Cícladas islas, islas de la Grecia,
que el mar Egeo con sus ondas baña,
donde surgiera la materna Delos,
cuna de Apolo.
La ardiente Safo, del amor maestra,
aquí pulsó la septicorde lira;
aquí de Alceo resonó el divino,
plácido canto.
De vuestros campos en la verde alfombra
manto de flores primavera tiende;
aún lanza Febo sobre nuestros campos
vívido rayo.
Todo se eclipsa menos vuestra gloria;
el bronce muere y se deshace el mármol;
mas qeda el nombre del varón guerrero,
prole de Marte.
Queda de Lesbos la armoniosa lira,
la voz sublime del Esmírneo ciego,
la del Teyo donairoso anciano
cítara blanda.
Allende el Ponto, cuyas iras doman
del vago viento en las veloces alas,
de donde nace, adonde muere el día,
vuelan sus cantos.
Desde la cima del erguido monte
de Maratón descubriréis el llano,
y allá…, más lejos…, el hichado golfo
de Salamina.
En otro tiempo, sobre aquella roca
un rey de reyes contempló altanero
el hondo mar que ante sus pies hervía
lleno de naves.
Las ondas cubren innumerable armada;
llena los campos multitud guerrera;
hombres sin cuento, de su voz pendientes,
callan atónitos.
Contólos Jerjes al nacer la aurora,
contólos luego al expirar la tarde:
millones eran al rayar el día,
ni uno a la noche.
¿Dónde los fuertes, los guerreros dónde,
que amenazaban dominar la tierra?
El eco sólo responderle pudo
ronco gimiendo.
¿Dónde hoy, ¡oh, patria!, tus preclaros hijos
armipotentes en la lid sañuda?
¿Por qué no suena en las tendidas playas
grito de guerra?
Yace en el polvo la olvidada lira
y ya no late el corazón robusto.
¿Cuándo de gloria y libertad el himno
libre resuena?
¡Ay! ¿Qué me resta en mi dolor inmenso?
Llanto y vergüenza por la patria esclava;
bañad en lloro las que a Grecia oprimen
duras cadenas.
¡Ah, ni vergüenza en vuestra faz, ni lloro!
Descubre, ¡oh, tierra!, tu profundo seno,
y tres siquier de los trescientos brota…
Tres espartanos.
Como el fragor de los torrentes, zumba
el de las sombras vigoroso grito:
“Alzad vosotros la dormida frente
uno tan sólo”.
Todos calláis. Nuevos cantares suenan;
llenad las copas de espumante vino;
bélicos himnos al feroz entone
tártaro errante.
¿En vuestra afrenta dormiréis tenaces?
¿Por qué no suena el belicoso canto?
¿Por qué no emprende la falamge altiva
pírrica danza?
Para fijar el pensamiento alado,
Cadmo inventó los personales signos;
de los argivos conserváis las letras,
no sus hazañas.
Llenad las copas de espumante néctar,
bebed de Samos el ardiente vino
que Anacreonte celebrara un día
plácidamente.
Cantó Anacreón el amor y el vino,
cual del tirano Policrates siervo;
mas era heleno Policrates: cuna
diérale Samos.
¡Del Quersoneso vengador tirano,
rompe los lazos que nos ligan hora!
¡Cargue tus brazos la pesada lanza,
fuerte Milcíades!
Llenad las copas de espumante vino;
allá en las rocas de la antigua Suli
quedan los restos de potente raza,
siempre guerrera.
Quizá hallaremos entre aquellos bravos
quien nos conduzca a la tremenda liza,
y tinto en sangre el fulminante hierro
lleve al combate.
No de los francos esperéis ayuda,
que reyes tienen de venales almas;
libres os hagan, para siempre libres,
vuestros aceros.
Llenad las copas de espumante vino;
vírgenes dancen en la selva umbría;
yo admiro el brillo de sus negros ojos,
nido de amores.
Mas, ¡ay!, ¿será que tan hermosos pechos
deban un día amanecer cautivos?
¿Será que ciña tan hermosos brazos
férrea cadena?
Conducidme a los marmoles de Sunio,
donde acompañen mi gemir las ondas;
yo entonces, cual moribundo cisne,
canto suave.
Nunca esta tierra habitarán esclavos;
arme las diestras el fulmíneo acero;
caiga en pedazos, de espumante vino,
rota la copa.
Lord Byron