viernes, 19 de marzo de 2021

Primer monólogo de Fausto.

 

Primer monólogo de Fausto

 

Con el primer monólogo de Fausto se inicia la Tragedia.  Estamos ubicados en el estudio del personaje y es de noche.

La acotación escénica señala:

Habitación gótica, estrecha y de bóveda elevada; en ella se ve a Fausto sentado en un sillón delante de su pupitre. (p. 15)

Es importante explicar la referencia a lo gótico en este monólogo.  La esencia de lo gótico posee un sentido místico de elevación; las catedrales góticas que Goethe había descripto en su estadía en Estrasburgo, se caracterizan por el adelgazamiento de las figuras, como si el límite de las formas se perdiese en el infinito.  Simultáneamente las ojivas góticas y las agujas parecen tender, precisamente, a dar una idea de esa avidez, de esa sed de infinito que hay en el hombre.

El personaje se encuentra solo en medio de la noche.  Su soledad es signo romántico.  Afuera, la naturaleza infinita está olvidada completamente.  Quizás sea éste el mejor momento para la reflexión, para volverse a él mismo y pensar en tantas situaciones que el dinamismo del día parece ocultarle en su constante fluir.

Fausto es un viejo científico y ha pasado su existencia entre los libros y elementos del laboratorio, que, lejos de recordarle la plenitud, sólo lo conflictúan con la idea de la inutilidad del conocimiento.  Por eso dice:

¡Ah! Filosofía, jurisprudencia, medicina, creadas para mi mal; y también tú, teología; todo lo he profundizado con ardor creciente, y, ¡heme aquí, pobre loco, tan sabio como antes! (p. 15)

 

Este monólogo representa la manifestación de la soledad existencial del personaje.  La experiencia del conocimiento es analizada por Fausto desde un enfoque a posteriori.  Ha vivido mucho y se ha entregado al sueño de aquél que creyó poder descubrir y desentrañar las maravillas del universo mediante la simple especulación intelectual.  Desde su microcosmos alza la voz desesperada ante la desazón que le provoca volver a mirar el macrocosmos y sólo descubrir la enorme distancia que los separa. El hombre es parte de esa misma naturaleza, pero la búsqueda de objetivos más o menos inmediatos, como los que puede proporcionarle el saber positivo, lo alejan de la esencia del problema.  Utilizamos las expresiones micro y macrocosmos, de claro origen aristotélico, porque Goethe en el Fausto recurre a ellas de una manera directa o indirecta.  Baste mencionar como ejemplo las palabras de Mefistófeles a Fausto en la escena del "Pacto":

 

Te comprendo, pero sólo una cosa me inquieta; el tiempo es corto y el arte larguísimo.  Creo que deberías instruirte; únete con un poeta; déjale dar rienda suelta a su imaginación, y haz que te infunda todas las más nobles cualidades [...]  Haz que halle el medio de unir la magnanimidad a la astucia, y que en virtud de cierta combinación te dote de las ardientes pasiones de la juventud.  De mí sé decirte que me gustaría en gran manera ver un hombre de esta clase, para poder darle el título de maestro microcosmos. (p. 45)

En el desarrollo del presente trabajo efectuaremos otras observaciones en torno a estos conceptos.

La cuestión fáustica parte de un despertar, de una toma de conciencia que lo reubica en su presente, que le indica lo equivocado del camino recorrido hasta ahora.  Lo anterior encuentra su fundamento filosófico-teológico en el "Prólogo en el cielo":  Dios quiere que Fausto se cuestione y más aún, quiere verlo desesperado y sin argumentos para defender su posición actual.  Insistimos que el saber positivo acerca al hombre a lo inmediato, parcializa para él el conocimiento.  Alcanzar el todo que está dado por la unión naturaleza-Dios, es el reto, pero al mismo tiempo el imposible.  Al menos el camino de la ciencia le muestra los límites insondables.

Las materias estudiadas:  filosofía, jurisprudencia, medicina y teología le han permitido acercarse al gran problema, pero no le han posibilitado la profundización de éste, no le han brindado la esencia, sino puras apariencias que desgarran el corazón del sabio.

 

Por el hecho de concebir a Fausto como un poema filosófico, el autor no deja de lado su realidad de hombre y de científico y en varios momentos las connotaciones adquieren este ineludible carácter.

Por ejemplo, en lo que tiene relación con las materias de estudio señaladas, corresponde subrayar la importancia de una escena posterior a ésta en la cual se ofrece el diálogo de Mefistófeles con un estudiante. Analizaremos a continuación dicha escena en directa relación con el problema de las disciplinas que tantos dolores de cabeza le han causado.   Mefistófeles lleva puesta la vestimenta del doctor; es ésta una de sus "máscaras" más peculiares, porque representa justamente al mismo Fausto.

En esta escena, la filosofía aparece representada por la lógica y la metafísica.  Advertimos en las palabras de Mefistófeles, cierta ironía que tiene como uno de sus objetivos, el ataque a los manipuladores del conocimiento.

Dice el mencionado personaje:

Y luego debéis, antes que nada, dedicaros a la              metafísica; en ella debéis profundizar todo lo que nos es dado comprender a la inteligencia humana; por cuanto pertenezca o deje de pertenecer a ella; recurriréis siempre a una palabra técnica. (p. 48)

Relacionado con el tema de la jurisprudencia, el estudiante cuestiona acerca de la disciplina que quisiera abarcar, estableciendo que no puede avenirse con el derecho.  Goethe critica, a través de su personaje, a esta manifestación del conocimiento humano: "Las leyes y los derechos se suceden como una eterna enfermedad..." (p. 49)

 

Intercala en este momento el controvertido tema de la teología.  El estudiante confiesa: "Casi estoy por estudiar teología". (p. 49)  La respuesta de Mefistófeles resulta reveladora.  Siempre que el autor incursiona en el terreno de esta disciplina se siente invadido por cierto temor, temor que deriva de la incomprensión del fin primordial de ésta: explicar al hombre a través de Dios.

 

Mefistófeles hace referencia al involucrarse de este mismo hombre en dicha ciencia, y sostiene: "Hay en ella tanto veneno escondido que apenas se le distingue del remedio".  Y complementariamente, al mencionar a quienes pretenden dar a conocer el mensaje de la teología, recomienda "escuchar más que a uno solo".  De esta forma podrá llegar a afirmarse por las palabras del maestro aquello que se quiere comunicar.

 

Por último, se alude a la medicina.  Para responder, Mefistófeles abandona su tono magistral y adopta tan sólo el papel de diablo.

Afirma:

El espíritu de la medicina puede comprenderse fácilmente; estudiad bien el grande y pequeño mundo para dejarlos ir, al fin, donde a Dios mejor plazca. (p. 49)

Manifiesta una suerte de conformismo en relación con este tema.  Se refiere también a los conceptos de gran mundo (naturaleza) y pequeño mundo (el hombre), ya mencionados anteriormente.

 

Por lo tanto, al analizar esta escena en donde aparentemente no está presente Fausto, fundamentamos la actitud reiterativa del autor en relación con la temática que en verdad le preocupaba.  Mefistófeles no sólo lleva la misma ropa que el científico, sino que sus enunciados teóricos reflejan la preocupación de éste en torno a la problemática señalada.

Concluido este aspecto del análisis, retornamos a la valoración brindada en el primer monólogo.

La referencia inicial a la filosofía como una de las ciencias estudiadas por Fausto abre la serie enumerativa a cargo del personaje, serie que se cierra con la teología.  Ambas se ofrecen como ciencias arrogantes; intentan acercar esencias que resultan apenas enfocadas, tibiamente caracterizadas.  Tanto la filosofía con su pretenciosa actitud de ciencia superior como la teología con su objetivo irrisorio de explicar nada menos que a Dios, colocan al Dr. Fausto en la más rotunda desesperación.

Por otro lado, la jurisprudencia y la medicina, son más humanas.  El límite para ellas parece lejano.  En la medida en que la primera pretende regular las relaciones socio-políticas del hombre y la segunda prolongarle la vida, en esta dimensión terminarán mostrándole otra forma de lo imposible.  Fausto quisiera haber llegado a los más recónditos misterios y que éstos aparecieran claros y llenos de luz ante sus ojos ávidos, ante su intelecto deseoso.  Pero no lo ha conseguido.

Ninguna de las cuatro ciencias enumeradas le han hecho feliz.  Y surge así el cuestionamiento dado en términos de existencia: si la ciencia no le ha mostrado el camino de la felicidad, ¿de qué le ha servido?  Se ha transformado sólo en una forma de pasar los años, de transcurrir toda una vida para rescatar al final de ella un profundo sentido de soledad, esterilidad y abandono.

El cuestionamiento analizado pone a Fausto al borde de la locura.  Él sabe que todo lo hecho hasta el presente se llevó a cabo con entrega, con ganas, con fe en la vida.  Pero esta búsqueda ciega se perdió en su propio impulso y, arrastrado por la circularidad de la existencia, vuelve a encontrarse "tan sabio como antes".  Han transcurrido muchos años que la cronología explica, pero en lo hondo de su ser no ha pasado nada, no ha sucedido nada que sea digno de verse recapitulado.

Por ende, si buscamos la diferencia entre el joven estudiante y el viejo sabio, sólo podremos descubrir que hoy lo "adornan" títulos como el de maestro y doctor, que hay muchos discípulos a su alrededor y que es superior a otros que se creen "dueños" del conocimiento.  Pero la profunda e irreversible verdad se encuentra en las palabras fáusticas: "pero no lo es menos que nada logramos saber". (p. 15)

Esta última oración expresa el sentido escéptico, la amarga desazón al comprender que el hombre no logrará llegar jamás al conocimiento pleno.  Sólo podrá acercarse a las sucesivas parcializaciones de éste.  Estudiar y conocer parte del problema no es representativo, porque para Fausto lo que no es todo es nada.  Sus impulsos titánicos no hacen más que presentarle una auto imagen devaluada, menospreciada.  Con reminiscencias socráticas explica el problema del conocimiento de acuerdo con la forma en que lo concibe ahora.  En su óptica presente no sólo no tiene sentido el saber positivo, sino que la propia vida, la misma existencia ha dejado de ser, no posee nada valioso.

Por eso continúa diciendo:

He ahí lo que atormenta mi alma.  Sin embargo, sé más que todos cuantos necios doctores, maestros, clérigos y monjes se conocen; ningún escrúpulo, ninguna duda me atormenta; nada temo de todo aquello que causa a los otros más espanto, y merced a esto mismo, no hay para mí esperanza ni placer alguno.  Siento que todo lo que sé carece de importancia; siento que no puedo enseñar a los hombres cosa alguna que pueda convertirlos o hacerlos mejores. (p. 15)

Al comienzo se planteaba la relación entre Fausto-científico y el conocimiento.  Ahora surge la interpretación que relaciona a Fausto-hombre con los demás seres humanos.

 

Antes se había preguntado por el aporte de la ciencia a la búsqueda de su felicidad; ahora interroga a su propia condición, a su alma atormentada.  Se siente tranquilo a pesar de lo anterior, porque sabe más que muchos necios; ha llegado a conocer lo máximo; se encuentra en el límite de su propia sabiduría, el  de su ignorancia.  Quienes reconozcan que la búsqueda del todo resulta infructuosa, habrán llegado a un punto importante de su evolución.  Pero, los contemporáneos del viejo doctor, son comerciantes de esa misma cultura que defienden.  Goethe critica a la sociedad, a sus mitos, a sus poses arrogantes.  Al enumerar grados académicos y dignidades eclesiásticas, vuelve a las ciencias presentadas en el comienzo del monólogo.  Los doctores y los maestros recuerdan a la jurisprudencia, la medicina y, por supuesto, a la filosofía.  Los clérigos y monjes se relacionan con la teología e inevitablemente con la filosofía.

Como puede observarse, la filosofía parece ser reclamada por todos como un ámbito propio.  Lo poco que pueden llegar a conocer de ella lo interpretan como un todo armónico y excelente.  ¡Qué inmensa desazón la que experimenta el verdadero filósofo quien, al igual que Sócrates, ha llegado a la conclusión desoladoramente escéptica, a la angustiosa comprensión del problema!  Por eso entendemos la postura fáustica y la dura crítica del autor a sus contemporáneos.

El enfrentamiento entre ciencia y fetichismo resulta inevitable en el monólogo.  Cuando Fausto sostiene: "ningún escrúpulo, ninguna duda me atormenta", se refiere a la libertad individual alcanzada gracias al desarrollo intelectual; alude a una condición privilegiada precisamente por el solo hecho de haber estudiado con conocimiento de causa, de haberse presentado ante los problemas de la ciencia y la filosofía con la necesaria modestia para reconocer su propia finitud.  Cuando alude a que ninguna duda lo atormenta, no habla, por supuesto, en términos de saber positivo, sino en términos de estabilidad personal frente al mundo: es la conciencia tranquila, es la certeza de que algo se ha hecho aunque le haya costado mucho trabajo darle significación y descubrir su valor.

El hombre que se mueve en el terreno del conocimiento, no alcanzará la plenitud que confiere el saberlo todo, pero resultará preparado para superar las mentiras y los falsos ídolos de nuestra sociedad.  No será presa fácil de la superstición.

Pero, quizás lo más importante del discurso fáustico, sea su preocupación por no haber enseñado a los hombres "cosa alguna que pueda convertirlos o hacerlos mejores".  Llama la atención esta búsqueda de lo pragmático en el presente contexto.  Reaparece la conceptualización de la ciencia y la filosofía al servicio del hombre, planteamiento tan cuestionado a lo largo de la historia, pero que merece una atención especial.  Fausto se siente inútil.  Ha luchado, se ha acercado a sus semejantes, pero éstos continúan igual que antes de empezar la lucha.  La reflexión en torno a los demás hombres lo conduce a un planteamiento profundamente humanístico; no se trata del humanismo cándido, pretendidamente ingenuo de los "clérigos y monjes" anteriormente mencionados, sino de una postura vital, de una situación que emana de la solidaridad con aquéllos que son sus semejantes.  Fausto siente dolor ante la miseria humana, porque ve reflejada su propia situación.

Había dicho anteriormente en el fragmento que analizamos: "y merced a esto mismo, no hay para mí esperanza ni placer alguno"; el sentido del discurso no debe confundirnos ni guiarnos a   aparentes contradicciones.  La pérdida de la esperanza es un problema común al viejo doctor y a los otros hombres; la diferencia estriba en que él es consciente de lo que sucede y los demás no.  Un inmenso vacío se ha apoderado de su vida.

Por eso agrega:

No tengo, por otra parte, bienes, dinero, honra ni crédito en el mundo; ni un perro podría soportar la vida en tales condiciones. (p. 15)

La reflexión ahora se vuelve personal y más íntima.  Abandona la perspectiva de los otros para pensar en sí mismo.  En su microcosmos vuelve a subrayar las ausencias; dice primero: "No tengo...", y sigue la enumeración de lo no poseído.  Hay una inevitable gradación que avanza desde lo material hasta el dominio espiritual de la honra y la confianza de los otros.  La comparación explícita con un perro tiende a enriquecer el planteamiento semántico.

A manera de resumen de los aspectos anteriores, subrayamos que el escepticismo filosófico es la confesión de la angustia fáustica; se trata de expresar su vida relacionándola con la experiencia del conocimiento.  En realidad es esto lo que Fausto ha hecho: una experiencia y ésta tiene valor por sí misma; no importa que el resultado haya sido negativo.

Ahora bien, el personaje ya no cree en la ciencia.  Por eso se entrega de lleno a otra experiencia, tan rica y tan digna de análisis como la anterior, es la experiencia de la magia:

Por esto me he entregado a la magia.  ¡Ah!  ¡Si por fuerza del espíritu y de la palabra me fuesen revelados ciertos misterios!  ¡Si no me viese por más tiempo obligado a sudar sangre y agua para pedir lo que ignoro!  ¡Si me fuese dado saber lo que contiene el mundo en sus entrañas y presenciar el misterio de la fecundidad, no me vería, como hasta aquí, obligado a hacer un tráfico de palabras vacías de sentido!

El desarrollo de la magia recorre un largo camino antes de llegar al siglo XVIII.  Magia, religión y ciencia parecen ser elementos irreconciliables; esta afirmación no encuentra verdadero fundamento, porque si en verdad la religión persiguió a la magia y la ciencia muchas veces se manifestó escéptica ante ella, las tres manifestaciones no resisten un análisis serio que pretenda contraponerlas.  Hay elementos de aproximación indiscutibles.  Las experiencias fáusticas demostrarán que, hastiado de la ciencia, encuentra en la magia una posibilidad; algo diferente, ni mejor ni peor, simplemente distinta.

El carácter romántico del personaje se revela en esta búsqueda desprejuiciada, constante, sin término.

El valor de la palabra para la magia es fundamental.  Puede llegar a provocar la aparición del objeto invocado.  La palabra mágica es un poder en sí misma.  Por medio de ella se logra acceder a los misterios de los cuales habla el doctor Fausto.  La magia no es un saber teórico, especulativo, sino sobrenatural que le permitirá conocer las fuerzas generadoras que actúan en las entrañas mismas del universo.  Ella no le va a otorgar el conocimiento de las causas y efectos, sino el de la generación íntima y profunda de cada misterio.  Es una experiencia más a la que ya se ha entregado el anciano doctor y en la que continuará para poder observar sus resultados.  En realidad él no sabe hasta donde lo puede conducir, pero es una de las últimas opciones a las que recurre su cansado corazón.

Desde el punto de vista filosófico es interesante el valor diverso que se le atribuye a la palabra en los distintos momentos y modos de interpretación a los que se entrega el personaje.  En el enfoque científico, la palabra ha tratado de sintetizar un mensaje profundo, pero no han sido suficientes los esquemas manejados para permitir la realización plena del conocimiento.  En el terreno de la magia, la palabra puede conducirnos a la observación directa del fenómeno, pero no nos lleva más allá; es un factor esencial para mostrarnos el "misterio", pero no sirve para retenerlo.  En el ámbito religioso, podremos observar a Fausto entregado a una profunda meditación sobre valor del concepto "verbo" en el "Evangelio según San Juan" y la primera interpretación que el personaje otorga a la expresión "verbo" se relaciona con el concepto de palabra.  En los tres órdenes mencionados, la palabra resulta igualmente insuficiente: en lo científico muestra el abismo entre la especulación y la realidad; mágicamente, es una aparente fuerza que no nos conduce a nada válido; teológicamente, podremos observar cómo se lleva a cabo la sustitución de la palabra por otros conceptos.

Las consideraciones en torno al tema de la magia se ven momentáneamente interrumpidas por una digresión hacia el tema de la naturaleza, motivada por la contemplación de la luna a través de los cristales.

Dice Fausto:

Reina de la noche, dígnate dirigir tu última mirada sobre mi miseria, ya que tantas veces, después de medianoche, me has visto velar en este pupitre.  Siempre te me aparecías entonces, pobre amiga mía, sobre un montón de libros y papeles.  ¡Ah!  ¡Si me fuese dado ahora vagar a tu dulce resplandor por las altas montañas, flotar en las grutas profundas con los espíritus, danzar a la hora de tu crepúsculo en las praderas y, libre de todas las angustias de la ciencia, poder bañarme rejuvenecido en tu fresco rocío! (p. 16)

En el pensamiento filosófico de su siglo, Goethe encontró la fuente en Rousseau para rescatar la noción de una íntima relación entre el hombre y la naturaleza.  Según el pensador ginebrino, el hombre había nacido para vivir en contacto con esa misma naturaleza, pero la organización social llegó a corromperlo.  Juan Jacobo Rousseau había expresado esta concepción en su obra El contrato social, y Goethe se afilia a ella; en forma paralela, el romanticismo fomentará esta interpretación de una manera constante.

En la placidez de esa noche, la luna actúa como una mensajera del mundo exterior que viene a recordar al anciano científico que la auténtica existencia está más allá de las paredes de su laboratorio.  Fausto es el símbolo del hombre, en su más vasta proyección.  Con este aporte Goethe se mueve en los esquemas del Sturm und Drang y sienta las bases del posterior pensamiento romántico.  No hay duda que en el quehacer filosófico existe un lugar muy importante para la meditación y que la soledad es el ámbito natural para que ésta se lleve a cabo.  Romanticismo y filosofía permiten apoyar plenamente estos conceptos en la medida en que el hombre no es un ser mutilado para que se le observe bajo la mirada parcial de un pensamiento filosófico o romántico según sea el caso.  La dimensión del hombre se realiza más allá de los esquemas.

Inmediatamente, Fausto habla con la luna como con una vieja amiga.  Su febril actividad científica fue descubierta muchas noches por la presencia silenciosa de esta mensajera de la naturaleza.

El contraste entre el mundo interior constituido por ese obscuro laboratorio y el mundo exterior, el de la naturaleza, es notable.

Fausto es un individuo mutilado por la sociedad, prisionero en su reducido ámbito, insatisfecho, receloso.  En la naturaleza se vive en plena libertad; el hombre allí puede llegar a ser él mismo.

El anciano científico ha perdido la perspectiva de lo inmediato por haberse entregado al sueño imposible de lo mediato; la naturaleza ofrece precisamente esa misma situación inmediata para que el hombre pueda ser feliz en el momento y en el lugar precisos, para que le sea posible renovar en ella el antiguo concepto del carpe diem.

Fausto está solo mientras afuera el inmenso mundo lo aguarda lleno de presencias significativas y valederas.

El aire impuro de su habitación simboliza el alto grado de contaminación social y personal; se opone a la naturaleza vital en donde el ambiente puro predomina.

En fin, el personaje vive una nostalgia que sólo la naturaleza podría calmar.

Si al comienzo del monólogo dijimos que había una verdadera toma de conciencia por parte de Fausto, ahora la reflexión lo conduce a un nuevo camino que tendrá que interpretar y valorar con sus propios esquemas.

Manifiesta su intenso deseo de regresar a las montañas, de vagar en ellas y "flotar en las grutas profundas con los espíritus".

Hay añoranza de algo perdido y casi completo convencimiento de que no podrá recuperarlo.  Nuevamente la búsqueda; se reitera el leitmotiv expresado en términos de nostalgia: en "El preludio en el teatro", el poeta clamaba por su juventud; en este monólogo, deplora los años de entrega a un saber inútil; luego continúa por un camino ya iniciado, el de la magia; inmediatamente vive este llamado de la naturaleza para abandonarlo y regresar al sendero de los misterios.  Y de esta forma, inacabadamente romántica, continúa su búsqueda.

Asimismo, las preguntas que se formula conllevan un serio planteamiento en torno al tema de la relación hombre-naturaleza, que no es otra cosa que la integración del ser humano al absoluto y pleno universo que es Dios.  La concepción spinozista de la divinidad aparece entre líneas.  "La substancia infinita",[58] postulada por el pensador judío, ha llamado la atención del joven Goethe y la búsqueda de la naturaleza está planteada en términos de búsqueda de sí mismo.  Dios es el todo, es infinito y fuera de Él no hay nada:

Como Dios es un ente absolutamente infinito del que no puede negarse ningún atributo que exprese la esencia de una sustancia [...] y que existe necesariamente [...]; si se diera alguna sustancia aparte de Dios, debería explicarse por algún atributo de Dios, y así existirían dos sustancias del mismo atributo, lo que [...] es absurdo; y así, no puede darse ninguna sustancia excepto Dios y, por consiguiente, tampoco concebirse [...] [59]

Fausto ha sido momentáneamente apartado de ese todo y ahora quiere retornar a él.  Por todo lo anterior se pregunta:

¿Hasta cuando, ¡ay de mí!, tendré que consumirme en este calabozo?  Miserable agujero de una pared tenebrosa, en el que sólo a duras penas puede penetrar la grata luz del cielo, y en el que, por todo horizonte, descubro este montón de libros roídos por los gusanos, y legajos de papel empolvados que llegan hasta el techo.  ¡No veo en torno mío más que vidrios, cajas, instrumentos carcomidos, única herencia de mis antepasados. (p. 16)

Fausto ha comenzado a contestarse esta pregunta desde que cuestionó su existencia.  Es difícil responderla, quizás casi imposible, pero el impulso del hombre vale mucho, es subsidiario de una actitud que le permitirá llegar a respuestas más o menos próximas a la realidad buscada.

Su mundo es un calabozo y la naturaleza lo espera.  Falta saber cómo desprenderse, cómo saltar al mundo libre.

En este momento del monólogo se produce un desdoblamiento del personaje quien comienza a interrogarse a sí mismo:

¿Y preguntas aún por qué el corazón se oprime con inquietud en tu pecho; por qué un dolor inexplicable para en ti toda pulsación vital; por qué vives entre el humo y la carcoma; por qué en lugar de la naturaleza animada en que Dios creó al hombre, no tienes en tu derredor más que huesos de animales y esqueletos humanos? (p. 16)

La anáfora  de la expresión "por qué" no hace más que subrayar el carácter de la duda que conlleva simultáneamente la respuesta; realmente es una larga pregunta retórica.  Él ya la ha contestado con hechos en los momentos anteriores.  Se trata de un hombre que ha abandonado la naturaleza y por lo tanto está lejos de Dios.  Su pequeño mundo aparece constituido por elementos muertos: "huesos de animales y esqueletos humanos", mientras afuera está la auténtica existencia.  Queda subrayado así el contraste ya analizado entre el estudio cerrado y la naturaleza abierta.  Esa naturaleza "en que Dios creó al hombre", no es otra cosa que Dios mismo; nuevamente el concepto spinozista viene a fundamentar la concepción goetheana.

Ese deseo de la naturaleza ferviente, quemante, en el corazón de Fausto es deseo de Dios, es búsqueda de lo que está más allá de él mismo:

La concepción goetheana del mundo puede considerarse como el más gigantesco ensayo de comprender como valiosa directamente y en sí misma la unidad de la existencia total: si Goethe hace que Dios llegue tan lejos como la naturaleza y la naturaleza tan lejos como Dios, compenetrándose ambos recíprocamente y albergándose mutuamente, es que para él Dios es el nombre correspondiente al factor "valor" del ser, que convive en uno con su         factor "realidad", la naturaleza. [60]

La relación de pensamiento con el romanticismo también es importante y ya ha sido señalada.     El personaje, conmovido y lleno de angustia, quiere encontrar una respuesta y una salida.  Por eso se auto invita a huir, a lanzarse al espacio y considera que la mejor guía para ello es el libro de Nostradamus.  Regresamos así al tema de la magia que había sido abandonado anteriormente a los efectos de hablar de la naturaleza.

Fausto abre el libro de Nostradamus y ve el signo del Macrocosmos.  Ya desde antes de Aristóteles y en el mismo Aristóteles se establecía la diferencia entre el Macrocosmos, el universo y el Microcosmos que es el animal y por extensión el hombre.  Este tema aparece íntimamente conectado con el de la magia, sobre todo en el renacimiento.

La observación directa del universo conmueve al personaje casi hasta la enajenación:

A esta vista se estremecen todos mis sentidos; siento la joven y sagrada voluptuosidad de la vida agitar con más fuerza mis nervios y mis venas. (p. 17)

El viejo científico es un observador en el inmenso drama del universo.  Él está viendo el increíble espectáculo que la magia le proporciona.  Todo aquello que el saber positivo le había ocultado en largas jornadas de desazón y entrega, en noches infinitas, en meses y años, la magia se lo da en tan sólo un instante.  El problema del conocimiento se agudiza; pero Fausto, intensamente entregado a ese infinito, no recuerda los desengaños del saber y sólo subraya el estremecimiento de sus sentidos y la voluptuosidad de la vida.

Fausto-hombre cae en al antiguo pecado de considerarse a sí mismo un dios:

¿Soy acaso un dios?  Todo se me hace tan claro, que veo en estos sencillos caracteres revelarse a mi alma la naturaleza activa.  Sólo ahora por primera vez he llegado a conocer la verdad de estas palabras del sabio: "El mundo de los espíritus no está cerrado".  ¡Tus sentidos están aletargados, tu corazón está muerto!  ¡Levántate, discípulo, y ve a bañar sin demora tu seno mortal en la púrpura de la aurora! (p. 17)

El personaje ha retornado a la naturaleza y la contempla en todo lo maravilloso que ella le muestra.  La claridad de su pensamiento es un síntoma evidente en este momento.  En caracteres sencillos se "revela" a su espíritu "la naturaleza activa".  Regresamos así al concepto filosófico de actividad.  La revelación se otorga en la medida en que el hombre reconoce en sí mismo a la naturaleza.  La acción universal lo subyuga.  Él es Dios y al mismo tiempo hombre y naturaleza.  Su error consiste en preguntarse si es un dios.  No ha reconocido la diferencia entre el todo y la parte.  Mientras no la entienda continuará cayendo en el pecado de soberbia.

Sus limitaciones humanas lo obligan inmediatamente a reconocerse como espectador de ese universo.  Uno de los atributos de Dios es la acción.  Fausto no es actor en el drama del universo, por lo menos no lo ha sido hasta este momento; por eso sufre y afirma:

¡Qué espectáculo!  Pero, ¡ah!, no es más que un espectáculo.  ¿En dónde podré asirte, naturaleza infinita?  Y vosotros, senos, manantiales fecundos de toda vida, de los que están suspendidos el cielo y la tierra, hacia los que vuelve el angustioso pecho... vosotros brotáis a torrentes, fecundáis el mundo,  ¿y  yo me consumo en vano? (p. 17)

La condición finita del hombre le impide la comprensión y asimilación de lo infinito de la naturaleza.  No puede Fausto retener lo que ha visto y se manifiesta así su desolación, su desamparo frente a ese universo increíble.

En ese preciso instante, vuelve la hoja y ve el signo del Espíritu de la Tierra.  El Espíritu de la Tierra es muy importante en la conceptualización goetheana, porque representa nada menos que el principio de la actividad.

Fausto se siente casi un superhombre en este instante: "Mis fuerzas se aumentan, y siento en mí como la embriaguez del vino nuevo".  El deseo de luchar contra todos los obstáculos renace en él.  Su lenguaje se vuelve hiperbólico:

Ya no me falta valor para lanzarme al mundo, desafiar la miseria y la dicha terrenas, luchar con las tempestades y ver sin pestañear los horrores del naufragio. (p. 17)

Invoca con entrega y locura al soberbio espíritu y éste se presenta en medio de una llama rojiza.

En el terreno estrictamente formal, el primer monólogo de Fausto ha concluido en este momento y comienza el diálogo con el Espíritu de la Tierra.  Todo lo inmaterial de éste, unido a su esplendor, nos hace pensar que el monólogo de la insatisfacción y angustia vital continúa o al menos así lo parece en el orden conceptual.

Se manifiesta de nuevo la impotencia del doctor en la medida en que no puede asimilar esta nueva experiencia en su verdadero contexto y siente miedo.

El espíritu le habla en términos severamente recriminatorios:

¿Qué se ha hecho de aquel Fausto cuya voz incesante llegaba a mis oídos y que anhelaba llegar a mí con todas sus fuerzas?  ¿Eres tú aquel Fausto, tú que, envuelto en mi aliento, tiemblas hasta las raíces de tu ser, tú, vil gusano temeroso y encogido? (p. 18)

La reiteración del pronombre personal de segunda persona, tiene como finalidad mostrarnos la pequeñez de Fausto ante la magnificencia de la "acción divina".

Contradictoriamente a lo que se esperaba, el personaje responde con un acto de soberbia: "Sí; soy yo, soy Fausto, tu igual". (p. 18)  Al "tú" pronunciado por el Espíritu, se desea contraponerle este "yo" que suena altanero en labios del científico.

En forma inmediata y a modo de respuesta a la pedantería fáustica, el Espíritu de la Tierra define sus características y el alcance de sus facultades:

En el océano de la vida, y en las borrascas de la acción, subo, desciendo, floto aquí y allá; cuna, sepulcro, mar infinito, labor cambiante, vida encendida.  Así trabajo en el telar agitado del tiempo para urdir el vivo ropaje de la divinidad. (p. 18)

Queda expresado aquí el alcance primordial de la metafísica goetheana en donde la acción universal es la base.  Goethe demostrará, a través de su drama, que el hombre también debe ser acción.  Fausto lo intuye, pero equivoca el sentido de su razonamiento al igualarse con este espíritu.

Por eso, cuando le dice que lo siente muy cerca de él, hombre finito y mortal, el Espíritu de la Tierra le responde con palabras que expresan rotundamente la magnitud de su error: "Te pareces al espíritu que concibes, pero no a mí". (p. 18)

La decepción se irá apoderando paulatinamente del anciano doctor quien llegará a comprender el carácter absurdo de sus reflexiones que lo llevaron a igualarse con Dios, con la acción universal.

Termina así el diálogo.  La interrupción de éste se debe a la inesperada presencia del fámulo de Fausto, Wagner, quien representa todo aquello que el científico ha querido olvidar en esta noche.

 



[58] Cfr. "I. La filosofía de Goethe".

 

[59] Benedicto de Spinoza. op. cit., p. 19.

[60] Georg Simmel, op. cit., p. 170.

[61] En el siglo XVIII, se denominaba criado, entre otras acepciones del término, a aquellos estudiantes que prestaban sus servicios a profesores, a cambio de sus enseñanzas.

 

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