Sueño en el gabinete de estudio
Monólogo
al regresar con el perro de aguas
El personaje regresa a
su casa con nuevos ánimos. Así lo
reflejan sus primeras palabras:
He
dejado el llano y la campiña envueltos en una noche profunda; el alma superior
despierta en mí en medio de presentimientos que me infunden un sagrado
terror. Los groseros instintos dormitan,
y con ellos toda actividad borrascosa; y el amor de los hombres y también el
amor de Dios, se reaniman en mi seno. (p. 33)
Rescatamos para su
análisis varios conceptos expresados por Fausto en este momento.
1. El llano y la
campiña representan, en el contexto, la naturaleza. El doctor viene de ella, pero si comparamos
su actual estado de ánimo con aquél, manifestado en el primer monólogo, notamos
una clara antítesis.
2. Habla de "el
alma superior"; lo cual nos permite inferir que existe un alma
inferior. Este permanente dualismo en lo
que al tema personal se refiere, podrá ser observado en varios momentos del
drama. El alma superior parece despertar
en él, es decir, en términos griegos, el espíritu apolíneo reaparece. Está lleno de buenos deseos, pero el instinto
le anuncia la inminente presencia de lo dionisiaco y se ve invadido por un
"sagrado terror".
3. "Los groseros
instintos" que dormitan recuerdan el alma inferior, el carpe diem,
el sentimiento dionisiaco.
4. Renacen en el
personaje dos formas de entrega: el amor a los hombres y el amor a Dios.
Es dado observar la
notable fluctuación romántica de Fausto, quien ahora se siente invadido por el
amor. Parece no recordar sus palabras
decepcionadas, su rechazo hacia todo lo humano.
El contacto con el mundo sencillo ha obrado el milagro; pero este milagro
no tendrá el carácter perdurable que el mismo Fausto hubiera deseado.
Mientras esto sucede,
el perro se manifiesta inquieto y olfatea en el umbral de la puerta.
Este monólogo será
interrumpido dos veces por los gruñidos del perro; interrupciones que
corresponden a un desacuerdo de Mefistófeles en relación con los términos empleados
por el anciano doctor.
La postura nihilista de
esta especie de burgués del siglo XVIII que es el demonio, le impide aceptar el
humanismo ingenuo de que hace gala Fausto.
El amor a los hombres y a Dios simplemente no tienen sentido para el
inesperado huésped y por eso manifiesta su total reprobación.
Asimismo, lo que
Mefistófeles olfatea en el umbral de la puerta es el pentagrama, pentalfa o
figura cabalística que estaba en el umbral y tenía la forma de estrella de
cinco puntas.
Ya sabemos que Fausto,
decepcionado de la ciencia, buscó en la experiencia mágica una respuesta a sus
inquietudes. Mefistófeles es consciente
de que entra a la casa de un sabio, quien además conoce la magia; por lo tanto,
se confía al ver el pentalfa y no se le ocurre pensar que pueda estar mal
orientado, como lo comprobará después de hallarse en el interior de la
habitación.
Es así que en forma
increíble, el demonio ha quedado atrapado por un doble descuido -su distracción
y la de Fausto- y necesitará posteriormente de su astucia para poder escapar.
El personaje reinicia
su monólogo diciendo:
¡Ah!,
así que alumbra la lámpara amiga nuestra estrecha celda, la luz penetra en
nuestro seno, en nuestro corazón que se encuentra de nuevo a sí mismo. La razón empieza de nuevo a hablar, la
esperanza a florecer, y se baña uno en los raudales de la vida, en el puro
manantial de donde brotó. (p. 34)
El personaje siente la
presencia de la luz en su mundo. En
medio del contraste que representa el haber abandonado la postura pesimista del
primer monólogo, Fausto se ve a sí mismo lleno de un nuevo espíritu e
involucrado con un pensamiento optimista.
La razón ocupa un lugar
preferente; deja oír su mensaje, y esto
implica, desde la perspectiva del anciano doctor, revisar los planteamientos
iniciales. La esperanza se impone
también y, finalmente, el hombre vive la opción de bañarse "en el puro
manantial de donde brotó". Este
concepto de la divinidad es importante y recrea las manifestaciones goetheanas
al respecto; es el Dios-naturaleza y simultáneamente es la momentánea posición
del científico que ahora piensa más como ser humano que como estudioso del
saber positivo.
Se produce la primera
interrupción del monólogo, a cargo del perro, con la consiguiente reacción de
Fausto:
¡No gruñas, perro! Tus aullidos no se avienen con los acentos
sagrados que llenan ahora enteramente mi alma.
No es raro ver despreciar a los hombres las cosas que no pueden
comprender, y murmurar ante lo bueno y lo hermoso que los importuna: ¿si el
perro gruñiera [sic] también
como ellos? (p. 34)
La
presencia del perro, no corresponde en este momento a la armonía que reina en
el espíritu de Fausto; genera con sus gruñidos una clara oposición entre el
mundo apolíneo con el que sueña el anciano doctor, y el universo de la
negación, el cínico nihilismo que se encierra detrás de la máscara
canina.
Goethe ha querido
demostrar que el comportamiento del animal no sólo es captado por el
científico, sino que además le permite establecer una comparación con el resto
de los hombres.
De la misma manera que
el perro parece no comprender los sagrados acentos que reinan en el gabinete de
estudio, así también los seres humanos llegan a despreciar aquello que se
encuentra fuera del alcance de su raciocinio.
Sin duda el animal es un símbolo de desacuerdo, porque Mefistófeles,
encerrado en esta forma, no puede aceptar una cosmovisión en donde el hombre
sea el factor relevante.
El personaje no actúa
equilibradamente en lo que a sus sentimientos se refiere, tiende a concebirse
desalentado y para contrarrestar su estado anímico se entrega a reflexiones en
torno al tema de la revelación:
¡Cuántas
veces he sufrido el mismo desengaño! Sin
embargo, tiene esta miseria sus compensaciones; así aprendemos a conocer el
precio de lo que se eleva sobre las cosas de la tierra; así aspiramos a la
revelación que en ninguna parte brilla con una luz tan pura como en el Nuevo
Testamento. (p. 34)
El enfoque que
corresponde a esta temática, resulta de tipo teológico, pero Fausto la analiza
desde una visión tan libre que se transforma en una aportación al universo
metafísico del autor.
En relación con el
carácter del tema, dice Eduardo Nicol:
De lo divino sólo se puede hablar con palabras mayores.
Por esto los teólogos son gente seria.
Pero el tema de Dios y la palabra de Dios no son su monopolio. De Dios se puede hablar en términos variados: teológicos, ontológicos,
lógicos, religiosos simplemente, o místicos, o incluso míticos, y especialmente
poéticos.[67]
Goethe se ubica en el
terreno ontológico y desde ahí intentará proporcionar una explicación.
Se trata tan sólo de un
breve pasaje del evangelio de san Juan:
"En un principio existía el Verbo"; breve no porque el
personaje no tenga intención de extenderse en la traducción del citado evangelio,
sino porque el interés despertado por esta oración acapara toda su atención y
lo inhabilita para continuar.
Es necesario analizar
algunos fragmentos del evangelio de san Juan, concretamente lo que aquí
llamaremos el prólogo, esto es, los 18 primeros versículos del primer
capítulo. En esta versión del evangelio,
lo primero que se presenta es la Palabra (logos), no identificada con
Jesús, sino hasta el final del prólogo: "y aquel Verbo fue hecho carne, y
habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del
Padre)".[68]
Es importante una
consideración en torno al significado de la palabra. Al respecto han existido numerosas
interpretaciones. Como ejemplo tan sólo,
los estoicos utilizaban la expresión logos para describir el principio
de la razón divina, concebida por ellos como la causa de que la creación
natural surgiera.
Pero lo más importante
radica en la afirmación de san Juan referente a que el "Verbo fue hecho
carne", lo cual equivale a que la palabra se hizo carne.
Si observamos la
similitud entre el inicio del prólogo y el comienzo del Génesis, parecería
lógico asumir que el pensamiento judío contribuyó a la significación del
término logos. Y es así que
resulta dominante en la literatura judía de la sabiduría, la noción de la actividad
creadora de Dios.
El prólogo de san Juan
ofrece sus propias aportaciones, y por eso debe ser interpretado teniendo en
cuenta el resto del evangelio. Una de
las intenciones prioritarias del autor consiste en demostrar que antes de la creación
el verbo ya existía. La noción
trinitaria de Dios se impone así en el contexto de un análisis de carácter
religioso-místico.
En lo que se refiere a
la teología cristiana, la visión medieval de Dante Alighieri nos aporta
elementos complementarios de juicio.
En el canto tercero del
Infierno, la teología dantesca habla del fenómeno de la creación de este reino
de ultratumba, y dice:
Giustizia
mosse il mio alto fattore:
Fecemi la divina potestate,
La somma sapienza e il primo
amore.[69]
Dante establece la diferencia
que conllevan las distintas expresiones referenciales para la Trinidad
divina. Queremos destacar que la divina
potestad es el Padre; la suma sabiduría, el Hijo; y el primer amor, el Espíritu
Santo. Dejando de lado los términos
primero y tercero, subrayamos la relación existente entre la suma sabiduría del
Dios hecho hombre, y el concepto de Verbo que ocupa nuestras presentes
reflexiones. En san Juan, el Verbo
resume a la Trinidad, mientras que Dante se ha visto en la necesidad de separar
elementos, que él sabe reunidos, con un fin meramente explicativo.
En general, este pasaje
es traducido identificando al Verbo con la palabra, en primera instancia, y con
el Dios hecho hombre, en segunda. Pero
Fausto, apartándose de todo sistema preconcebido, quiere descubrir un sentido
mucho más profundo.
No desea que su
pensamiento resulte encasillado, pero sabe, al mismo tiempo, que su tarea es
muy difícil. El original está escrito en
griego. Basta consultar el significado
de la palabra logos para encontrarnos con una abrumadora
conceptualización en torno a este vocablo.
La polisemia del mismo explica la entidad del desacuerdo en el momento
de traducirlo.
En un diccionario
griego-español, encontramos las siguientes acepciones del término, si sólo
prestamos atención a las más importantes:
Logos:
palabra, dicho [...]; expresión, proposición, definición [...]; aserto,
afirmación [...]; palabra dada, promesa, condición [...]; palabra o revelación
divina; oráculo; dicho que corre o se propala, habla, hablilla, rumor, fama
[...]; discurso, conversación, coloquio [...]; discusión filosófica y asunto,
tema, cuestión y materia de ella [...]; argumento, razonamiento, [...];
tratado, parte de un tratado, libro [...]; razón, facultad de razonar,
inteligencia, juicio, buen sentido [...]; aprecio, concepto, estimación,
consideración [...]; pensamiento, cuidado, preocupación, [...]; relación,
proporción, analogía [...]; Verbo divino, Hijo de Dios.[70]
Como podemos apreciar
en las caracterizaciones propuestas, el concepto de logos evoluciona
desde la acepción inicial de "palabra" hasta llegar a la
conceptualización teológica mencionada: el Verbo es Jesús.
Pero insistimos en que
Fausto siente la necesidad de escapar a todo lo preconcebido en torno a este
tema, lo domina una especie de responsabilidad filosófica. Como hombre entregado al pensamiento
metafísico debe ser capaz de aproximarse a una traducción más o menos fiel y
que simultáneamente constituya un análisis de los términos que están en juego.
Eduardo Nicol, en el
libro citado, dedica a este tema tres capítulos denominados de la siguiente
forma: "El verbo mayor", "El verbo menor" y "El
misterio del verbo".
El mencionado filósofo
se entrega también a un estudio no teológico del problema y se encarga de
establecer la íntima conexión entre Dios —eventualmente identificable como
verbo mayor— y el hombre o verbo menor.
La
materia condiciona el verbo; lo cual es prodigioso; y enigmático, porque el
verbo es en efecto inmaterial, pero la materia lo somete a finitud.[71]
Según el autor, esta
relación está basada en una paradoja pues es el hombre quien se ha cuestionado
sobre el dios, de donde deviene que el concepto de este último está determinado
por el primero; el ser inmaterial resulta aprehendido en el terreno de la reflexión
a la que se entrega el ser material.
La interpretación
goetheana no se contradice con la explicación teológica, o al menos no lo hace
en la apariencia, como pretendemos analizarlo a continuación.
Dice Fausto:
Está
escrito: En un principio existía el verbo. Ya aquí tengo que
pararme. ¿Quién me ayudará para ir más
lejos? Es del todo imposible que pueda
dar tanto valor a la palabra Verbo; es preciso que lo traduzca de otro
modo, si el espíritu me ilumina. (p. 34)
Consideramos
cuatro momentos en el desarrollo del análisis de esta traducción.
El primero está dado
por el contenido del texto bíblico tal y como llega al personaje en el original
griego. Son tres las nociones
fundamentales que revisten un carácter claramente filosófico: a) Principio. b) Existía o Era. c) El verbo.
Es indudable que la
atención de Fausto se centrará en el tercero de los términos, ya sea por la
trascendencia del mismo o sea por la necesidad de enfocar cualitativa y no
cuantitativamente el problema. Dedicarle
tiempo a los conceptos a y b hubiera significado restárselo a c.
Por eso, el anciano
doctor se detiene ante la primera dificultad: ¿Cómo traducir verbo? No desea atribuirle tanto valor a este signo
lingüístico —señala— probablemente, porque está pensando en la acepción
tradicional del logos.
Se ve en la necesidad
de enfocarlo de otra manera y así llegamos al segundo momento:
Es
preciso que lo traduzca de otro modo, si el espíritu me ilumina. Está escrito: En un principio existía el
espíritu. (p. 34)
Es ésta la primera
innovación del personaje. Sustituye el
término verbo por espíritu.
De alguna manera el
espíritu se relaciona con el concepto de palabra ya estudiado. Puesto que el hombre se expresa mediante la
palabra, el término espíritu nos conduce necesariamente a ésta. El cambio introducido en relación con el
texto original no resulta así tan radical.
Probablemente ésta es la causa por la cual Fausto no está conforme y
continúa su búsqueda.
A pesar de encontrarse
decepcionado con la filosofía, el anciano científico nos demuestra, con su
proceder, que hay en él un verdadero espíritu filosófico que se manifiesta en
la búsqueda continua, en el no entregarse, en la lucha, en el dinamismo de no
manifestarse nunca conforme con la primera solución que aparezca.
Por esto nos conduce al
tercer momento del análisis y al segundo de su traducción:
Reflexionemos
bien sobre esta primera línea y no permitamos que nuestra pluma se
apresure. Es indudable que el espíritu
lo hace y lo dispone todo, por lo tanto debería decir: En un principio
existía la fuerza. (p. 34)
El principio creador se
relaciona así con la idea de fuerza que tampoco conforma a nuestro
protagonista. No es posible reducir todo
a este concepto aunque es dado observar que existe una relación entre espíritu
y fuerza que nos lleva al último momento de la traducción:
Por
fin, parece venir el espíritu en mi auxilio.
Ya empiezo a ver más claro, y escribo con mano firme: En un principio
existía la acción. (p. 34)
Hemos llegado así al
principio rector de la filosofía goetheana.
La acción es característica del macrocosmos y, en una relación inferior,
también del microcosmos. La tragedia de
Margarita se circunscribe en el principio de la acción, porque Fausto, al
acercarse a ella, está buscando nuevos caminos.
Pero esa búsqueda no se presenta en términos morales, sino,
precisamente, en términos de acción, según Goethe, aunque reconocemos que moral
y acción no pueden considerarse como términos opuestos.
Por otro lado, Fausto
ha llegado a la conclusión de que el Verbo es Dios, pero no bajo los mismos
razonamientos de sus precedentes, ni con las mismas consecuencias
ideológicas. Como posteriormente
demostraremos, el concepto del dios-acción determinará la salvación de Fausto,
salvación que es presentada como consecuencia de haber actuado este último.
En este instante
nuevamente interrumpe el perro. Se
reitera la situación anterior y Fausto se manifiesta enojado. Intenta expulsarlo de la habitación y
Mefistófeles decide cambiar de apariencia.
El
elemento mágico resurge con toda su fuerza.
Sabemos que el doctor no teme este tipo de manifestaciones, y que se
siente lo suficientemente seguro como para recurrir a un conjuro que lo proteja
de fuerzas superiores.
Lo que sigue
corresponde al primer diálogo entre Fausto y Mefistófeles, después que el
demonio ha adoptado la presencia de un estudiante en traje de viaje.
Esta escena, que no
comentaremos, porque no corresponde al desarrollo conceptual del análisis,
sirve de antecedente al pacto con el demonio por parte del personaje principal
del drama.
[69] "La justicia animó a mi supremo creador:/ hízome la
divina potestad, / la suma sabiduría y el primer amor". Dante Alighieri, La
Divina Commedia, Casa Editrice Sonzogno, Milano, 1964, p. 35. (Traducción nuestra).
¡Me dejó estupefacta! Es un análisis grandioso, gracias por compartirlo.
ResponderBorrar