martes, 2 de mayo de 2017

La trágica historia del Dr. Fausto Fernando Pliego Pérez

La trágica historia de la vida y muerte del Doctor Fausto, Marlowe
Por Fernando Pliego Pérez 

Christopher Marlowe, el afamado y malogrado dramaturgo inglés del teatro isabelino que se dice murió asesinado en un pleito de bar, nace en Canterbury en el año de 1564. La obra de Marlowe es un antecedente directo para la de Shakespeare. Son tantas las semejanzas entre ambos dramaturgos, aunadas a la extrañeza de su muerte, que incluso circulan los rumores de que se trata del mismo autor, que fue un agente secreto británico que protegió su identidad cambiándola por la más modesta de un actor de segunda fila. Algunos estudiosos han planteado pruebas, hay innegables paralelismos que han despertado la curiosidad de los lectores, sin embargo a ciencia cierta nada es comprobable. 
Uno de los rasgos compartidos, que Shakespeare llevará al extremo, es la profundidad psicológica de los personajes. La imagen de hombre la vuelven mucho más compleja estudiando los conflictos y los movimientos internos del alma, superando el esquema maniqueista. Ya no bastan las representaciones tan planas, obvias, deterministas y caracterizadas de la época medieval. Hay un mayor movimiento social, se anuncia la creación de la clase burguesa, y el hombre no puede entenderse a sí mismo con la configuración preestablecida del orden mítico-religioso o moral 
El resultado es que Fausto habla consigo mismo casi continuamente, es decir, se auto-caracteriza; la obra se convierte en un monólogo que marca el conflicto entre la conciencia y la ambición, lo que la hace precursor directo de Macbeth y anticipa los conflictos psicológicos de los personajes de Shakespeare (Suárez, 1982: 703) 
No hay una definición última, no hay ningún asidero al cual aferrarse para explicar por completo lo que se experimenta en el interior. Los poetas hacen el esfuerzo mostrando la multiplicidad de voces que concurren dentro de una misma persona. Las categorías de bueno y malo comienzan a fallar en dar con la experiencia tan profunda del sentir humano. Christopher Marlowe anuncia el conflicto y sienta las bases a través del mecanismo del deseo desproporcionado entre la condición y las fuerzas. “En Marlowe se plantea ya la paradoja fáustica: que el hombre sea capaz de aspirar intelectualmente a cotas sobrehumanas pero que reconozca a la vez que tal aspiración es baldía e inalcanzable debido a  la imperfección de su naturaleza” (Suárez, 1982: 703). Shakespeare lo lleva a uno de los puntos más altos y fieles jamás vistos de una imagen de la humanidad. 
A finales del siglo XVI, el Volksbuch, el libro anónimo medieval con la leyenda del Doctor Fausto, ya era muy difundido en Alemania, tanto que sobrepasó fronteras en traducciones. Así es como llega a Inglaterra a las manos del joven dramaturgo Marlowe. Lo tomó como fuente de inspiración para presentar en 1592 su propia lectura, que no desmerece a la de Goethe en cuanto a su intensidad dramática. No se trata de un ejemplo moralista medieval, ni de la aventura intelectual romántica por supuesto, tiene vida propia y se podría acercar más a la mentalidad renacentista. Sin duda la tradición posterior le está en deuda. 
De hecho, sin duda alguna, el Fausto de Marlowe representa un importante antecedente para la obra cumbre de Goethe. Y es que para la llegada del romanticismo, desde sus más tempranas manifestaciones, las ideas del hombre tentado a descubrir los secretos del mundo por su propia mano van a hacerse notar de manera creciente (De León, 2011: 14) 
Situado en el Renacimiento, con los avances científicos y técnicos, el hombre se percibe a sí mismo poderoso, ya no tan indefenso frente a las fuerzas  y los misterios de la naturaleza. Las universidades se hallaban consolidadas y el conocimiento humano estaba al alcance con la imprenta. Es una época de grandes cambios y aventuras como la que atraviesa el Doctor de Wittenberg. 
El artista inglés vuelve la mirada sobre la figura detrás del rotundamente despreciable y diabólico personaje mentado en la época medieval para abordar la naturaleza del deseo desproporcionado que reta a Dios. Su condenación no se da de manera inmediata y tan obvia como se presenta en el pasado, de alguna manera enciende el debate de la trascendencia del conocimiento humano y de la condena del deseo. 
Por lo tanto, el pensamiento mítico-religioso se tambalea frente a las perspectivas renacentistas. Es en esta época que surge la novela con Cervantes, el género tan flexible que muestra al hombre con un ideal enfrentado a un mundo  de valores e ideales degradados. El aparato idealista y absoluto deja de operar con toda su maquinaria si es  que en algún momento lo hizo, la duda aparece. En este sentido, el Doctor Faustus que ya lo ha contemplado todo, se ha embriagado de la ciencia y del conocimiento disponible, desespera pues no es suficiente saber, él ansía poder, comprobar. Llevar a otro plano lo leído como el Quijote. Sin embargo es un camino de dolor, de sufrimiento y especialmente de decepción arriesgarse por ello. 
Se estará desafiando al orden ya provisto para contener a la humanidad, a la autoridad religiosa, que en este sentido lo vuelve diabólico: 


En un caso vemos a un ángel, el de mayor rango entre todos, querer ser más que eso, querer ser Dios; en el otro vemos a un hombre que quisiera ser más que hombre, más que todos los hombres, que quisiera superarlos definitivamente. Su soberbia es desmedida (García, 1999: 10) 
 También desafía a lo real, que no pertenece a los hombres confinados en sus ínfimas realidades particulares. Sin llegar a la manera de Goethe de abrir los ojos de par en par en busca de lo infinito que trascienda la perspectiva, lambición del Doctor Faustus marlowiano es al menos la de cambiar su pequeña realidad de profesor universitario y gozar de los placeres terrenales, tiene el descaro de aspirar a vivir una vida que considera mejor, con la movilidad social y el poder. 
Su Fausto es brillante y despunta en el conocimiento a la manera que el predecesor, sin embargo ya cuenta con una larga trayectoria intelectual y un currículo universitario en sus espaldas al momento de pactar. No está dudando qué estudiar, es alguien que ya ha transitado por todas las disciplinas y le han resultado insuficientes. Esto acalora el debate pues contrario a lo que podría suponer un fiel religioso, entre más se descubre,  más dudas surgen. Sólo cuando ya es doctor en Teología y famoso por sus éxitos en discusiones y cuestiones filosóficas se deja Fausto ganar por el pecado (Suárez, 1997: 455)  El estudio de la teología y de las demás ciencias no representa una mayor devoción a Dios, o acaso una comprobación o confirmación de su existencia, al contrario, puede incitar a juzgarlo. Marlowe es el primero en pasar revista al currículo universitario y a sus decepciones, uno de los motivos más ricos de casi cualquier obra fáustica posterior. 
 diferencia del de Goethe, el cual se trata de un intelectual amante de la sabiduría, buscador del infinito, las aspiraciones de este Fausto son de un orden más vulgar lo cual impide una sublimación tal. “Lo que él desea es saber más, pero saber para dominar, para obtener un poder ante el cual todos se inclinaran. Esa es su perdición y su condena” (García, 1999:13). La mayoría de las decepciones ocurren debido a que está interesado primordialmente en la realización del deseo, a la manifestación del conocimiento, y no a su mera formulación. 
En uno vemos el afán sublime de Infinito, en el otro el afán tan humano de poder. El uno peca por llevar su deseo a alturas inconcebibles, el otro por no retroceder ante nada para conseguirlo (García, 1999: 13). 
Para mencionar los impedimentos, la filosofía le ha resultado insuficiente pues no permite milagros ni acciones, permanece en palabras. La medicina le parece inservible pues la gente de todas maneras se muere. La ley está enmarcada por la prostitución y la conveniencia, por muy bien escrita que esté. Está la teología pero se sigue pecando. El saber humano no basta pues siempre contiene una disyuntiva para alcanzar su ideal absoluto manifestado en la acción. Siempre contiene una paradoja o una limitación que no permite esperar tanto. Anuncian el fracaso de la empresa humana por alcanzar en la Tierra al Cielo.  
En sus ejemplos observamos el dolor tan grande de la humanidad que es poder intuir la idea pero no poder verla realizada, cristalizadaEl hombre puede vislumbrar la idea pero no alcanzarla ni tocarla, es por eso que el éxtasis  contemplativo puede ser tan doloroso cuando se espera algo. El humano puede imaginar lo que representaría ser poseedor de todo el conocimiento, de la riqueza, del poder, pero no tiene los medios para alcanzarlo. En ese sentido se trata de un Ícaro que por aspirar tanto, termina por caer. 
Habiendo ya pasado por todas las aulas, leído lo que había por leer, Fausto no está conforme, necesita más, necesita vivirlo, llevar a cabo aquellas promesas inflamadas por los libros. Para Goethe el hombre no alcanza el verdadero conocimiento y la sabiduría, Marlowe no llega tan lejos, sus aspiraciones no son tan intelectuales, pero muestra un aspecto más personal y doloroso, más dramático: el hombre que se da cuenta que aún con su conocimiento no puede ser lo que esperaría. El Fausto de Goethe se desilusiona ante lo poco que vale el saber; en cambio, el Fausto de Marlowe se desilusiona, por paradójico que pueda parecer la comparación, ante lo poco que vale él con su saber presente (García, 1999: 13). 
Es por ello que son tan mezquinas las peticiones del Fausto de Marlowe, son los placeres terrenos que de ninguna manera son accesibles para el hombre docto pese a que él podría considerarse a sí mismo, a la manera de Platón con el gobierno de filósofos, el más apto y el más digno. Ni oro ni riquezas, ni mujeres ni ejércitos son para el estudioso, pese a que él es quien cree saber más de ellos, quien cree poder disfrutar más. 
Goethe sublima a su Fausto ante los ojos del resto de la humanidad y de Dios pues dirige sus propósitos a un fin noble en su mayoría, mucho más elevado y difícil de nombrar. En ese sentido rompe con la condenatoria medieval, se ha ganado el derecho a la duda por aspirar tan alto. Aún así, “Ningún autor puede aclarar nada significativo que justifique el pago de un alma” (Suárez, 1982: 699). El Fausto de Marlowe se queda a la mitad, encerrado en el círculo de lo terrenal y lo celestial, lo temporal y lo eterno. Se cae su empresa con mayor facilidad, la otra es mucho más sólida, pese a ello ya vemos a un hombre que está sufriendo al cual hay que entender. 
La mayoría de los lectores nos podríamos identificar más con el Fausto humano de Marlowe que con el prodigioso, el inaudito intelectual. “Ahora bien, el Fausto que Marlowe pone en escena es de un tipo muy diferente, de un formato más común y cotidiano” (García, 1999:13)Los motivos se intercalan entre los cultos y los estimulantes, aptos para la iglesia y para el pueblo iletrado que fuera a presenciar la obra de teatro en Inglaterra por esos años. Hay momentos de lo más gracioso como las bofetadas al papa que restan también la enorme carga trágica y divierten por un instante. A propósito de dicho episodio, que para el desprevenido resultará desconcertante por mostrar franca desobediencia y blasfemia, se inscribe en el ardor anglicano que busca separarse por completo de la iglesia romana, que implica reformas y cuestionamientos a la iglesiaLos ingleses eran entonces anglicanos recientes, opuestos al catolicismo romano hasta la virulencia (Suárez, 1997: 463). 
En una segunda capa, más allá de la popular representación, permanece el conflicto humano que quema a carne viva. Así como podemos sentir empatía y pena por aquel que  inconforme y ansioso por vivir algo que le está vedado, vive más allá de sus posibilidades económicas hasta endeudarse, como aquel que fuera algún día rico y después pobre, Fausto sufre por no poder ser lo que quisiera ser. Tiene el descaro de no retroceder ante sus empeños hasta lograrlo, pese a los obstáculos. El hombre sigue su proyecto que es doloroso cuando es inalcanzable.  
El arrepentimiento y la preocupación aparecen entre intercambios de un éxtasis doloroso y puntos de patetismo. “FAUSTO. Aunque mi corazón se alegra y estremece al recordar que aquí han transcurrido en el estudio treinta años de mi vida, ahora quisiera no haber visto nunca Wittenberg, nunca haber leído un solo libro” (Marlowe, 1998: 170). 
Uno de los riesgos a los que se expone especialmente el estudioso, es percatarse que hay realidades mejores y que puede estar viviendo en el error, en la equivocación o que no vive lo suficiente. El problema aumenta cuando el cambio deseado va más allá de las posibilidades. La misma obra presenta el conflicto de manera clara con aquellos que ya han visto el cielo, los demonios, y ahora todo les resulta patético y lleno de sufrimiento, ese éxtasis fue abrazador, quemó para después regresar a la mediocridad cotidiana. “MEFISTÓFELES. ¿Crees tú que yo, que vi el rostro de Dios/ y supe de los gozos eternos del cielo, / no me veo atormentado por mil infiernos/ al sentirme privado de la dicha imperecedera?” (Marlowe, 1998: 66). 
Para subsanarse de esta otra aspiración, Fausto busca ignorar y actuar como que no existe el cielo ni el infierno, “FAUSTO. Yo creo que el infierno es pura fábula” (Marlowe, 1998: 81). Es un rasgo característico de la modernidad, en su caso se engaña a sí mismo a ratos, pero en el fondo termina sucumbiendo por la pena y el arrepentimiento a diferencia del de Goethe, que no lo hace salvo contadas excepciones. La duda aguijonea, el anciano le recuerda que no hay mortal que pueda contar los sufrimientos del infierno, el ángel bueno y el mismo Mefistófeles le hacen dar cuenta de lo que puede estarse perdiendo. Es una pugna que prolonga en sus veinticuatro años con la orgía y el desenfreno. El plazo se termina y al rendir cuentas la evidencia puede más que la inicial desmesura. Es demasiado orgulloso o humilde para aceptar la oferta de redención. 
Ni siquiera lo obtenido fue del todo satisfactorio. No puede serlo  proviniendo de Mefistófeles que es tan  inferior a lo celestial. Cuando inquiere y trata de resolver dudas, le responde solo a medias. Lo mismo aplica para otras recompensas. “Tampoco el Mefistófeles de Marlowe es capaz de satisfacer las innumerables preguntas que Fausto le hace” (Suárez, 1997. 459). Fausto incluso lo reprende severamente en una ocasión, FAUSTO. Hasta Wagner tendría voz en materias tan simples. / ¿No alcanza más el saber de Mefistófeles? (Marlowe, 1998: 86). 
Mirada así la situación se presenta difícil de resolver, dónde buscar refugio. La opción más inmediata es replegarse a la sumisión religiosa ante Dios, preservar la ignorancia y mantener el orden para protegerse de sobresaltos y de riesgos. No basta para el que sea tan soberbio. Una más moderada sería la idílica sophrosine griega, evitar ser controlado por el deseo, pero es mucho más fácil dicho que hecho. Especialmente para alguien como Fausto que ya ha probado el éxtasis aunque por poco tiempo en sus estudios. La tercera vertiente es la de la modernidad, vivir para el deseo y no preocuparse por lo que vendrá, por las consecuencias. Apostar por aquello que se sueña y luchar por alcanzarlo pese a cualquier adversidad, pese a la moral y a la ética. Es paradójico pues se libera de un amo para encontrar otro en el deseo. La naturaleza del deseo se hace patente con el valor del empeño. 
Fausto traiciona así la naturaleza misma del proceso intelectual al seleccionar sólo aquella parte de la realidad que conviene a sus conclusiones (que no son sino pre-juicios); y estas, a su vez, aparecen regidas por el deseo y no por la razón (Martínez, 1997: 44) 
Desafiar la iglesia con sus límites augura nuevas posibilidades pero también convierte la caída más grande. Podemos pensar en primera instancia que Marlowe zanja la cuestión con el terrible ejemplo de Fausto descuartizado al final, mirado trágicamente a sí mismo, reconociendo su craso error. Lo cierto es que en vez de haber servido de freno, La trágica historia de la vida y muerte del Doctor Fausto no calma los deseos y la curiosidad, al contrario lo instiga, como veremos en las obras que le sucederán y en el comportamiento humano moderno. Es un debate en el que no hay punto final, afortunadamente, estamos condenados al movimiento, al desear. La muerte psíquica o la idiotez en sus diferentes grados le deparan al conformista, no es para el sabio o el curioso. Estamos advertidos también de la hybris, su terrible Némesis Tisis que llegan por el abuso como funestas consecuencias. 












Bibliografía 
De León, F.J. (2011), Los pactos fáusticos, EN-CLAVES del pensamiento, año V, núm. 10. Recuperado de www.cervantesvirtual.com/obra/ano.../740b6e15-0239-455b-a23b-85cb206c75f3.pdf 
García Díaz, A. (1999), Fausto, el hombre, Revista de Filosofía, N° 33,1999-3, pp. 7-15. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4562368 
Marlowe, C. (1998), La trágica historia  de la vida y muerte del Doctor Fausto,  Madrid, Cátedra 
Martínez López, M. (1997), La maldición del saber en el Fausto de Marlowe, Cuadernos del CEMYR núm. 5. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=187489 
Suárez Lafuente, M. (1997), Dos siglos de leyenda faústica: del Volksbuch al Faust de Goethe vía Christopher Marlowe, Archivum: Revista de la Facultad de Filología, ISSN 0570-7218, Tomo 46-47. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/144177.pdf 
Suárez Lafuente, M. (1982), Historia y tradición en el Doctor Faustus de Christopher Marlowe, Archivum: Revista de la Facultad de Filología, ISSN 0570-7218, Tomo 31-32, 1981-1982, págs. 695-706. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/143967.pdf 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario