viernes, 19 de marzo de 2021

Prólogo en el cielo.

 

 

 

     

                                                               Prólogo en el cielo

 

            Es necesario diferenciar entre la óptica de lo temporal y la de lo eterno.  El punto de vista de este prólogo es, precisamente, lo eterno.  Está profundamente influido por el "Libro de Job" del Antiguo Testamento de la Biblia.

 

            Desde el punto de vista del planteamiento, representa una audiencia concedida por Dios a sus ángeles; entre los cuales se encuentra Mefistófeles, el espíritu de la negación.

 

            Para Goethe Dios no puede existir como un ser trascendente a la Creación, sino inmanente.  En este sentido sigue la concepción de Spinoza quien sostiene en su Ética:

 

            Dios es causa inmanente y no transeúnte, de todas las cosas. [...]

                Demostración.  Todo lo que es, es en Dios y debe concebirse por Dios [...]; y así [...] Dios es causa de las cosas que son en él; que es lo primero.  Por otra parte, fuera de Dios no puede darse ninguna sustancia [...], que era lo segundo.  Dios, entonces, es la causa inmanente y no transeúnte de todas las cosas C.S.Q.D.[56]

            Los escolásticos habían hablado de la acción inmanente y con esto entendían referirse a la acción que permanece en el agente y la concebían distinta a la acción transitiva.  Recogían así el pensamiento aristotélico que había distinguido entre "movimiento" y "actividad".  Precisamente el concepto de "actividad" coincidía con el de inmanencia.  "Actividades" son las acciones que tienen su fin en sí mismas.

 

            Spinoza adoptó el término inmanencia en el mismo sentido y eso lo lleva a la proposición analizada: "Dios es causa inmanente, y no transeúnte..."

 

            Si atendemos a la ya mencionada relación con el "Libro de Job", observamos que se plantea el problema del sufrimiento inmerecido.  En Fausto, en cambio, se justifica a la Humanidad aunque esté llena de imperfecciones y caídas.  Es el de Goethe un Dios que entiende la flaqueza del hombre y por esa misma razón justifica el pecado; dicha justificación se realiza, porque el pecado es el impulso del hombre, su acción, su aspiración a superarse, su sed, su lucha.  Dios cree firmemente que la naturaleza humana es incorruptible y por eso concede la autorización a Mefistófeles para que por todos los medios trate de perder el alma de Fausto.  Para Goethe, poeta spinozista, el pecado no es acto malo, sino la tentativa que temporalmente puede ser mala, pero que desde lo eterno posee un amplio sentido de la Humanidad.

 

            Mefistófeles, por su parte, no es el diablo tradicional medieval; como ya señalamos, es un burgués del siglo XVIII, un hombre muy de la época que tenía la certeza de que la Humanidad había llegado a su culminación, a su última madurez y ya no se podía esperar nada de ella.  Cuando se produce el impulso de la valoración de lo irracional marcado fundamentalmente por el romanticismo, hemos llegado a un momento de cambio en el pensar de este siglo.  Mefistófeles habla como podría hablar un Voltaire, porque es evidente que hay rasgos voltaireanos en este prólogo.

 

            La filosofía de Mefistófeles es la filosofía de la negación, de la nada.  Lo mejor para este personaje hubiese sido que no hubiera habido creación.

 

            Cuando se refiere a la tierra en uno de sus discursos dice:

           

                                    No, Señor; francamente, todo allí abajo sigo encontrándolo detestable.  Los hombres excitan mi piedad en los días de miseria; pobres diablos, me impresionan de tal modo, que ni valor tengo para atormentarlos. (p. 12)

            Mefistófeles posee un fino sentido del  sprit francés; irónico, insatisfecho, hastiado de todo, concluye que el bien y el mal son sólo modos de un mundo aburrido.

 

            Siente piedad cuando observa la miseria humana y ni siquiera posee el valor suficiente para atormentar  a los hombres. 

 

            Las consideraciones de Mefistófeles se mueven en una gradación descendente: en primer lugar la tierra, en segundo término los hombres en general y por último el hombre, Fausto.

 

             Dios le pregunta: "¿Conoces a Fausto?" (p. 12), y después de responderle afirmativamente manifiesta su postura crítica y de incomprensión hacia ese hombre.  Cuando habla de él lo define como al individuo romántico insatisfecho:

 

            ¡Ya! ¡Es preciso confesar que os sirve de un modo extraño! ¡Pobre loco! ¡No sabe alimentarse de cosas terrenas!  La angustia que lo devora lo impulsa hacia los espacios y conoce a medias su demencia; quiere las estrellas más hermosas del Cielo y anhela toda sublime voluptuosidad de la Tierra, y, ni de lejos ni de cerca, nada podría satisfacer las insaciables aspiraciones de su pecho. (p. 12).

            Queda claramente expresada la naturaleza fáustica a través de la avidez de conocimientos, fundamentalmente, y de "las insaciables aspiraciones de su pecho".

 

            Puede existir también otra naturaleza que no siente esa inquietud, esa agitación; es la naturaleza del hombre satisfecho, del hombre burgués.  Se plantea así un conflicto entre estas dos clases de hombres que aparecen diferenciados por su espiritualidad.  Ésta es una distinción típicamente romántica; los románticos separaban a los seres humanos de acuerdo con su fineza espiritual: ellos eran genios incomprendidos por la masa y las otras clases, los ignorantes, la "cambiante multitud", los "filisteos", como acostumbraban denominarlos.

 

            Era pues una clasificación por calidad de alma y no por posesión de bienes materiales.  La concepción del primer Fausto, eminentemente romántica,  valora el genio, la personalidad sobresaliente, excepcional, y desestima la masa anónima; de esto último se deriva el individualismo de las grandes figuras del siglo XVIII y también del romanticismo.

 

            El Señor ante el pesimismo de Mefistófeles opone su confianza en que el hombre es bueno y se ha de salvar.

 

            Si me sirve hoy en el extravío, quiero en breve conducirlo a la luz.  Bien sabe el jardinero cuando verdea el arbusto que ha de producir a su tiempo flor y fruto. (p. 12)

            El hombre actúa moralmente ciego.  Sin saberlo está sirviendo a Dios; sólo es necesaria la luz para llegar a comprenderlo definitivamente.  El extravío de Fausto no es más que un indicio de su pobre humanidad.  La concepción divina es premonitora y este anuncio se expresa mediante la imagen del jardinero que conoce sus arbustos.  Ese conocimiento que posee Dios le permite apoyar al hombre de naturaleza pecadora.  Observado desde este punto de vista, totalmente extrahumano, los errores de Fausto se transforman, no en una suma de imperfecciones, sino en una marcha siempre ascendente hacia la perfección.

 

            Esta idea de superación del hombre expresada por Dios, es uno de los conceptos típicamente goetheanos; nada hay más contrario a la vida que la quietud, lo estático; la existencia es movimiento febril, dinamismo que nunca acaba.  El hombre que actúa puede llegar a obrar el mal aun queriéndolo, con plena conciencia de ello; el que no hace nada corre el riesgo, el supremo riesgo, de transformarse en un individuo estático.

 

            Como consecuencia de lo dicho anteriormente, el último sentido de la salvación de Fausto estará dado por el sufrimiento intenso que él experimenta como hombre que ha amado.  El amor constituye una experiencia de vida en Fausto y aunque él comete numerosos errores en este terreno, finalmente termina justificado por el solo hecho de haber amado con pasión y entrega.  "El eterno femenino", representado en el primer Fausto por Margarita, intercede desde el más allá, ruega por la salvación de Enrique y es escuchada esta súplica.

 

            Por otra parte, el tedio, carácter esencialmente romántico, aparece en Fausto con insistencia.  El aburrimiento esencial del personaje central del drama está relacionado con el nihilismo de Mefistófeles.  Fausto ha vivido la experiencia del conocimiento y ha fracasado; desconcertado y escéptico, concluye con la negación total de la posibilidad de conocer.  Mefistófeles parece haber recorrido ya ese sendero y desde su burlona pose sostiene que nada tiene sentido en el mundo. El tedio del primero es una posición adoptada a posteriori; el nihilismo del segundo constituye una reafirmación de algo conocido; uno lucha hasta llegar al desconcierto, el otro sabe del vacío de la existencia, no necesita poner a prueba sus conceptualizaciones.

 

            La suma de las imperfecciones de Fausto no merece la condenación, porque condenarlo sería castigar a la Humanidad en lo que ésta tiene de más noble y más representativo: su aspiración, su acción, su lucha continua.

 

            En ese afán por demostrar que nada tiene sentido en el universo, Mefistófeles se atreve a proponerle a Dios una apuesta en donde el alma de Fausto estará en juego:

 

            Apostemos a que lo perdemos aún, si me permitís atraerle paulatinamente a mi camino. (p. 12)

            El Señor acepta, recordándole que "El hombre sólo se extravía mientras está buscando su objeto".  Esto no significa que la vida sea concebida desde el enfoque goetheano como una permanente búsqueda.  Ésta es una de las críticas de Goethe a Kant: el hombre se extravía cuando distingue entre sujeto y objeto.  Para el autor del Fausto esta diferenciación no es fructífera: sujeto y objeto corresponden a idéntica realidad y por lo tanto el hombre que busca el objeto se estaría buscando a sí mismo.  Según Spinoza Dios y Naturaleza son inseparables, concepto que produce la paradójica unión entre el hombre finito   —parte de la naturaleza— y el mismo Dios infinito, idea que se ve reflejada en Goethe como bien señala Fairley:

 

            To find him recognizing in Kant's philosophy the tendency, which was the opposite of his own, to attain a maximum of specification and to define the faculties as sharply as possible, even at the risk of setting them far apart. "Kant's system [...] consists in distinguishing between the subject and the object".[57]

 

            Mefistófeles agradece a Dios y continúa expresándose en un lenguaje entre irónico y triunfante.

 

            El Señor agrega:

            Pues bien, te lo entrego.  Aparta a ese espíritu de su manantial, y arrástrale, si puedes apoderarte de él, por tu pendiente; pero confiésate vencido y humillado si te ves obligado a reconocer que un hombre bueno, en medio de las tinieblas de su conciencia, se ha acordado del recto camino. (p. 13)

            Dios le entrega al diablo un hombre bueno; he aquí el punto de partida del eventual convenio entre la potencia del bien y la representativa de las tinieblas, de la negación.  Lo exhorta a intentar la corrupción de esa alma, lo deja en plena libertad, pero al mismo tiempo subraya el otro aspecto del convenio: si llegas a reconocer en él a un hombre bueno, "confiésate vencido y humillado". (p. 13)

 

            El temor preponderante en Dios se relaciona con el siguiente aspecto:

 

            La actividad del hombre fácilmente se calma, por no tardar en entregarse al encanto de un reposo absoluto.  Por esto quiero darle un compañero que lo aguijonee y que, aunque sea el Diablo, le impulse a obrar. (p. 13).

            Por una suerte de inercia inherente a su condición, el hombre tiende a buscar el reposo; esto es precisamente lo que Dios quiere evitar.  Reposo absoluto se opone a actividad constante.  El Señor está asignando a Mefistófeles el papel de instigador a la acción; la potencia que niega está siendo manipulada por la Divinidad.  Goethe aparece muy cercano a Hegel en esta idea: 'La astucia de la Razón' consiste en saber servirse de la negatividad.

 

            Desde el punto de vista de la fundamentación teológica, "El prólogo en el cielo" nos enfrenta a una auténtica concepción goetheana en donde el principio de la acción es fundamental.

 

            La perspectiva mefistofélica se advierte en las palabras con que culmina este prólogo.  Con un marcado carácter irónico afirma:

 

            Grande es el placer que siento al ver de vez en cuando a mi antiguo Padre; por esto me guardo muy bien de romper con Él.  ¡Tan gran Señor hablar tan benignamente con el diablo! (p. 13)

            Concluyen así los tres textos que representan diferentes posiciones del autor ante distintos problemas: la "Dedicatoria" expresa la nostalgia por todos los que se han ido; "El preludio en el teatro" conlleva el planteamiento profundo en torno al destino de la obra de arte y al papel cumplido por ese público masivo que acude con cierto desdén a las representaciones y "El prólogo en el cielo" es el enfoque teológico, al mismo tiempo que fundamentación y punto de partida del drama.

 

            Al iniciarse el primer monólogo de Fausto ya conocemos aspectos que nos permitirán involucrarnos válidamente en el análisis.



    [56] Benedicto de Spinoza, op. cit., p. 29.

 

    [57] "Encontrar que reconoce en la filosofía de Kant la tendencia, opuesta a la propia, de llegar a un máximo de especificación y de definir las facultades en forma tan aguda como sea posible, aún con el riesgo de separarlas demasiado. 'El sistema de Kant [...] consiste en distinguir entre el sujeto y el objeto'". Barker Fairley, A study of Goethe, Oxford University Press, London, 1950, p. 265.

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