ÍNDICE Y PRÓLOGO
Universidad Autónoma del Estado de México
Facultad de Humanidades
Licenciatura en Lengua y Literatura hispánicas
Curso de: Narrativa breve europea
Dr. Luis Quintana Tejera
Índice
1. Capítulo
1. Antecedentes. El cuento tradicional.
.
Definición y características del cuento.
.
La oralidad en el relato. Testimonios del pasado. Aedos y rapsodas: homéridas.
.
Grecia. Caracteres históricos y culturales.
.
Caracteres generales de la literatura griega.
. El proceso histórico
.
Aedos y rapsodas
.
Poesía épica anterior a Homero La epopeya homérica. La Ilíada y la Odisea.
.
Ilíada. Canto
I. Preludio, peste y disputa.
.
La controvertida edad media.
.
El cantar de Roldán.
.
Poema del Cid campeador.
.
Les Fabliaux.
.
El prerrenacimiento italiano. Humanismo dantista.
.
La Comedia
dantista. Análisis del canto I.
. Canto V del infierno
dantesco. Personajes. Paolo y Francesca
.
Giovanni Boccaccio. El Decamerón.
.
Geoffrey Chaucer. Cuentos de Canterbury
. Perrault y el arte de narrar para niños.
2.
Capítulo 2. El cuento moderno.
. Stendhal y su peculiar forma de encarar el realismo de su época.
. Análisis de cuentos breves.
. Balzac, representación del
diálogo entre corrientes decimonónicas.
. Introducción a la Comedia
humana.
. Estudio del cuento “El elixir de la
larga vida”.
. Gustave
Flaubert.
. Análisis del relato
“Un corazón sencillo”.
. Zola y el naturalismo.
. Estudio literario del
relato “El paraíso de los gatos”.
. Antón Chéjov y el
relato en miniatura.
. Análisis de
“Tristeza”.
. Poe y Narraciones
extraordinarias: el arte de
horrorizar al lector.
. Oscar Wilde: desarrollo narrativo
y ludismo en “El fantasma de Canterville”.
3. Capítulo 3. El cuento contemporáneo.
. Mark Twain
y el cuento breve.
. Franz
Kafka. Análisis pormenorizado de La metamorfosis.
. William
Faulkner. “El sacerdote” y “Las palmeras salvajes”
. Hermann
Hesse. Cuentos varios. El lobo estepario.
. Ernest Hemingway. Nick Adams: análisis
de dos cuentos de este volumen.
. Carmen
Laforet y la generación de Posguerra española. Un cuento: “La muerta”.
. Microcuentos. Teoría y ejemplos representativos.
4. Capítulo
4. Otros géneros breves
. Leyenda.
. Fábula.
. Parábola.
. Apólogo.
. Teoría y modelos representativos.
5.
Anexos
. El
narrador.
. Decálogo
del perfecto cuentista de Horacio Quiroga.
. Consejos
varios para narrar.
6. Conclusiones.
Prólogo
Desde el prólogo que redacto al final de mi trabajo, me enfrento a uno de los problemas que no creí que me fueran a traumatizar tanto. ¿A qué llamamos “realidad”? ¿Por qué la ficción ocupa un lugar muy importante en nuestra vida? Nuestro sueños, ¿son ficción? ¿El inconsciente personal duerme igual que la conciencia?
En fin, serían mil preguntas más que me quedan sin formular, pero la “verdad” —que in stricto sensu no existe— siempre lucha por protagonizar; quiere tener un lugar en la historia de la humanidad y, lo más que consigue alcanzar, es lo que su hermana menor, la verosimilitud, le permite consolidar. Es decir, en este mundo, la verdad está siempre disfrazada con la máscara de la verosimilitud o veridicción —parecido a la verdad, pero no la verdad misma— la cual está siempre ahí para demostrarnos que lo semejante ocupa el lugar de lo esencial. De esto no tenemos la culpa ni tú ni yo; esa supuesta culpabilidad recae en la masa consciente y, también, ¿por qué no?, en el inconsciente colectivo.
Estarán esperando que responda a las preguntas arriba formuladas. Trataré de acercarme a ello.
En primer lugar, ¿qué es la realidad? Me atrevo a recordar aquel principio de Berkeley (Cfr. Maurice Corvez, 1981: 7-91) “el mundo que se representa en nuestros sentidos solo existe si es percibido”. Es decir que, según el filósofo, la computadora en la que redacto estas líneas dejaría de existir si yo —sujeto consciente— dejara de percibirla. O, lo que es semejante, los objetos están ahí, porque yo los veo. De este modo, el empirismo berkeliano coloca al hombre en una posición de privilegio, porque sólo por su presencia consciente los objetos existen. Si desapareciéramos, el mundo también dejaría de ser. ¿Qué es, entonces, la realidad? Una utopía en la que creemos, porque la necesitamos.
La Segunda interrogante: ¿Qué lugar ocupa la ficción? Pienso que el sitio de la realidad quedaría prácticamente vacío, si consideramos verazmente la preponderancia que tiene la ficción en mi vida y en la existencia de cada uno de nosotros. Vivir, en el amplio sentido del término, significa valorar la ficción que habita en nuestro microcosmos y que nos bombardea, constante, desde el mundo exterior.
¿Homero existió? ¿Shakespeare fue realmente Shakespeare? Lo de Homero ha sido superado totalmente por la cuestión que aborda este tema: hay un Homero individual que luchó por sobrevivir durante siglos y un Homero colectivo que aparece, de pronto, en recientes siglos. Pero, vaya enorme paradoja, los dos son ficción.
En cuanto a Shakespeare, he visto con mucho asombro, cómo reaparece de pronto en la escena de la crítica el “asunto shakespeariano”; y los críticos, que quieren hacer de su profesión un divertimento para muchos, le buscan por todos los ángulos posibles para llegar a responder con aquello de que el bardo de Stratford no tenía una formación universitaria, por ello, no pudo haber creado una obra tan genial. Les preguntaría: ¿Sólo en las universidades nacen los grandes hombres? ¿No será, posiblemente a la inversa? Y tiran al aire muchos argumentos más entre los que incluyen a un Shakespeare femenino y, si no me creen, lean el último número de “Letras libres”, el número 287, p. 82.
Pero agotemos las preguntas antes de hablar de algunos aspectos ficcionales de la obra del dramaturgo inglés.
¿Nuestros sueños son ficciones y el inconsciente personal duerme a la par de la conciencia? No; pero aclaremos un poco más. En nuestros sueños anida la ficción que saca partido de la realidad de nuestras vidas. Nuestro mundo onírico es conflictivo y parte de nosotros está en él, aunque nos cueste recordarlo en los tiempos de vigilia y en los momentos de estar despiertos, recorriendo el mundo en que nos ha tocado vivir.
El segundo “No”: el inconsciente está siempre despierto mientras nuestra conciencia duerme profundamente. El inconsciente es —así lo pienso yo— una suerte de diablo menor que nos muestra caminos y resuelve intrigas, que nos amenaza y nos pone a temblar. En los pocos momentos en que nuestra conciencia despierta, alcanza a leer los dictámenes del inconsciente, que son los sueños, y ella se encarga de compartirlos con nosotros.
Es complicado lo sé, pero creo que trato de explicarlo para que se empiece a entender esta relación entre realidad y ficción.
Regreso al tema del dramaturgo isabelino, para tener presente que varios aspectos de su producción tienen que ver con las fuentes de donde ha sacado sus argumentos y de los cambios que ha operado en esas fuentes. Muchos creyeron en un Shakespeare plagiario, porque varias de sus obras están tomadas de las crónicas escritas por un tal Holinshed. Éste fue un solitario historiador de los gobiernos monárquicos de la época y contó historias, que al bardo isabelino lo atraparon. Holinshed narró aconteceres que Shakespeare trasladó al teatro. Pero tanto uno como el otro mintieron.
Cuando el bardo inglés compone Macbeth lo hace con personajes que son doblemente ficcionales; lo digo porque el Macbeth de la tragedia es un magnicida, apoyado únicamente por su esposa y por algunos sicarios contratados por él. El Macbeth de las crónicas históricas, es igualmente un asesino, pero secundado por otros nobles que adoptan su mismo fanatismo. Banquo, el mejor amigo del futuro rey, es uno en la tragedia y otro en las crónicas; en éstas confabula con el thane de Cawdor para matar al rey y, en aquella, es sólo un observador que pagará con su vida por ser un testigo incómodo —como dicen los políticos de hoy—.
Ahora bien, el tema de Banquo debía ser tratado con mucho cuidado, porque él era un lejano ascendiente de la familia de los Estuardos, a la cual pertenecía el rey en ejercicio en ese momento: Jacobo I. Así lo hace Shakespeare al crear una ficción de un hombre fiel a la corona y que muere antes de que se le permita actuar.
¿A qué viene todo esto? Simplemente pretendo mostrar como en la literatura el mundo de la ficción se mueve en distintas direcciones y se aleja de la realidad.
Rafael Holinshed (1526-1582) es un personaje de la realidad como lo fue William Shakespeare; esto último lo digo con la advertencia de que, en cualquier momento, los críticos oportunistas no resuelvan iniciarle un juicio histórico al poco conocido Holinshed, como lo hicieron con el bardo de Stratford. No creo que lo lleven a cabo, porque ya les ha servido para ensuciar el nombre de Shakespeare y no conviene regresar sobre el tema. En alguna ocasión le preguntaron al autor de las magníficas tragedias que lo catapultaron a la fama, si él conocía a Holinshed y si le había plagiado sus argumentos. Con una actitud entre humilde, arrogante y lúdica respondió que sí había escrito los mismos temas que el creador de las crónicas, pero que él (Shakespeare) lo había hecho mejor.
En la realidad estamos los hombres que compartimos momentos. En cada uno de los seres humanos anida una ficción, la cual se dispara en muchas direcciones. Somos hombres reales, pero portamos un antifaz, una máscara social del que no nos podemos deshacer tan fácilmente.
La realidad soy yo, la ficción se halla en cómo nos ven los demás. Los seres queridos, que ya se han ido, habitan en la ficción en que nos han enseñado a creer las religiones.
¿Hay un paraíso? ¿Hay un purgatorio? ¿Hay un infierno? Peor aún: ¿Hay un limbo? La iglesia romana rechaza hoy la existencia de este último, mientras señala que ha sido, durante siglos, “una sana opinión”. Es de sabios arrepentirse, pero ¿tantos siglos para llegar a la obvia conclusión de que el limbo no es ni ha sido nunca realidad, sino una ficción creada por mentes enfermas de teología? Dante colocó a este reino en el mismo infierno, situación que nos parece exageradamente medieval. Pues bien, podemos darle a la iglesia unos cinco siglos más para que llegue a la conclusión de que el infierno no existe, pues es imposible concebir a un dios misericordioso castigando con tanta saña. Del paraíso no digo nada, porque no creo que el hombre —indeciso y problemático— sea merecedor de tal premio.
Dante poeta observó el contexto de su momento histórico y extrajo de él, personajes reales que se perdieron en el universo de símbolos. Paolo, Francesca, Ciacco, Felipe Argenti, Ugolino y Ruggieri fueron personajes reales, con una historia personal, con una biografía, pero al ser trasladados al infierno, por la pluma de Dante, se vuelven entes de ficción en quien el florentino descarga sus amores, sus odios, sus desdenes.
En otro orden de aspectos a considerar, en la realidad están los políticos corruptos, en la ficción los estadistas honestos que velan por el bien del pueblo.
En la historia encuentro a un héroe latinoamericano —no digo su nombre para que intenten adivinarlo— que sólo ganó una batalla, pero que su pueblo lo venera como a dios pagano.
A su vez, el coronel Aureliano Buendía de García Márquez, aquel que “promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos” (2007: 125), ofertó sus prodigios a la posteridad, pero en la realidad es la caricatura de uno de los tantos héroes que la tradición nos ha legado.
Quiero hablar de épocas literarias para descubrir como los románticos sensibilizaron los temas y, en oposición a ellos, los miembros del realismo dibujaron, en su propio nombre, una paradoja, porque la literatura es ficción creadora y la realidad sólo les sirve de humilde punto de partida.
Paralelamente, Balzac y Zola acercaron la literatura a la ciencia, pero siguieron creyendo en la literatura como la única fuente posible. La ciencia los ayudó a comprender mejor al hombre, que luego reinterpretaron desde el terreno de la ficción.
Los ministros de la iglesia ortodoxa, los pastores del cristianismo, los sacerdotes católicos se auto proyectan como los encargados de administrar la imagen de dios, para luego vendérsela a sus fieles. Ellos son los entes reales y el dios que ofertan es la ficción.
Hay casos insólitos, por ejemplo, el de aquel cirujano que habita en la realidad y que abrió un cuerpo viejo, para tratar de encontrar al alma o, al menos, el lugar donde ésta residía. Halló un corazón necio que seguía palpitando a pesar del terco colesterol; un hígado sumiso, que, harto de cumplir con su función de filtrar y purificar al cuerpo, estaba al borde de la muerte; un páncreas incansable que cumplía seriamente con su función de mediador y regulador de los procesos vitales del organismo; unos riñones que interactuaban a la par; en fin, huesos, venas, sangre…Con desánimo reconoció, al cerrar a su paciente, que no había encontrado al alma. Pero el alma estaba allí; él no la vio, porque no tenía ojos que pudieran desvelar el misterio de la vida y el enigma de la muerte. Vuelvo a lo mismo: en el plano real hallamos hombres que luchan por prolongar la existencia de otros hombres; en la ficción hay almas que no necesitan ayuda alguna para enfrentar su propia eternidad.
Regreso a Balzac por el inmenso respeto y veneración que siento por él. Balzac repite al hombre hasta el infinito, pero cometió el gran error de morirse a las misma edad de don Quijote y nos quedó debiendo la mitad de su Comedia. Tengo con él mi propia ficción que comparto contigo: le hubiera regalado veinte años más para que terminara de dibujar la geografía de sus novelas restantes. Me río de los que dicen que dejó su obra inconclusa; muchos han llegado a los altares del canon con el diez por ciento de lo que el genio de París llegó a componer. Según mi propio criterio, la Comedia humana tiene dos partes perfectamente diferenciadas: la primera, real —sus gruesos volúmenes; la segunda, ficticia — sus temas—. Falta lo que aún no ha sido escrito y que resulta, al igual que el alma que aquel cirujano buscaba, inaprensible y absurda. Espero que el espíritu del genio renazca y rediviva pueda completar la tarea inconclusa.
Estoy observando el horizonte y veo al sol decaer con fulgores de luz opaca en el final de este día. He aquí una realidad que los amantes de la naturaleza pueden valorar en una tarde de luz y calor. Pero, al lado de ese paisaje real, puede haber otras muchas figuraciones que nos conducirían al terreno de la ficción: el final de una vida, el mirar retrospectivo para entender que somos seres humanos entregados a la nostalgia de lo que fue, la conclusión de nuestra labor, nunca acabada que, como seres humanos tratamos de materializar en cada momento de nuestra existencia.
Me preguntaría, como lo hizo Martin Buber en su conocido ensayo: ¿Qué es el hombre? Y me encontraría enfrentado a una de las preguntas más difíciles de contestar, porque en el momento mismo de formularla se dispara en diferentes direcciones: vida cotidiana, moral, sociedad, religión, Dios, política, familia, trabajo, filosofía, literatura…
El hombre es un ser racional que en variadas ocasiones parece olvidar su verdadera condición; se vuelve violento y destructor y actúa como un verdadero depredador de los otros. Hay individuos humanos que destacan, por supuesto, por sus virtudes, pero caería en una exageración si dijera que son los menos; por eso no lo voy a decir, basta con creerlo.
El hombre es el actor en los cuentos que vamos a analizar en el presente volumen.
¡Ah! Cuándo utilizo la palabra “hombre” —explicación no pedida, pero necesario— me refiero a todo el género humano, para no confundir a quienes —¿novedosamente? — se ven en la obligación de aclarar cuando dicen “ellos”, si son sólo “ellos” o “ellas”. La regla de la inclusión de género en el “él” o “ellos”, ha sido abolida por determinados grupos de la masa hablante, sin que la DRAE diga nada al respecto.
Para no salirme de tema, les comento que el libro que van a leer contiene un recorrido por un subgénero de la narrativa que es el cuento breve europeo. La “narración” posee una prolongada historia que resumo para ustedes de la siguiente manera.
En primer lugar, trabajaré con el relato tradicional: 1. Las epopeyas antiguas —primordialmente griegas y latinas—; 2. los cantares de gesta medievales; 3. un género muy divertido, aunque bastante profano, que está constituido por los llamados fabliaux; 4. el humanismo dantista y la inabarcable Comedia de Dante; 5. Un cuento de Boccaccio y dos de Chaucer; 6. Perrault y el arte de narrar para niños.
En segundo término, me ubicaré en el contexto del cuento moderno, en donde los autores y obras a analizar serán: 1. Stendhal y su forma particular de encarar al realismo como corriente literaria, con la revisión crítica de algunos relatos breves de este genio de las letras francesas; 2. Balzac y el realismo romántico simbolista, con una introducción a La Comedia humana y, la personal revisión crítica del cuento titulado “El elixir de larga vida”; 3. Gustave Flaubert —el Madame Bovary de la literatura francesa— ante la sociedad de la época: crítica mordaz y análisis de un cuento largo: “Un corazón sencillo”; 4. El grupo de Zola y “Las tertulias de Médan”, el naturalismo como propuesta novedosa, análisis de un cuento de Zola; 5. el relato breve en Rusia y Chéjov como uno de sus destacados representantes, análisis de un cuento de su autoría: “Tristeza”; 6. Poe y el arte de horrorizar con el grito desgarrador del gato negro; 7. Oscar Wilde y el fantasma de Canterville: ludismo y misterio.
En tercera instancia, revisaremos al cuento contemporáneo: 1. Mark Twain y su genio cómico, reflexiones sobre un cuento breve de su autoría; 2. Kafka y su doble perfil en la Metamorfosis; 3. William Faulkner y la narración infinita; 4. Herman Hesse: genio y estilo: El lobo estepario; 5. Hemingway y la “generación perdida: dos cuentos de Nick Adams; 6. Carmen Laforet: desde Nada hasta uno de sus cuentos.
En cuarto lugar, hablaré brevemente de los géneros breves:
1. Leyenda.
2. Fábula.
3. Parábola.
4. Apólogo.
Presentaré la teoría que corresponde a estos temas y algunos ejemplos representativos.
Por último, incluyo un anexo con nociones de narratología y con recomendaciones para escribir un cuento.
Como acotación invito, a quienes se acercan a este libro, a leer no sólo los textos recomendados, sino también muchos más. El espíritu lector de cada uno de nosotros debe superar las barreras del tiempo y del espacio para perfeccionar nuestro hábito humanista.
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