Monólogo de Fausto en el cuarto de Margarita.
Debido al marcado carácter
filosófico que predomina en el drama, el monólogo resulta uno de los recursos
más válidos en el orden conceptual, porque permite al personaje expresarse
clara y sinceramente. En la intimidad de su ser, nos dice su
verdad.
Fausto está solo con su
conciencia; el antecedente necesario para esta escena, está dado por el primer
encuentro con Margarita. Observa a su
alrededor y cuando creíamos que iba a reaparecer aquel sentido erótico expresado
en la escena anterior, todo se vuelve muy diferente.
Predomina el espíritu
apolíneo representado por el alma superior de Fausto; ha llegado a este lugar
con otras intenciones, pero algo que no puede explicarse en seguida, lo conduce
al dominio espiritual mientras olvida las pasiones dominantes del primer
encuentro.
El protagonista es un
hombre romántico, por lo tanto marcadamente fluctuante. Este monólogo tiene el carácter de una
reflexión previa a las acciones comprendidas en la "Tragedia de Margarita". Desde sus primeras palabras comprendemos que
algo sucede en Fausto; ciertamente no es el mismo: “¡Salud, dulce crepúsculo,
que penetras en este santuario; ven a mi corazón, grata pena de amor, que te nutres
dulcemente del rocío de la esperanza!}” (p. 70)
Llama
"santuario" al humilde cuarto de la joven e invoca al crepúsculo; de
esta forma establece la relación entre la naturaleza y el ambiente cerrado de
esa habitación. Recordamos el gabinete
de estudio, también cerrado, pero en este recinto parece que la naturaleza ha
penetrado sin necesidad de ir por ella.
El lugar se llena con la presencia espiritual de Margarita, descubierta
en todos y cada uno de los elementos que aquí se encuentran. El personaje refiere su discurso inicial al
tema del amor y la esperanza. Su
lenguaje es metafórico y al mismo tiempo refleja, valga la redundancia, la
pequeñez de su microcosmos.
Todo está lleno de paz,
de amor, de naturaleza. Corroboraremos
inmediatamente, que el único extraño es el propio Fausto.
Al mismo tiempo, el
protagonista va descubriendo de manera paulatina, ese mundo hermoso que
pertenece a la joven y en el cual él se involucrará a partir de hoy:
¡Cómo
respira todo aquí paz, orden y contento!
¡Cuánta abundancia en esta pobreza, cuánta dicha en este calabozo! (p.
70)
Las consideraciones
comienzan a revestirse paulatinamente de un carácter filosófico, al mismo
tiempo que renace la vieja problemática fáustica. No se necesitan grandes palacios ni tesoros
incontables para acceder a la felicidad.
El empleo del doble oxímoron reflejado en la traducción que manejamos,
constituye un indicio claro de la ajenidad del protagonista en relación con
este mundo.
Después de descubrir
las características del ambiente mediante la enumeración de vocablos
significativos: paz, orden y contento; resalta el contraste entre los términos
polarizados: abundancia-pobreza, dicha-calabozo. ¡Cuán compleja es la condición humana! Semánticamente la abundancia que impera en
medio de la pobreza alude a la faceta espiritual que se complace de vivir en
paz. También puede haber dicha en lo que
aparece como un verdadero encierro. Todo
consiste en estar en armonía con uno mismo.
La naturaleza puede llegar a ser nuestra aliada en esta búsqueda, pero
debemos aceptar la complejidad de nuestro ser; reconocer, como se ve obligado a
hacerlo Fausto, que la verdadera dicha está en nosotros y que él no es feliz,
porque nunca aprendió a valorar la trascendencia de los pequeños momentos. Su alma de súper hombre le exige más allá de
lo que nadie pueda darle y al ver esta habitación llena de la presencia del
espíritu placentero, comprende la magnitud de su propio problema.
Sentado en un sillón
continúa su monólogo:
¡Recíbeme,
oh tú, que has tenido los brazos siempre abiertos para recibir a las pasadas
generaciones, tanto en su dolor como en su alegría! ¡Cuántas veces los niños en tropel se habían
suspendido en derredor de este trono patriarcal! Acaso mi amada, llena de agradecimiento por
la alegría de la Navidad, se habrá inclinado aquí más de una vez, con sus
frescas mejillas de niña, a besar, piadosa, la mano arrugada de su abuelo. (pp.
70-71)
Recrea situaciones
pasadas con fundamento en lo que puede ser su propia experiencia de
hombre. Alude al constante devenir de la
vida, a las generaciones que pasan, al tiempo que transcurre implacable. Los términos antitéticos continúan rigiendo
el desarrollo conceptual del monólogo: pasado-presente, dolor-alegría,
presencia-soledad.
Y en medio de todo ese
movimiento, la mujer amada y un momento trascendente: el de la Navidad, con
todo lo que esta fecha conlleva de alegría y nostalgia simultáneas. Observemos que la incorporación de Margarita
al contexto, no se da en términos eróticos, sino todo lo contrario; ella es la
imagen de la niña candorosa que se acercaba a besar la mano rugosa del abuelo.
Sigue la determinación de
ciertas características de la amada que nos permiten observarla como una mujer
romántica:
Siento
vagar en torno mío, ¡oh hermosa niña!, ese
espíritu
de economía y de orden que te instruye cada día como una tierna madre, que te
inspira el modo cómo debe tenderse el tapete sobre la mesa, y te indica hasta
la manera de esparcir la arena sobre el pavimento. ¡Oh mano amada, mano divina, por la cual la
cabaña se ha convertido en paraíso! (p. 70)
El ideal de belleza
romántico, ha sido muy mal interpretado a través del proceso literario. Goethe planteó claramente cuáles deberían de
ser estas características. Sobresale esa
capacidad para estar al frente de una casa haciendo gala de un espíritu
doméstico, de orden, de una actitud maternal, que la ubique no sólo en su
condición de mujer, sino también en su situación de custodia permanente del
hogar.
Se detiene asimismo a
contemplar el lecho y siente que un extraño delirio se apodera de él. En ese lugar, la Naturaleza terminó de
completar la obra de ese ángel divino que es Margarita. Ubicamos la conceptualización religiosa
monista de Goethe:
Ahí
fue, ¡oh Naturaleza!, donde en dulces sueños completaste aquel ángel nacido de
la tierra; ahí donde reposa aquella niña, cuyo tierno seno palpita de calor, de
vida; ahí en donde una pura y santa actividad se desenvolvió la imagen de los
dioses! (p. 70)
Retomamos el concepto
Dios-Naturaleza. Dios es el creador
inmanente de todos los seres; es decir, todo se desprende de Él, y no permanece
ajeno a la creación. De esa forma ha
creado la dulce realidad que es Margarita, la ha conservado y la ha
perfeccionado. Ella es parte de Dios al
igual que lo es Fausto, y de la misma manera se da la coparticipación del
universo entero. Es preciso que el
protagonista alcance a comprender la perfección de la joven como derivada del
don supremo de la divinidad. En la
medida en que acceda a este conocimiento, será consciente del triste papel que
le tocará cumplir en la vida de la muchacha.
En cierta forma ya lo
presiente, cuando interrumpe su monólogo para interrogarse a sí mismo, para
interpelarse acerca del papel que está cumpliendo en este momento.
El desdoblamiento de la
persona que habla se produce cuando ha llegado a captar con toda su fuerza la
presencia del alma de Margarita en esta habitación. Esta presencia espiritual lo llena todo, y
los acentos sensuales de Fausto, parecen no tener ningún sentido en este
ambiente.
Y a
ti, ¿quién te ha conducido aquí? ¡Cuán
profunda es la emoción que siento! ¿Qué
vienes a buscar aquí? ¿Por qué de este
modo se oprime mi pecho? ¡Miserable
Fausto, ya no te reconozco! (p. 70)
El discurso presenta un
movimiento dramático que se desplaza del "tú" al "yo". Observemos cómo los enunciados fluctúan entre
estas dos personas gramaticales: el primero de ellos plantea el desdoblamiento:
se dirige a un "tú" que es él mismo.
El segundo, vuelve a expresarse en primera persona y así,
alternadamente, continúa dándose en las tres restantes oraciones.
El fragmento citado
comienza en el entorno del mencionado desdoblamiento y concluye de igual
manera. El protagonista se recrimina
duramente. A parte de considerarse un
extraño, parece perder, por momentos, la idea de localización individual. Sus preguntas conllevan un hondo carácter
existencial, un inmenso reproche a su condición de intruso.
El discurso analizado
aparece integrado por oraciones interrogativas y admirativas. Las interrogativas son de carácter retórico,
puesto que él conoce demasiado bien la respuesta. Las admirativas son portadoras de la
reflexión y, sobre todo la última, formula el hondo reproche: "¡Miserable
Fausto, ya no te reconozco!"
Esta necesidad de
permanente revisión crítica que el personaje impone a cada uno de sus actos, se
enmarca en un quehacer filosófico característico de Goethe. El hombre es el mejor evaluador de sus
propias acciones y es también el mejor juez.
Fausto intuye desde ya
el sacrificio de Margarita, pero nada podrá impedirlo; ni siquiera su propia
vacilación lo alejará del camino de la acción que ya ha resuelto tomar.
Vive intensamente la
pequeñez de sus acciones. Se siente un
ladrón en ese ambiente de beatitud, un intruso en la paz del hogar, un
desconocido, incluso para sí mismo.
La fluctuación
romántica se lee en sus palabras: "¡Ávido corrí tras los placeres, y ahora
me pierdo en amorosos sueños!" (p. 70)
Como lo reconoce el propio personaje, el hombre es juguete en manos del
destino: "¿Si seremos juguete de cada viento que sople?" (p. 70);
hace unos momentos deseaba el cuerpo virginal de Margarita y ahora, prendado de
su espíritu, siente lo marcadamente censurable de su aspiración anterior. Lo golpea en lo más hondo, sufre, se
desespera; en fin, quiere abandonar el lugar lo antes posible, porque no
desearía que en ese momento ingresara la joven.
Mefistófeles viene a
recordarle que es hora de irse. Dejará
una cajita con joyas para tentar a Margarita.
Fausto titubea, pero el diablo se encarga de convencerlo.
Hemos llegado así al
final del análisis de este monólogo que contrasta claramente con la escena de
la calle. Lo pasional dionisiaco de la
escena anterior ha sido sustituido por el equilibrio espiritual que deriva de
la conceptualización apolínea predominante en el segundo texto.
Pero, el problema
quedará latente en Fausto. Ha enfrentado
el dualismo de su ser en dos momentos diferentes: el cuerpo y el alma le han
exigido en direcciones contrarias y el personaje vive la magnitud de su conflicto. Este dualismo seguirá presente en las escenas
de la "Tragedia de Margarita", adelantando que triunfará el
sentimiento dionisiaco en bien de la acción que conlleva la búsqueda fáustica.
Se retiran ambos
personajes y Margarita regresa a su habitación sin sospechar lo que el destino
le tiene preparado.
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