Las
Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, editadas por Raphael Holinshed (-1580) y publicadas en 1577 fueron, sin duda, la fuente más importante que utilizó William Shakespeare para escribir sus obras históricas. Viene a cuento conocer esta excepcional obra porque en este mes de octubre está en el aire la serie
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Film&Arts con una versión extraordinaria de
Ricardo II, Enrique IV, Primera y Segunda Partesy
Enrique V.
Holinshed creía más en publicar una humilde o, por lo menos con una menor intervención de las autoridades sobre los hechos históricos que la que exigían los académicos de su tiempo y los cuatro principios sobre los cuales se completó esta obra eran los siguientes: uno, desde un principio las Crónicasfueron concebidas como una «historia documental»; dos, una historia nacional no podía, ni debería ser unívoca, sino más bien, representar la «diversidad de opiniones»; el tercero de estos principios parece contestar las críticas de Bolton, por ser un producto hecho por ciudadanos de la clase media. A esto, Patterson le llama «el nivel antropológico» de las Crónicas que seguramente es por el que se le considera una obra invaluable en su aportación pues, de otra manera, no se hubieran publicado datos que provenían de los bajos medios literarios, tal como se difundía la cultura en esa época en Inglaterra y elúltimo de estos principios, el cuarto, es la combinación de los primeros tres y que sin ser un anacronismo es más bien un llamado al «derecho de saber» que, paradójicamente hablando, se da en estas Crónicas contenidas entre los grand récits, pero que no se presentan de una manera triunfalista, ni trágica, como eran usualmente publicados, sino en medio de otros menos pomposos discursos, de tal manera que así publicados permitieron que el barco editorial de lasCrónicas desplegara sus velas y se orientara hacia las costas donde está aguardando pacientemente el resto de la población para ejercer su derecho a leer y, por lo tanto, escribir, como algo que le corresponde y como un ejercicio del liberalismo original, como ese que propugnaba Holinshed y que, a finales del siglo XVII, estaba muy restringido.
Los autores que participaron en la primera y segunda edición de estas Crónicasfueron doce —como los Apóstoles— y son los siguientes: el primero que inició el proyecto fue Reginaldo o Reynard Wolfe, librero y editor (-1573), nacido en Estrasburgo. Llegó a Inglaterra patrocinado por Thomas Cranmer (1489-1556) y luego por Thomas Cromwell (1599-1638), para ser empleado por Eduardo VI (1537-1553), hijo de Enrique VIII, con el permiso y la patente para poder publicar obras en latín, griego y hebreo. Fue miembro prominente del «Stationers’ Register», donde los autores o libreros tenían que registrar y recibir la autorización para publicar sus obras. En 1559 la reina Isabel I lo confirmó en su puesto y recibió el título de «Master». Fue a mediados del siglo XVI cuando se imaginó editar una gran obra, una historia universal cosmográfica, ilustrada con mapas y otras imágenes; para lograr ese fin, necesitaba de una gran cantidad de documentos y de manuscritos. Después, muchas de estas obras fueron compradas por John Stow (1525-1605) a la muerte de Wolfe en 1573.
La realización del proyecto de las Crónicas requería de un buen financiamiento en tanto que, al no existir bibliotecas públicas y colecciones a las que los académicos acudieran a documentarse, se tuvo que recurrir al poder de compra de coleccionistas o anticuarios para adquirir las obras y manuscritos que había en esa época y que estaban en casa de algunos de los ciudadanos comunes y corrientes. Así, estos materiales se incorporaron al proyecto como uno de los ingredientes más importantes para la integración de la información en esta obra.
De Raphael Holinshed (-1580), cuyo apellido se tomó para bautizar esta obra, que se conocen también como las Crónicas de Holinshed, se sabe poco, excepto que fue educado en una Universidad, probablemente Cambridge, para luego ordenarse como clérigo. Inicialmente fue contratado por Wolfe y todo parece que, poco a poco, fue asumiendo más responsabilidades y, por lo tanto, fue creciendo su importancia dentro del proyecto hasta que, a la muerte de su patrón en 1573, a cuatro años todavía de publicar la primera edición, asumió por completo la responsabilidad de preparar para la imprenta la publicación de esta magna obra. Murió en 1580 para dejar su lugar a Abraham Fleming quien continuaría preparando la segunda edición de las Crónicas, de acuerdo con las recomendaciones hechas por el Consejo Privado del Reino.
A pesar de que de Wolfe conocía a William Harrison (graduado en Oxford y capellán de William Brooke, Lord Cobham), éste no se integró al proyecto sino hasta después de la muerte de Wolfe. Harrison fue el responsable de laDescripción de Inglaterra escrita apresuradamente en 1576, una año antes de la primera edición; asimismo, Richard Stanyhurst escribió la historia de Irlanda, equivalente a la de Harrison, que tituló Descripción de Irlanda y tal parece fue escrita un poco tarde, cuando las Crónicas ya estaban listas para irse a la imprenta, tal como lo explica Holinshed en la dedicatoria que le hace de esta historia a Sir Henry Sidney, padre de Sir Philp Sidney (1554-1586) y Lady Mary (1561-1621), el primero, poeta mayor y autor de los famosos sonetos Astrophel and Stella, y la segunda, madre de William Herbert (WH) Pembroke, posible «young boy» de los ciento cincuenta y cuatro Sonetos de William Shakespeare.
Stonyhurst completó su historia de Irlanda basado en los textos escritos por Edmund Campion y los hizo de manera original, pues pudo incluir anécdotas que son típicas del proyecto en general, sobre todo cuando relata las relaciones entre los patrones y sus sirvientes y lo hace con sentido cómico y con cierto tono irreverente. Luego se incorporó Ralph Newberie, Henry Denham y Thomas Woodcock, para trabajar en la segunda edición, así como, un grupo de académicos que incluían a John Hooker, alias «Vowell»; Abraham Fleming, (educado en la Universidad y luego capellán de la Condesa de Nottingham) y Francis Boteville, también conocido como «Thynne» (hijo del famoso editor de Chaucer), así como, John Stow (aprendiz de sastre, pero que resultó ser un anticuario erudito) de quien se burlaban por haber sido un «hombre común y corriente». Así queda conformada la lista de esta docena de colaboradores que trabajaron en las Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda.
Esta obra incluye diferentes tipos de documentos, tal como escribió Giraldus Cambrensis en su Expugnatio Hibernica, traducido después por John Hooker para la edición de 1587, cuando era capellán de Enrique II (1154-1189), justificando que un hombre «rogando por las causas de los príncipes, dice la verdad de todas las cosas que suceden, sin ofenderlos en nada», y por esto se sabe que el rey Enrique II no era un hombre devoto, sino más bien, alguien que no cumplía sus juramentos y que era hostil hacia sus hijos, como si fuese, más bien, un villano como son los padrastros. Estos textos, como podemos imaginarnos, son esa pequeña contribución a la famosa «indiferencia» en la que está cimentada la obra.
En el «Prefacio a los Lectores», Raphael Holinshed les anuncia que más que ser una obra histórica producida por el Estado, es un proyecto de «conciencia cívica»: he coleccionado (la historia) tomada de muchos y diversos autores, de los cuales podemos observar se encuentran a veces, ciertas contrariedades, negligencias y expresiones burdas en sus informes; dejo esto a la discreción de aquellos que han proporcionado dicha información. Por mi parte, prefiero dejarlas a la duda esas partes que muestran una cierta diversidad en lugar de sobre escribirlas y mucho menos en censurarlas par ajustarlas a mi gusto o preferencia: dejo así que cada quien sea el que haga su propio juicio y controle esta información, tal como considere que tiene su causa. (Vol. 2, «Preface to the Reader»)
Esta diferencia de opiniones expresa los distintos puntos de vista sobre un mismo hecho.
La primera edición de 1577 costaba 26 chelines, tal como lo registró Robert Devereaux, conde de Essex, quien comentó que estaba «muy bien encuadernada.» La de 1587 costaba 4 chelines, un precio que fue accesible para la clase media isabelina.
La composición de estas crónicas es parte del éxito que tuvo en su época. La cronología histórica permitía comprar los sucesos de tres países: Inglaterra, Escocia e Irlanda; y cada una de ellas estaba compuesta, en la mayoría de los casos, con distintos textos tomados de diferentes fuentes de información y de varios originales.
También estaban compuestas por los testimoniales de los testigos oculares de los sucesos, dándole así forma visible a los hechos desde las diferentes voces y la diversidad de opiniones. Otro elemento de composición son los reportesVerbatim, es decir, tomados «textualmente», tal como se escribieron original y literalmente hablando, así lo aclaró Edmund Molyneux, cuando escribió la biografía de Sir Philip Sidney, donde nos dice que «ha incluido varias notasverbatim, sin añadir ni quitar o alterar nada, tal como llegó a mis manos.»
Las anécdotas son parte importante de las Crónicas y son los marcos donde se incluye al realismo y al individualismo cuando se trata de una experiencia determinada. Holinshed creía en la anécdota como una fuente de información sustantiva. Por «anécdota», se refería el editor, al relato breve de un suceso curioso o interesante, un relato independiente y breve, sobre la conducta humana, de tal manera que fuese emblemática e independiente de su contexto, transferible en el tiempo, donde se encuentren uno o dos individuos en el centro mismo del relato. Las mejores anécdotas incluyen pedazos de conversaciones, cuya verosimilitud es la clave para que queden en la memoria colectiva y luego puedan funcionar como signos de que hay algo dentro del «sistema» que está bajo tensión, algo en el sistema «oficial» que se está cuestionando.
Hay varios ejemplos de esto en las Crónicas: el asesinato de Arden de Feversham, que luego se convirtió en una obra de teatro (que no he podido saber cuál es) o la historia, derivada de Matthew Paris (1200-1259) con quien la historiografía anglosajona alcanzó su punto más alto, donde cuenta la historia de un judío condenado por el Rey Juan a que le sacaran una muela cada día hasta que aceptara pagar los impuestos y que, el pobre, se quedó con una antes de aceptar pagar los impuesto a su Majestad (2: 301); o la historia de aquel abad italiano que se creyó Ícaro y que, en 1507, decía que él sí había podido volar. En fin, nos imaginamos lo difícil que pudo haber sido incluir toda esta información y hacerla parte de la historia de tres países, sobre todo si tenemos en cuenta la terrible censura —que no llegaba a los extremos de la Inquisición, pero que, de alguna manera, se parecía—, tal como sucedía con algunas canciones populares o ciertas baladas, como las que se prohibían cantar en la época isabelina porque contenían textos que podían ser considerados como subversivos, siendo parte, como lo son, de la historia escrita informalmente.
También se incluían en estas crónicas algunas obras literarias como parte de la Historia, textos que, con el tiempo, van adquiriendo privilegios y que, entre otras cosas, se convierten en una fuente importante de conocimiento histórico. Se trata de algunos escritos de Chaucer o de Gower que establecieron que el lenguaje popular era parte del lenguaje literario.
Así es como con lo dicho, tenemos una mejor visión de lo que fueron estasCrónicas para un dramaturgo como William Shakespeare, quien acudió a ellas para tomar de toda esa información la que más le convenía para efectos de convertir la historia en drama y lograr el interés de su público que era, en verdad, lo único que le interesaba.
Ahí podía encontrar diferentes puntos de vista sobre el momento histórico, testimoniales, textos tomado tal cual, canciones, anécdotas de sus protagonistas, y por si faltara algo, textos literarios que le ofrecían un contexto diferente.
Creo que con este breve y modesto análisis de lo que trabajó Annabel Patterson tenemos una mejor idea de la estructura y de los problemas que enfrentaron estos hombres comunes y corrientes, ex faece plebis, para publicar sus dos versiones que se constituyeron en la fuente de información más importante para más de diez obras históricas como las que escribió William Shakespeare en su vida.
Martín Casillas de Alba.
Apuntes sobre Enrique IV, Segunda Parte.
México, El Globo Rojo, 2006.