viernes, 19 de marzo de 2021

El pacto diabólico.

 

Fausto y Mefistófeles:

 

                                                                                                                                              El pacto

 

            Según las cláusulas fundamentales del pacto, observamos que Fausto no pretende sólo los goces de la vida, sino que intenta agotar todas las posibilidades de la existencia humana; llegar a confundirse él mismo con el destino de la humanidad, sin olvidar que ésta sufre, goza y ambiciona.

            El Fausto de Goethe no es por cierto el Fausto hedonista de Marlowe; la insatisfacción del personaje goetheano está muy distante de la felicidad; se encuentra en cierto modo condenado a no ser nunca feliz.

            Mefistófeles formula un llamado a disfrutar de la verdadera vida.  Manifiesta implícitamente su desaprobación hacia las actitudes del personaje durante el desarrollo del monólogo con el perro de aguas.  No comparte aquel espíritu de beatitud y de amor a los hombres que se había apoderado de Fausto, porque lo considera una forma de autoengaño en la cual el hombre está totalmente expuesto a caer por causa de su propia condición ingenua.

            Simultáneamente Mefistófeles, que es el espíritu de la negación, no ha logrado  entender, en su verdadero alcance, el carácter de la insatisfacción fáustica; a pesar de ello se cree en condiciones de arrastrar fácilmente al anciano doctor a los placeres gozosos del carpe diem y por eso le dice:

            Aunque no soy yo de los primeros, si quieres unirte a mí, y que emprendamos juntos el camino de la vida, consiento gustoso en pertenecerte ahora mismo, en ser tu amigo, tu criado, y hasta si quieres, tu esclavo. (p. 42)

            Estas palabras conllevan la posibilidad del engaño y por eso Fausto pregunta cuál ha de ser su obligación a cambio de lo ofrecido.

            Mefistófeles se expresa claramente pidiéndole actúe de forma incondicional en el más allá si consigue satisfacerlo plenamente en este "acá" y en este "ahora".

            La respuesta del personaje retoma el camino del escepticismo y del desánimo, poco le importa lo que suceda en la otra vida:  "Poco cuidado en verdad me da lo de allá abajo.  ¡Empieza por destruir este viejo mundo y venga el otro después!". (p. 42)

            Fausto tiene la certeza de que Mefistófeles es un pobre diablo que no llegará a proporcionarle nada de lo que aspira, simplemente, porque no comprende al hombre.  El imposible fáustico no posee elementos humanos que puedan evaluarlo, pues lo que el protagonista busca es un hecho que sobrepase lo hasta ahora conocido por él, un elemento sobrenatural, un milagro,[1] y por eso pide a Mefistófeles:

¡Muéstrame el fruto que no se pudra antes de estar maduro y árboles que se cubren diariamente con un nuevo verdor. (p. 42)

            La recreación de la naturaleza como un símbolo perenne recuerda la imagen de Dionisos en ese constante reaparecer, venciendo, en cada primavera, a la muerte.

            Las circunstancias de tiempo y espacio parecen no existir en Fausto.  La proyección hacia lo infinito las anula en su propio planteamiento; ese fruto eternamente maduro es el símbolo del imposible terrenal y los árboles cubiertos de un verdor permanente constituyen la esperanza de lograr lo que deseamos con ardor, pero que no sabemos explicar con un claro razonamiento.

            La lucha entre razón y sentimiento, de esencia romántica, permite al hombre buscar el equilibrio necesario.  No importa que éste se consiga o no; el personaje sueña fervientemente con él y esto alcanza al menos para sentirse partícipe de esa lucha.  La esperanza de lograr aquello que anhelamos está siempre viva.  El problema consiste en la total incomprensión de los que rodean a Fausto; entre éstos el propio Mefistófeles, pero aún así, confiará en él.

            Es preciso recordar los discursos de Fausto que constituyen el momento central del mencionado pacto.

     PRIMER DISCURSO DE FAUSTO:

            ¡Perezca yo al instante, el día en que, recostado en mi blando lecho, me entregue a las delicias del reposo!  ¡Si alcanzas a seducirme con tus halagos, hasta el punto de que esté contento de mí mismo; si consigues adormecerme con el placer, que sea aquél mi último día!  ¡Esto te ofrezco como prenda! (p. 43)

 

 

            SEGUNDO DISCURSO DE FAUSTO:

            ¡Corriente!  Si una sola vez llego a decir al momento que pasa, "¡qué hermoso eres, no te vayas, permanece!, ¡ah!, podrás entonces atarme con cadenas; entonces consentiré en que se abra la tierra bajo mis plantas, entonces podrás resonar la campana de los muertos; ¡entonces quedarás libre y recogerás el premio de tus servicios, porque  habrá  sonado para  mí la última  hora!  (p. 43)

 

             Mefistófeles no llega a captar el verdadero alcance de las expresiones de Fausto. Insistimos en que no comprende que las aspiraciones de este hombre no responden a ningún patrón conocido y  serán difíciles de satisfacer, por no adelantar ya que imposibles.

            El personaje representa un espíritu cansado; un ser que, hastiado de la existencia, ha resuelto jugar su última carta.  Por eso, el primer discurso mencionado está caracterizado por una intensa esperanza de hallar por fin el descanso anhelado.  Su ofrecimiento es incondicional.  Si Mefistófeles logra seducirlo con sus halagos, él está resuelto a concebir ése como su último día.  Sin embargo, detrás de este ofrecimiento está la burla del sabio, quien sabe que lo que él busca no corresponde a lo que el entendimiento de Mefistófeles ofrece.

            Es importante observar el valor de la palabra del doctor y el convencimiento con que pronuncia este discurso.  Ya lo había dicho en el primer monólogo: es un hombre que no teme ni a la vida ni a la muerte; sólo está entregado a una búsqueda ferviente y cualquier opción es válida siempre que lo acerque al deseado fin.  La sucesiva sustitución constituye la muestra más evidente de su temperamento romántico: desde la ciencia hasta la magia; desde la vida adormecida por el olvido de lo cotidiano hasta el momento de querer apurar la copa de la existencia; en fin, desde el inconsciente olvido de la humanidad hasta este instante en que quiere formar parte viva de la misma.  Por todo esto ha pasado Fausto y así lo dice a su circunstancial compañero.

            Al mismo tiempo, su segundo discurso es la clave para interpretar el sentido del querer fáustico.  Hay un pasaje del mismo profundamente revelador: "Si una sola vez llego a decir al momento que pasa, '¡qué hermoso eres, no te vayas, permanece!', ¡ah!, podrás entonces atarme con cadenas".

            Es la suprema aspiración de vivir en el instante la eternidad.  Se trata de dar el valor adecuado a ese minuto fugaz en el cual el hombre pueda llegar a otorgarle significación a toda una vida.

            Él sabe que su existencia se compone de la suma de momentos, pero conoce también que esos momentos, reservados en la memoria, poseen diferente valor: hay unos más importantes que otros y algunos más que dejan una huella profunda, tan significativa que le resulta imposible olvidarla.  Ahora bien, lo esencial consiste en deducir que la felicidad del individuo puede encontrar su verdadero apoyo en uno de esos momentos que quisiéramos congelar para siempre y mantener en lo más íntimo de nuestro ser.  He aquí el problema de la finitud que puede llegar a transformarse en infinito por obra del querer humano.  Por un acto de la voluntad, piensa Fausto, ojalá pudiera decirle a ese minuto fugaz que se detenga, porque en él habríamos encontrado, finalmente, la respuesta a la búsqueda incansable.

            Fausto expresa así un verdadero canto a la vida, pero sostiene al mismo tiempo, lo inservible de la misma si no le permite al ser humano ser auténticamente dichoso.  Sus palabras están lejos de reflejar un sentido cristiano tradicional; se afilian más bien, al espíritu dionisiaco que ve en los extremos desordenados del hombre y en el impulso creador razones suficientes para otorgar entidad y significación a ésta.

            Los términos del pacto ya están dados; ahora sólo resta analizar los movimientos de ambos personajes en las escenas siguientes.

            Fausto intentará ser receptivo ante las propuestas de Mefistófeles, pero este último sólo se aproximará al otorgamiento del instante que puede ser eterno por simple coincidencia y sin saberlo.  Las situaciones vividas por el doctor a propuesta del demonio, serán en su comienzo groseras y sin ningún sentido.  Bástenos mencionar dos de ellas: "La taberna de Auerbach, en Leipzig" y "La cocina de la hechicera".  La primera representa una experiencia cien por ciento mundana y muy alejada de la auténtica búsqueda del personaje y la segunda se encuadra en el pensamiento mágico y sienta las bases del desarrollo conceptual que nos llevará a la "Tragedia de Margarita" según lo explicaremos a continuación.

 



    [1] Lo que para Fausto sería un milagro, no una maravilla científica o un aspecto sobresaliente, o complejo, de la naturaleza, sino una experiencia desconocida sorprendente y arrebatadora que le permita exclamar: "Detente instante, eres tan bello".

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