LA TRAGEDIA GRIEGA
Por Luis Quintana Tejera
GENERALIDADES
Los
principios de la poesía dramática arrancan como los de la lírica del siglo VI.
Sus gérmenes se hallan en los cultos de las divinidades campestres, que
alcanzaron valor oficial, durante la dominación de los tiranos.
En
Eleusis la veneración por Dionisos habían entrado en notable unión con los
misterios de Ceres. Ambos cultos daban ocasión ya a la reflexión de la
naturaleza, se halló un símbolo de la muerte y de la inmortalidad; lo segundo,
porque, lo mismo la entrada de la primavera que la recolección de frutos en el
otoño, daban rienda suelta al gozo y al regocijo.
En
las antiguas fiestas de Dionisos, laneas y antesterias, era costumbre
disfrazarse y andar de un lado para otro, a pie o en carro, entre toda clase de
gesticulaciones y chuscadas. De la unión de estos elementos del culto con los
géneros ya creados de la poesía, nacieron las nuevas formas artísticas del
drama: la tragedia, el drama satírico, la comedia y el mimo.
LOS COMIENZOS DE LA
TRAGEDIA
La tragedia nació del ditirambo, canto del
culto de Dionisos, en que se daban a conocer los casos de la vida del dios, el
nacimiento maravilloso, su crianza entre las ninfas, sus peregrinaciones,
persecuciones y victoria final sobre sus enemigos.
Los
coreutas campestres se vestían para ello con pieles de macho cabrío, al modo
que se imaginaban a los sátiros del séquito del dios. por esto se les llamó
“tragoi”, esto es, machos cabríos, y de ellos recibió aquel cantar su nombre.
Con el tiempo tuvo el ditirambo, con la inserción de asuntos heroicos, un
contenido más vario, no por cierto sin vencer resistencias que parte de la
población ofrecía; así se convirtió en balada heroica.
En
1896 se produjo el hallazgo en Egipto de 19 poemas casi completos. En uno de
esos grupos de poemas, aparece realizada la transformación del ditirambo en
balada heroica. En uno de estos cantos: “los jóvenes héroes”, que es
propiamente un peán para la fiesta de Apolo Delio, refiere el poeta como el
joven Teseo, en su viaje hasta Creta, se lanza al mar desde la nave del rey
Minos y halla el anillo arrojado por éste a las aguas; con ello aparece por
primera vez en la literatura el tema del buzo. Un paso más da el poema
siguiente que también trata de Teseo, en él se presenta al rey Egeo esperando
la venida de su hijo, en conversación con un ciudadano ateniente, que acaso
fuese el corifeo. El ditirambo adopta así la forma de diálogo, con lo cual
acerca a la tragedia. Sitúase, por lo tanto, la balada heroica, como punto
intermedio entre la lírica coral y la tragedia.
Al
mismo tiempo, en el uso de las máscaras, que de antiguo se practicaba en el
culto, había un elemento dramático, éste se halló muy reforzado con el narrador
o actor que se opuso al coro. Este paso lo dio en el Ática Tespis. Dionisos
venerado hasta entonces en Eléuteras, había obtenido, en la Atenas de
Acrópolis, y con él unas nuevas fiestas, las dionisíacas mayores o ciudadanas,
celebradas en el mes Elafebolión (meses de marzo y abril) bajo la dirección del
arconte epónimo.
Las
leneas en cambio, que tenían lugar en el mes de Gamelión (enero y febrero), dependían del arconte basileo. La tragedia salió de su cuna, en las fiestas
dionisiacas del 534, en que por primera vez se le asignó a Tespis un coro y se
le señaló actor por parte del Estado. Desde entonces permaneció como elemento
del culto igual que los misterios de la Edad Media alemana, representaciones de Navidad, Pasión o Pascua. El que quería tomar parte en el concurso de las
fiestas, había de entregar al arconte tres tragedias y un drama satírico. Sólo
se admitía a tres poetas de los cuales se premiaba a uno al final de las representaciones,
según el veredicto de un colegiado de cinco jurados. Por lo demás, el
triunfador oficial era el corega, éste es un acaudalado ciudadano
perteneciente a la clase de los grandes contribuyentes que a sus expensas había
equipado al coro: A éstas había que
erigírsele un monumento conmemorativo de la victoria: se entregaba también un
documento de la concesión del premio. El lugar de la representación era el
teatro, primitivamente de madera, apoyado en las faldas de la colina, en el
recinto de Dionisos; hasta el principio del siglo IV no fue sustituido por
edificación de piedra.
El
número de los coreutas trágicos era primero de doce; después, desde Sófocles,
de quince; el de los actores llega a tres, pudiendo cada uno de ellos
representar varios papeles. Aparecían con máscaras y alto coturno, para
aparentar mayor estatura que la ordinaria humana, y alcanzar la supuesta de los
héroes. Las representaciones se verificaban por la mañana temprano. Se pagaba
una cuota de entrada que en tiempo de la democracia, se sufragaba a los
ciudadanos de la caja del Estado. La tragedia como género literario nace de la
unión de elementos líricos y épicos; porque lo mismo las partes narrativas
(relaciones de mensajeros o heraldos) que el diálogo, habían sido ya moldeados
en la epopeya.
Y
como la tragedia tomaba sus asuntos generalmente de la leyenda heroica
considerada como historia, se le puede llamar, con Diomedes, “representación de
un destino heroico”. Pero el nuevo género poético fue, además, recipiente de un
nuevo espíritu, que, en su esencia, ciertamente, se había anunciado aquí y allá
anteriormente. Ya la epopeya heroica (Odisea, canto I, versos. 32 y
siguientes), toca ocasionalmente el problema de la relación entre culpa y
destino en la vida humana, y la meditación sobre este tema se intensificó
fuertemente con el movimiento religioso del siglo VI. Este problema constituye
el espíritu de la tragedia griega; pero hay que advertir que en la idea de
destino no se han de comprender solamente las circunstancias externas de una
existencia humana, sino ante todo el nativo carácter del héroe, según la frase
de Heráclito: “la manera de pensar de los hombres es su destino...”
Además
de Tespis, de cuyas obras sólo conocemos algunos títulos, entre ellos “Panteo”,
se menciona como los más antiguos trágicos del Ática a Frínico y Quérilo.
El DRAMA SATÍRICO
Conservó más fielmente que la tragedia el carácter originario de mascarada popular; nació
en Flionte, en el noreste del Poloponeso, y al principio del siglo V lo
transplantó a Atenas Platinas, autor asimismo de tragedias: allí se le dio
lugar en el agón o contienda dionisíaca. El coro lo integraban siempre sátiros.
También este genero de poesía tomó sus asuntos de los poemas heroicos,
eligiendo los que especialmente invitaban a una representación bufonesca, como
por ejemplo, la aventura del cíclope en La Odisea, o las travesuras del
joven Hermes, referidas en el himno consagrado a este dios. A veces se
utilizaban también motivos novelescos.
LA
COMEDIA DÓRICA
La
comedia recibe su nombre de Comos, la regocijada procesión de máscaras, que en
las fiestas dionisiacas recorría las calles haciendo bromas a los transeúntes.
En ella, la imagen del dios se llevaba en un carro naval (carrus navalis). Estas burlas populares hallaron forma artística por
primera vez en las colonias dóricas de Sicilia, y el primer gran comediógrafo
fue Epicarmo de Crasto, en el territorio de los Sicanos (550-460). Ya sus
poesías muestran la vena satírica, signo característico de la legítima comedia.
Compuso, de una parte, parodias míticas, con las que entroncaba en lo divino
burlesco de la epopeya, y de otra, comedias típicas cuyas figuras estaban
tomadas de la vida real.
Entre las primeras está por ejemplo “La
bodas de Hebe”, donde las musas son representadas como pescadoras, y Hércules
como un glotón y buen catador. Entre las últimas: “El labriego”, “Los
feriantes” y “La esperanza o la riqueza”, en que por primera vez aparecía la
figuras del parásito. La comedia de Epicarmo muestra también un rasgo erístico:
así, por ejemplo, cuando Mar y Tierra discuten cual de los dos ofrece al hombre
más placeres. El coro parece quedar aún muy en segundo lugar en las comedias de
Epicarmo. El diálogo se desarrollaba en trímetros yámbicos y tetrámetros trocaicos,
y estaba enriquecido por profundas sentencias, como la conocida: “sé sensato y
aprende a dudar, porque ésta es la médula del talento”.
EL
MIMO
El
creador de esta cuarta forma de la poesía dramática de los griegos fue el
siracusano Sofrón, que vivió en tiempo de Jerjes. Sus poemas destinados a la
recitación en la orquesta o en los banquetes, con caracterización de trajes,
pero sin decoraciones, eran escenas picarescas, de gran realismo, tomadas de la
vida cotidiana.
Su contenido puede colegirse hasta cierto
punto de los títulos: “El campesino”, “El pescador de atún”, “la suegra”...
La lengua es prosa rítmica. Los mimos de
Sofrón debieron ser lectura favorita de Platón, que, sin duda, los conoció en
Sicilia.
EL
DRAMA
LA
TRAGEDIA
El
día más grande de la historia de Atenas, y de la historia de Grecia, el día de
la batalla de Salamina, estuvo también lleno de presagios para la tragedia
ática. En él combatió Esquilo en la batalla; Sófocles, joven de 16 años,
dirigía las danzas triunfales de los efebos, y Eurípides vino al mundo en las
fincas de sus padres, refugiados en la isla. De esta manera se fija con
exactitud esencial la relación de edad a los tres poetas, que encarnan el desarrollo
de la tragedia ática.
ESQUILO
(525-456)
Nacido
en Eleusis, de noble familia, pertenecía aún a la generación de los
combatientes de Maratón.
Es propiamente el creador de la tragedia
griega. Antes de él la tragedia, “canto del macho cabrio”, era simplemente una
danza y canto combinados que se realizaban ante el altar de Dionisos y sus
temas eran tomados de la mitología y la leyenda heroica. Esquilo infundió a esa
tragedia primitiva la esencia de lo trágico. En ella, los personajes se
enfrentan a la muerte y para poder extraer su pleno valor artístico y su
belleza, la muerte debe ser afrontada y vencida por el heroísmo o alguna otra
cualidad del alma humana. La muerte aparece, pues, en la tragedia como la
explicación del pecado.
Con el agregado de un segundo actor, y más
delante de un tercero (en esto último precedido de Sófocles), hizo posible el
verdadero diálogo, en obsequio del cual se redujeron gradualmente las partes
corales, muy extensas al principio. El coro aparecía primitivamente integrado
por 50 miembros; Esquilo lo redujo a doce. También fue él quien introdujo el
prólogo antes del ingreso del coro. Y, lo que es más importante, derivó de la
costumbre ateniense de presentar tres tragedias a un tiempo, la ley de la
trilogía.
Tomó la mayor parte de sus asuntos de la
epopeya y cuando llama modestamente a sus piezas “migajas del gran banquete de
Homero”, ha de entenderse que habla no sólo de La Ilíada y de La
Odisea, sino también de los poemas cíclicos.
Naturaleza profundamente piadosa, procuró
la depuración de la religión, y no pudo librarse de un conflicto con la opinión
dominante, por una supuesta profanación de los Misterios. Todas sus tragedias
están llenas de espíritu religioso. Consciente de su especialidad personal, se
sirve particularmente de los cantos corales para mostrar los puntos de vista
desde los cuales quiere que sean contemplados el Universo y la vida Humana.
Zeus adquiere para él la amplitud de fundamento absoluto del mundo:
Zeus es el éter, Zeus es la tierra,
el cielo es Zeus;
Zeus es el mundo, y lo que está aún
más alto que
el mundo...
Sin
embargo, este panteísmo religioso no tiene nada que ver con la explicación
jónica, que más bien rechaza; enlázase, por el contrario, con las
especulaciones órficas, aunque no se halla en él rastro de la doctrina de la
transmigración: Esquilo se muestra siempre griego, y permanece constantemente
en el mundo ultraterreno. Médula y norma de su visión universal es la fe en la
justicia del gobierno divino. El hombre, pecador y doliente, ha sido encajado
en el proceso del universo no sólo mecánica, sino orgánicamente. El espíritu
maldito (Alastor) no se introduce en cualquier persona, sino sólo en aquella
cuya naturaleza se adapta a ella.
Y como cada maldad engendra otras maldades,
la fatal disposición se hereda a través de las generaciones. La individualidad
del hombre es, en cambio, obra de la divinidad: “El no ser malo es el mayor don
de Dios”.
La idea de Alastor es tan importante que
la traslada, no sin artificio, de la leyenda patria a la suerte de Jerjes. En
cambio, el sufrimiento que la divinidad impone al hombre malvado ha de llevarle
al conocimiento de sí mismo y a la prudencia y discreción.
Como se ve, la tragedia de Esquilo está
llena del espíritu religioso y moral. Los personajes que lleva a escena tienen
carácter típico, aunque también ofrecen notas de individualización: son héroes
en el pleno sentido de la palabra, y exceden grandemente de la ordinaria medida
humana. A estas figuras gigantescas se adapta también el lenguaje del poeta,
que es grandioso, y, como dice Aristófanes “acumulador de palabras sublimes...”,
sobre todo en los cantos corales. Con esta tragedia de gran altura quiso
Esquilo, que consideraba como misión divina su profesión de poeta, ser por
excelencia el maestro y educador de su pueblo. Dominó cerca de medio siglo la
escena ateniense.
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