Ibsen
(1828-1906)
De Lecciones
de Literatura universal.
“Ibsen” por Marisa Siguán.
(Luis Quintana Tejera)
Las últimas décadas del siglo XX son las del
centenario de los estrenos más escandalosos de obras de Ibsen: en efecto, entre
1979 y 1890 se presentan ante el público Casa
de Muñecas (1879), Espectros
(1881), Un enemigo del pueblo (1882).
A ellas, las obras del escándalo, se
debe ahora el recuerdo del autor, el hecho de que se haya convertido en un
clásico, en un autor de repertorio que se sigue representando y cuyo valor no
se cuestiona.
Se suele dividir la obra de Ibsen en cuatro etapas:
La primera, de aprendizaje. Comprende los dramas
históricos—mitológicos, posrománticos, los temas de recuperación histórica y
afirmación nacionalista. Ejemplos: Dama
Inger de Ostraat, Los guerreros de Engoland y Madera de reyes (1863).
La segunda, las grandes obras consideradas como no
teatrales: Brand y Peer Gynt (1867).
En tercer lugar, las obras en prosa con temática
contemporánea: La coalición de los
jóvenes, Las columnas de la sociedad, Casa de muñecas (1879), Espectros (1881),
Un enemigo del pueblo (1982), Hedda Gabler.
Y en cuarto lugar, las obras visionarias: El constructor Solness, El pequeño Eyolf,
Cuando despertemos de entre los muertos (1899), el último drama de Ibsen.
Se dan en Ibsen temas recurrentes, verdaderos leitmotiv que recorren toda su obra,
obsesiones propias que reaparecen: el individuo enfrentado con el mundo, con la
sociedad, la naturaleza, con Dios o con el destino, que es obviamente el tema
dramático por excelencia. Aparecen en sus dramas personajes decadentes para
quienes la vida es un lastre y que definen su individualidad por medio de la
muerte. Ibsen plantea una reflexión sobre el cristianismo y su función en el
mundo, sobre el fondo de una herencia luterana y de la lectura de Kierkegaard,
tal como se plasma en Brand.
Ibsen escribe a lo largo de medio siglo de cambios:
desde el posromanticismo hasta el decadentismo de fin de siglo, pasando por el
realismo social, el simbolismo y el impresionismo.
Estilo y
desarrollo dramático.
Ibsen utilizará una técnica similar de exposición
del tema, analítica, y unas formas dramáticas clásicas, para expresar dramas
íntimos y desvelar la psicología de los personajes. Convertirá la exposición
del pasado (los antecedentes) en tema dramático. Y las verdades enterradas en
la interioridad de los personajes, el pasado como tema, acabará yendo en
detrimento del presente de estos personajes, en detrimento de ellos mismos.
Como muestra, Espectros o Aparecidos.
En ella el respeto a las unidades es prácticamente férrea, no existe ni acción,
ni intriga si no es desvelamiento del pasado, mediante un juego de paulatinas
anagnórisis que terminan impactando al espectador. El personaje víctima,
Osvaldo, es el ser aniquilado por el pasado.
El telón se alza sobre un presente desde el que se
va revelando el pasado a través de una conversación en la que, al mismo tiempo,
se presentan los personajes principales.
La anécdota, la excusa que los reúne, es la
inauguración de un orfelinato que la señora Alving ha construido en memoria de
su marido fallecido.
A lo largo de la conversación entre la señora Alving
y el pastor Manders, se va descubriendo que en vez de un hombre de intachable
comportamiento, el difunto era un licencioso, que la señora Alving había huido
de él a los brazos del pastor, el cual, a su vez, la había devuelto a sus
deberes de esposa. Regina, la sirvienta de la señora, es hija del capitán
Alving y de la criada que trabajaba entonces en la casa. Por mediación del
orfelinato, la señora Alving pretende liberarse de todo el dinero que ha
heredado de su marido y así deshacerse el pasado traumático.
Esta exposición de antecedentes no deja mucha opción
de intriga hasta el final del primer acto, en que el ruido de cristal en el
salón contiguo y los movimientos defensivos de Regina hacen palidecer a la
señora Alving y murmurar “Espectros”: es en ese mismo salón en el que ahora
están Osvaldo y Regina, donde antaño ocurrió la fatídica seducción de la madre de
Regina. Mediante un indicio formalmente simbólico se indica el retorno, a la
manera dionisiaca, al pasado que fatídicamente renace en el presente. El
fracaso del intento por librarse del pasado constituirá el desarrollo del drama
en dos actos más.
El diálogo también sirve aquí para desvelar la
intimidad de un personaje que es la señora Alving. Su interlocutor es necesario
como receptor de lo que es más un monólogo que un diálogo. No hay apenas
discusión, no es gracias al diálogo que avanza la acción. No hay tampoco
elementos constructores de intrigas, sino que el desarrollo del drama está
marcado por la utilización de factores que se convierten en simbólicos o en
connotativamente funcionales, porque remiten al desarrollo temático de la obra,
a la pervivencia del pasado en el presente. Así, el ruido de cristales seguido
por la referencia a los espectros, el orfelinato que concluye ardiendo en el
segundo acto, o la herencia biológica que arrastra Osvaldo, la sífilis que ha
heredado de su padre.
El tercer acto finaliza con los desvelamientos
definitivos: la señora Alving que había mantenido en secreto ante su hijo la
vida de su padre, le descubre la verdad cuando éste se achaca a sí mismo la
culpa de su enfermedad. Desvelado el pasado y la imposibilidad de liberarse de
él, acaba por imponerse el presente, finalizando de este modo el drama.
Osvaldo enloquece; el único desenlace posible de la
victoria del pasado es la destrucción de los personajes, de su acción en el
presente. Los protagonistas viven en y por su pasado.
El drama concluye con el desesperado monólogo de la
señora Alving.
(Cfr. Lecciones de literatura universal, Jordi
Llovet, coordinador. Barcelona, Cátedra, 1996).
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