universo, con ese impulso
creador que no conoce descanso. La
metafísica goetheana se alimenta de la acción y por eso se siente totalmente
afín con ella, pero simultáneamente se le imponen las limitaciones inherentes
al hombre y éste se ve en la necesidad de reubicarse. Toda reubicación implica el abandono de
ideales concebidos en los momentos de esplendor: esto es lo que acontece al
anciano doctor.
Hay algo esencial que
no podemos dejar de lado. El lamento de
Fausto, "si he tenido fuerza para atraerte, en cambio me ha faltado la de
poder conservarte" (p. 21), establece la diferencia que existe entre la
simple contemplación y la acción directa.
Es cierto también que todo espectador cae inconscientemente en la trampa
de creerse actor. Pero Fausto ha
entendido que él ha tenido la capacidad de atraer al espíritu, pero no pudo
conservarlo. Este caso plantea un
paralelismo con lo sucedido durante la experiencia de la magia en el primer
monólogo: "¿En dónde podré asirte naturaleza infinita?" (p. 16)
Las consideraciones del
primer monólogo tuvieron como temas centrales: la ciencia, la magia, la
búsqueda de la Naturaleza y los cuestionamientos de Fausto en torno a estos
aspectos.
El segundo monólogo
presenta una carga mayor de desazón, precisamente, porque ha podido ver en el
más amplio sentido de la expresión. Aquí
se ha cumplido ya una de las aspiraciones planteadas al principio, pero se han
llevado a cabo de manera incompleta. Así
volvemos al tema de la parcialización que ocupa el lugar de la totalidad
inexistente.
Ahora bien, el
personaje debe sentirse más solo que antes y por eso, quizás, empieza a pensar
en la muerte como una forma de no meditar más, como una de las tantas maneras
del olvido.
Por todo lo dicho, el
sentido de este monólogo radica en el reconocimiento de su inferioridad, su
impotencia y su debilidad ante los espíritus, o mejor dicho, ante el Espíritu
de la Tierra. Se manifiesta también un sentimiento de abandono.
Toda la gama de matices
finísimos que se desplazan por medio de contrarios desde la noción de grandeza
inicial hasta ese sentimiento de abandono, de pequeñez, de angustia, anidan en
el espíritu fáustico y son la causa de su hondo conflicto.
Para fundamentar la
idea de pequeñez recurramos a una de las afirmaciones del personaje en el
presente texto:
No, no
me siento semejante a los dioses; no, demasiado veo mi miseria; sólo al vil
gusano me parezco, al gusano que se alimenta del polvo, en el que le aplasta y
sepulta el pie del que acierta a pasar. (p.21)
Confiesa a sí mismo el horrible pecado de
soberbia y basta observar sus limitaciones para poder sostener lo primero.
El hombre puede ser
acción parcial que lucha por integrarse a la acción universal. Wagner es quietista, porque sus propios
conceptos lo amarran a una determinada forma de ver los fenómenos y nunca va a
cambiar. Fausto, a diferencia de su
criado, se ha dado cuenta de su postura quietista ante el problema del
conocimiento y no quiere que las cosas sucedan así. Sabe también que está llamado a la acción,
pero es demasiado pretencioso; no ha encontrado el punto medio. Su concientización de los hechos lo aleja de
Wagner, pero no necesariamente lo acerca a la Naturaleza plena. Será imprescindible un mayor esfuerzo de
ubicación, una nueva búsqueda que le señale la verdad o por lo menos el camino
de ella.
En el terreno
filosófico, el Fausto que conocemos desde el primer monólogo, es un hombre
primordialmente empírico. La experiencia
lo ha llevado por los diferentes terrenos mencionados y no tiene miedo de
seguir intentándolo.
Ahora le corresponde
una más que bien podría ser la definitiva: el suicidio.
Cuando se dispone a
beber un licor que embriaga súbitamente y que él mismo ha preparado, se escucha
un coro de ángeles que entonan cánticos festejando la resurrección del
Señor. Fausto se detiene y exclama:
Cantos
celestiales, potentes y dulces, ¿por qué me buscáis en el polvo? Dirigíos más bien a aquellos a quienes podéis
aún consolar; oigo la nueva que me traéis, pero me falta la fe para creer en
ella, y el milagro es el hijo querido de la fe.
No puedo elevarme hacia esas esferas en que resuena tan fausta nueva; y,
sin embargo, esas dulces voces a cuyo arrullo me dormí en la infancia, me
vuelven nuevamente a la vida. (p. 21)
Es un día importante
para las celebraciones religiosas. En el
anciano científico, estas celebraciones aparecen unidas a los recuerdos de su
infancia; la asociación es inevitable.
"La memoria involuntaria" como decía Marcel Proust, actúa en
este momento. El personaje se entrega a
la reflexión, como es su costumbre y subraya algo muy doloroso: "me falta
la fe".
Fausto necesita
creer. Esta afirmación resulta
fronteriza entre la teología y la metafísica.
El hombre necesita tener fe para creer en ese Dios tantas veces intuido,
pero cuando no la posee recurre a los insuficientes argumentos de la teología
para caer en una desazón mayor. Por eso
Goethe prefiere el manejo de su propia metafísica, en donde no hay lugares
comunes ni presupuestos inevitables, en donde no imperan los dogmatismos, sino
la libertad de conciencia que le permiten gritar que no tiene fe.
A pesar de esta
ausencia, los cantos celestiales recuperan a Fausto: "esas dulces voces a
cuyo arrullo me dormí en la infancia me vuelven nuevamente a la vida". (p.
21)
Aparece condensado aquí
todo el propósito que Fausto tiene de reintegrarse a la vida.
El intento de suicidio
se enmarca en una conceptualización romántica que desdeñaba toda forma de
autoridad sobre el cuerpo y reclamaba la total libertad de acción, hasta el
extremo de quitarse la vida si era necesario.
El romántico no podía admitir a un hombre aferrado a la existencia cuando
realmente no lo deseaba y por eso abría para él el camino del
autoaniquilamiento.
Pero la capacidad de
raciocinio del ser humano y en este caso de Fausto, lo conducen a un permanente
cuestionamiento de sus actos. En el
terreno filosófico este cuestionamiento posee gran importancia y aparece motivado
por los cantos de Pascua.
Asimismo, no debemos
considerar al arrepentimiento del personaje como un acto de fe, ya que él ha
sostenido que no la tiene. Si
atribuyéramos a la fe este mérito, estaríamos en el terreno de una teología;
pero sabemos que Fausto se salva por el valor que poseen esos cantos en sí
mismos, sin connotaciones religiosas.
Son voces que provienen de la infancia, que reavivan todo un mundo de
nostalgias, que lo ubican de nuevo en su preciada juventud.
En la metafísica
goetheana, el gran pecado del hombre consiste en haberse separado de la
Naturaleza; reintegrarse a la vida es reintegrarse a la Naturaleza.
Reaparece aquí el
sentido dionisiaco del que hablará Nietzsche.
Lo dionisiaco es la fuerza por la cual se retorna a la vida, a la
Naturaleza.
Para Fausto la
existencia es un mar inmenso, un huracán constante; es dinamismo permanente.
Él ha sido un asceta,
un hombre espiritual; su desarrollo como individuo estuvo consagrado al saber,
a la inteligencia, al espíritu. En ese conflicto
entre la vida y el espíritu, que aquí aparece expresado en términos
filosóficos, es la representación del enfrentamiento entre el principio
espiritual y el principio vital, entre el ascetismo y las exigencias de la vida
mundana.
Fausto, que hasta ahora
se había entregado a la experiencia del espíritu, comenzará su experiencia
mundana; por eso exclama: "me vuelven nuevamente a la vida". (p. 23)
El instinto telúrico,
lo que ata siempre al hombre, lo conduce a encontrar este nuevo camino.
Existe una relación
meramente simbólica entre la festividad de Pascua de resurrección y el rescate
de Fausto. Él tiene la oportunidad de
volver a empezar, porque posiblemente el suicidio hubiera comprometido su
situación moral.
Es también
característica romántica este constante fluctuar del personaje. Ahora irá a la búsqueda de los demás hombres
y renacerá en él el deseo de la vida.
Haremos un breve
análisis de la escena titulada FRENTE A LA CIUDAD, para que nos sirva como
preámbulo al importante tercer monólogo de Fausto en donde éste lleva a cabo la
traducción de las primeras palabras del Evangelio según san Juan.
Frente
a la ciudad
Paseo
de Fausto y Wagner
Fausto y Wagner se
dirigen a la aldea. Ésta representa el
mundo ingenuo, sencillo, sin complicaciones, el mundo más próximo a la
Naturaleza de la que había sido apartado Fausto. En este mundo ve la admiración y la sencillez
y puede observar también soldados y mujeres que se divierten. Todos estos hombres se han liberado,
precisamente, de las obligaciones que impone la formación intelectual y la
civilización, de aquello que es artificial; en pocas palabras, de la
sociedad. Este mundo sencillo de la
aldea parece resucitar ante los ojos de Fausto y la resurrección tiene el
sentido del retorno a la Naturaleza.
El personaje no
consigue identificarse con el pueblo: se encuentra en un plano demasiado
elevado para poder descender al mundo de los hombres.
En este mundo que el
anciano doctor parece descubrir se ofrecen importantes valores de época. Esa alegría vital que caracteriza a los
aldeanos quiere imponerse por sobre todo otro concepto para configurar una
imagen folclórica. Es el pueblo, es el
hombre común y corriente; no se trata ni del decepcionado maestro, ni del
dogmático Wagner; son otros seres que probablemente nunca van a llegar a
formularse las preguntas de uno ni los cuestionamientos elementales del otro.
Pero existen en el mismo mundo que Fausto y, lo que más debe subrayarse, son
felices. Sin duda la Naturaleza los
considera como parte integrante y el científico no ha comprendido que retornar
a ella implica, de alguna manera, rescatar conceptos vírgenes que aquí, en este
pueblo, se hallan intactos. Quizás no
sea éste el camino, y de hecho no lo es; pero lo importante radica en reconocer
las vías de acceso a la Naturaleza y escoger aquélla que consideremos más
adecuada a nuestra posición actual.
El hombre está
configurado por dos realidades, de acuerdo con el pensamiento dualista que
descubrimos en más de una ocasión en la filosofía goetheana, que resulta complementado por la reflexión
monista en torno al tema de Dios, heredada de Spinoza.[61]
En medio de este
dualismo, Fausto siente por un lado el llamado de la vida como una fuerza
meramente animal y por otro linvocación de su espíritu. Como consecuencia de la existencia de la
primera, el hombre no hubiera llegado a ser más que un animal
evolucionado. Pero simultáneamente, el
principio espiritual es el causante de la "enfermedad" del hombre, o
mejor dicho es ese mismo mal.
Los románticos hablarán
durante del siglo XIX de "el mal del siglo" retomando este concepto
inicial de "enfermedad del hombre".
Por lo tanto, al
encontrarse el personaje ante la puerta de la ciudad y rodeado de toda clase de
gente humilde, afirma: "Aquí puedo decir que soy hombre, aquí me atrevo a
serlo". (p. 28)
Manifiesta una
conceptualización importante; él ha sido hasta hoy un ser solitario, apartado
de la comunidad; ahora quiere estar confundido con esa comunidad ingenua y eso
lo acerca a la vida. Pero, a pesar de todo,
no puede mezclarse con esta gente sencilla, porque ya el sentimiento de
distancia que le daba la superioridad alcanzada en su ascetismo espiritual, es
tan poderoso que se halla inhabilitado para retornar a la fuente de la
ingenuidad.
Estos hombres han
estado más cerca de la Naturaleza que Fausto y éste se ha alejado cada vez más
por los laberintos de sus pretendidos conocimientos.
En Nietzsche, estos dos
conceptos van a tomar las formas de lo apolíneo y lo dionisiaco. Mencionamos al filósofo alemán del siglo XIX,
porque será él quien recree esta conceptualización desarrollada anteriormente
por los griegos; de manera simultánea, Goethe parece haber entendido el mensaje
del pensamiento grecolatino en este sentido y por eso establecemos la
comparación.
Nietzsche en su obra El
nacimiento de la tragedia, dice en relación con el pensamiento dionisiaco:
Bajo
la magia de lo dionisiaco no sólo se renueva la alianza entre los seres
humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta
de reconciliación con su hijo perdido, el hombre.[62]
En
el análisis que estamos llevando a cabo, lo dionisiaco está constituido por
esta voluntad de vivir; se ubicaría en el entorno de un llamado de esa misma
Naturaleza para que el hombre se reintegre a su seno original.
El autor de El
nacimiento de la tragedia dice en relación con el enfoque apolíneo:
Esta
alegre necesidad propia de la experiencia onírica fue expresada asimismo por
los griegos en su Apolo: Apolo, en cuanto dios de todas las fuerzas figurativas,
es a la vez el dios vaticinador. Él, que
es, según su raíz, el "Resplandeciente", la divinidad de la luz,
domina también la bella apariencia del mundo interno de la fantasía.[63]
Por lo tanto, lo
apolíneo es el equilibrio, la armonía, la mesura, la sofrosine como dirían los
griegos. Lo dionisiaco está representado
por las fuerzas oscuras que hacen que el hombre siga siendo un ser ligado a la
tierra, a la vida, a la Naturaleza, puesto que en el fondo, siempre la vida
reclama sus derechos; como dice Fausto: "La tierra me recupera"; el
espíritu por lo tanto no ha sido tan eficaz como para suprimir del todo lo que
ata al hombre a la vida.
La necesaria
interrelación entre lo apolíneo y lo dionisiaco aparece explicada por Nietzsche
al comienzo del capítulo primero de la mencionada obra:
Mucho
es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no
sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de
que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y lo
dionisiaco: de modo similar a como la generación depende de la dualidad de los
sexos, entre los cuales la lucha es constante y la reconciliación se efectúa
sólo periódicamente.[64]
Por eso, el aislamiento
del ser humano, su consagrarse por entero a la vida del espíritu, significa un
empobrecimiento de su reserva vital.
El espíritu necesita
vida, de lo contrario ésta se debilita, la energía y la reserva vital se
reducen y es por esto que nos encontramos con la tragedia fáustica. Finalmente el instinto telúrico lo llama y el
alma de Fausto va a la Naturaleza, no con el propósito especulativo de conocer
y desentrañar sus misterios, sino con una auténtica intención dionisiaca.
Pero Fausto retorna con
una amarga decepción: él ya no puede ser un hombre como los demás; no puede
confundirse con este mundo de aldeanos; sigue siendo Fausto.
Nuevas experiencias lo
aguardan y ellas vienen a demostrar que el anciano doctor no se amedrenta ante
nada, continúa luchando, su búsqueda es constante.
Deciden regresar a la
casa y advierten la insistencia de un perro en seguirlos. Se trata de Mefistófeles que adopta así una
de las tantas máscaras con que se revestirá durante el desarrollo de la
tragedia. Ciertamente, en la tradición
medieval, el perro es una de las formas preferidas por el demonio.
En el caso de
Mefistófeles la fundamentación teórica es otra.
Él ha dicho que todo es igual: el bien, el mal, el impudor y la virtud;
concede muy poca importancia a la forma del hombre y esto está muy de acuerdo
con su filosofía de la ironía, de la negación.
El hombre no vale por sí mismo y por ello es indiferente adoptar su
forma o la de un perro. Paralelamente,
corresponde recordar que la figura del perro constituye el emblema del cinismo
en la conceptualización de Diógenes, dicha afirmación no hace más que
corroborar la presencia de esta característica en el comportamiento de
Mefistófeles. En el Breve diccionario
etimológico de Corominas figura la siguiente definición:
CÍNICO, 1490, latín cynicus. Tom. del gr. kynikós
'perteneciente a la escuela cínica', propiamente 'de perro, perteneciente al
perro', deriv. de kyón, kynós, 'perro'.[65]
Al
ingresar Fausto en su gabinete de estudio es seguido por el perro; se inicia
así la escena correspondiente a la traducción del evangelio según san Juan a
cargo de Fausto.
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