Fausto y Mefistófeles:
El
pacto
Según
las cláusulas fundamentales del pacto, observamos que Fausto no pretende sólo
los goces de la vida, sino que intenta agotar todas las posibilidades de la
existencia humana; llegar a confundirse él mismo con el destino de la
humanidad, sin olvidar que ésta sufre, goza y ambiciona.
El Fausto de Goethe no
es por cierto el Fausto hedonista de Marlowe; la insatisfacción del personaje
goetheano está muy distante de la felicidad; se encuentra en cierto modo condenado
a no ser nunca feliz.
Mefistófeles formula un
llamado a disfrutar de la verdadera vida.
Manifiesta implícitamente su desaprobación hacia las actitudes del
personaje durante el desarrollo del monólogo con el perro de aguas. No comparte aquel espíritu de beatitud y de
amor a los hombres que se había apoderado de Fausto, porque lo considera una
forma de autoengaño en la cual el hombre está totalmente expuesto a caer por
causa de su propia condición ingenua.
Simultáneamente
Mefistófeles, que es el espíritu de la negación, no ha logrado entender, en su verdadero alcance, el
carácter de la insatisfacción fáustica; a pesar de ello se cree en condiciones
de arrastrar fácilmente al anciano doctor a los placeres gozosos del carpe
diem y por eso le dice:
Aunque
no soy yo de los primeros, si quieres unirte a mí, y que emprendamos juntos el
camino de la vida, consiento gustoso en pertenecerte ahora mismo, en ser tu
amigo, tu criado, y hasta si quieres, tu esclavo. (p. 42)
Estas palabras
conllevan la posibilidad del engaño y por eso Fausto pregunta cuál ha de ser su
obligación a cambio de lo ofrecido.
Mefistófeles se expresa
claramente pidiéndole actúe de forma incondicional en el más allá si consigue
satisfacerlo plenamente en este "acá" y en este "ahora".
La respuesta del
personaje retoma el camino del escepticismo y del desánimo, poco le importa lo
que suceda en la otra vida: "Poco
cuidado en verdad me da lo de allá abajo.
¡Empieza por destruir este viejo mundo y venga el otro después!".
(p. 42)
Fausto tiene la certeza
de que Mefistófeles es un pobre diablo que no llegará a proporcionarle nada de
lo que aspira, simplemente, porque no comprende al hombre. El imposible fáustico no posee elementos
humanos que puedan evaluarlo, pues lo que el protagonista busca es un hecho que
sobrepase lo hasta ahora conocido por él, un elemento sobrenatural, un milagro,[1] y por eso pide a
Mefistófeles:
¡Muéstrame el fruto que no se pudra
antes de estar maduro y árboles que se cubren diariamente con un nuevo verdor.
(p. 42)
La recreación de la
naturaleza como un símbolo perenne recuerda la imagen de Dionisos en ese
constante reaparecer, venciendo, en cada primavera, a la muerte.
Las circunstancias de
tiempo y espacio parecen no existir en Fausto.
La proyección hacia lo infinito las anula en su propio planteamiento;
ese fruto eternamente maduro es el símbolo del imposible terrenal y los árboles
cubiertos de un verdor permanente constituyen la esperanza de lograr lo que
deseamos con ardor, pero que no sabemos explicar con un claro razonamiento.
La lucha entre razón y
sentimiento, de esencia romántica, permite al hombre buscar el equilibrio
necesario. No importa que éste se
consiga o no; el personaje sueña fervientemente con él y esto alcanza al menos
para sentirse partícipe de esa lucha. La
esperanza de lograr aquello que anhelamos está siempre viva. El problema consiste en la total
incomprensión de los que rodean a Fausto; entre éstos el propio Mefistófeles,
pero aún así, confiará en él.
Es preciso recordar los
discursos de Fausto que constituyen el momento central del mencionado pacto.
PRIMER DISCURSO DE FAUSTO:
¡Perezca yo al
instante, el día en que, recostado en mi blando lecho, me entregue a las
delicias del reposo! ¡Si alcanzas a
seducirme con tus halagos, hasta el punto de que esté contento de mí mismo; si
consigues adormecerme con el placer, que sea aquél mi último día! ¡Esto te ofrezco como prenda! (p. 43)
SEGUNDO DISCURSO DE
FAUSTO:
¡Corriente! Si una sola vez llego a decir al momento que
pasa, "¡qué hermoso eres, no te vayas, permanece!, ¡ah!, podrás entonces
atarme con cadenas; entonces consentiré en que se abra la tierra bajo mis
plantas, entonces podrás resonar la campana de los muertos; ¡entonces quedarás
libre y recogerás el premio de tus servicios, porque habrá
sonado para mí la última hora!
(p. 43)
Mefistófeles no llega a captar el verdadero
alcance de las expresiones de Fausto. Insistimos en que no comprende que las
aspiraciones de este hombre no responden a ningún patrón conocido y serán difíciles de satisfacer, por no
adelantar ya que imposibles.
El personaje representa
un espíritu cansado; un ser que, hastiado de la existencia, ha resuelto jugar
su última carta. Por eso, el primer
discurso mencionado está caracterizado por una intensa esperanza de hallar por
fin el descanso anhelado. Su
ofrecimiento es incondicional. Si
Mefistófeles logra seducirlo con sus halagos, él está resuelto a concebir ése
como su último día. Sin embargo, detrás
de este ofrecimiento está la burla del sabio, quien sabe que lo que él busca no
corresponde a lo que el entendimiento de Mefistófeles ofrece.
Es importante observar
el valor de la palabra del doctor y el convencimiento con que pronuncia este
discurso. Ya lo había dicho en el primer
monólogo: es un hombre que no teme ni a la vida ni a la muerte; sólo está
entregado a una búsqueda ferviente y cualquier opción es válida siempre que lo
acerque al deseado fin. La sucesiva
sustitución constituye la muestra más evidente de su temperamento romántico:
desde la ciencia hasta la magia; desde la vida adormecida por el olvido de lo
cotidiano hasta el momento de querer apurar la copa de la existencia; en fin,
desde el inconsciente olvido de la humanidad hasta este instante en que quiere
formar parte viva de la misma. Por todo
esto ha pasado Fausto y así lo dice a su circunstancial compañero.
Al mismo tiempo, su
segundo discurso es la clave para interpretar el sentido del querer
fáustico. Hay un pasaje del mismo
profundamente revelador: "Si una sola vez llego a decir al momento que
pasa, '¡qué hermoso eres, no te vayas, permanece!', ¡ah!, podrás entonces
atarme con cadenas".
Es la suprema
aspiración de vivir en el instante la eternidad. Se trata de dar el valor adecuado a ese
minuto fugaz en el cual el hombre pueda llegar a otorgarle significación a toda
una vida.
Él sabe que su
existencia se compone de la suma de momentos, pero conoce también que esos
momentos, reservados en la memoria, poseen diferente valor: hay unos más
importantes que otros y algunos más que dejan una huella profunda, tan
significativa que le resulta imposible olvidarla. Ahora bien, lo esencial consiste en deducir
que la felicidad del individuo puede encontrar su verdadero apoyo en uno de
esos momentos que quisiéramos congelar para siempre y mantener en lo más íntimo
de nuestro ser. He aquí el problema de
la finitud que puede llegar a transformarse en infinito por obra del querer
humano. Por un acto de la voluntad,
piensa Fausto, ojalá pudiera decirle a ese minuto fugaz que se detenga, porque
en él habríamos encontrado, finalmente, la respuesta a la búsqueda incansable.
Fausto expresa así un
verdadero canto a la vida, pero sostiene al mismo tiempo, lo inservible de la
misma si no le permite al ser humano ser auténticamente dichoso. Sus palabras están lejos de reflejar un
sentido cristiano tradicional; se afilian más bien, al espíritu dionisiaco que
ve en los extremos desordenados del hombre y en el impulso creador razones
suficientes para otorgar entidad y significación a ésta.
Los términos del pacto
ya están dados; ahora sólo resta analizar los movimientos de ambos personajes
en las escenas siguientes.
Fausto intentará ser
receptivo ante las propuestas de Mefistófeles, pero este último sólo se
aproximará al otorgamiento del instante que puede ser eterno por simple
coincidencia y sin saberlo. Las
situaciones vividas por el doctor a propuesta del demonio, serán en su comienzo
groseras y sin ningún sentido. Bástenos
mencionar dos de ellas: "La taberna de Auerbach, en Leipzig" y
"La cocina de la hechicera".
La primera representa una experiencia cien por ciento mundana y muy
alejada de la auténtica búsqueda del personaje y la segunda se encuadra en el
pensamiento mágico y sienta las bases del desarrollo conceptual que nos llevará
a la "Tragedia de Margarita" según lo explicaremos a continuación.
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